Revista Cultura y Ocio
En algún otro post anterior -la filosofía como respuesta a la Nada- veíamos que la filosofía demanda cierto análisis y clarificación de determinados conceptos que se hallan presupuestos o contenidos en los postulados y axiomas científicos, como el concepto de ser, de verdad, falsedad, causa o cambio. Veíamos también que la ciencia se construye precisamente desde su renuncia (voluntaria o involuntaria) a tratar de definir dichos conceptos nucleares. En efecto, la ciencia necesita dar por sentado ciertos conceptos y axiomas para articular y construir sus hipótesis y teorías, de modo que ha de ser una segunda disciplina - llamada teoría de la ciencia o filosofía de la ciencia - la que se ocupe del análisis de aquellos conceptos. La filosofía, por tanto, nace allí donde la ciencia no puede llegar, nace en el momento en que la ciencia se mira al espejo y descubre que ella misma contiene tanta riqueza por descubrir como nuestro mundo alrededor. Veíamos también que la pregunta por el ser del ente (¿qué es el ente?) es la pregunta fundamental, la cuestión que se ha de acometer para llegar a una teoría integral y completa sobre el mundo, ya que para conocer completamente las propiedades de cualquier ser (el átomo, la luz, la carga eléctrica...) es necesario conocer antes las propiedades de ese ente en cuanto ente. La metafísica, también llamada ciencia primera, nace con este propósito y así acompaña a las otras ciencias -exactas o empíricas- en su búsqueda de una teoría completa y unificadora que arroje luz acerca de la naturaleza del mundo. Siendo esto así cabe definir el arte como una forma metafísica de conocimiento, tan íntimamente emparentada y distanciada de la ciencia como lo es la filosofía. El arte es metafísica, en tanto que nace con el firme propósito de dar respuesta a la pregunta por la esencia del ser. Por ejemplo, el arte clásico, lo mismo que la filosofía clásica, se define por su intento de capturar la medida, la proporción, en la que, para el artista, consiste el mundo; en cambio, el artista impresionista entiende que lo que verdaderamente hay son meras impresiones, huidizas y cambiantes, de ahí que su arte consista en la expresión de esos trazos discontinuos y momentáneos; y el surrealista, cuya visión onírica del mundo se adivina en cualquiera de esas representaciones tan alejadas de las formas apreciables en el mundo consciente, concibe el inconsciente como la verdadera realidad. Puede decirse, por tanto, que en la historia del arte o de la filosofía, y por ende de la cultura, lo que varía es la manera de afrontar la pregunta metafísica fundamental, mientras que ésta permanece idéntica generación tras generación impulsando al ser humano hacia el conocimiento... ¿Se agotaría la cultura si diésemos con una respuesta definitiva que a todos nos convenciera?, ¿dejaríamos de producir obras filosóficas o artísticas si conociéramos a ciencia cierta aquello en que verdaderamente consistimos?