¿Puede existir lo inimaginable? Los manuales de filosofía suelen decir que la diferencia entre racionalistas y empiristas consiste en que los primeros consideran que la principal fuente de conocimiento es la razón y para los segundos es la experiencia. Otra distinción es que los primeros admiten que hay ideas innatas, al menos contenidas virtualmente como en Leibniz, mientras que los otros afirman que la mente, al nacer, es como un papel en blanco sobre el cual el lápiz de la experiencia escribe. Lo anterior es cierto pero hay una diferencia más oculta que no suele citarse. Los principios de los que parten los racionalistas son dogmas inimaginables. Nadie puede imaginar lo inextenso e inmaterial. Como bien dijo Kant al describir los principios del entendimiento puro, especialmente las anticipaciones de la percepción, cualquier cosa que imaginemos tendrá una magnitud intensiva y una extensiva. Imaginemos una luz: tendrá algún tamaño y alguna intensidad. Una luz sin esas cualidades es inimaginable. El yo cartesiano, sustancia simple sin partes, o la mónada de Leibniz, punto fuerza, son inimaginables. Imaginar una mónada es imposible. Tan pronto la imaginamos la falseamos porque le damos extensión a un punto que, por definición, no la tiene. El empirista irlandés George Berkeley se circunscribe a la imaginación. Asegura que no hay ideas generales o universales porque no podemos imaginar un hombre que a la vez sea joven y viejo, alto y bajo, rubio y moreno, etc. Igualmente no podemos imaginar un triángulo que sea a la vez escaleno, isósceles y equilátero, acutángulo, obtusángulo y rectángulo. Solo existen humanos y triángulos particulares que universalizamos al usarlos como modelos para nombrar a otros de su clase. Todo eso iba muy bien pero Berkeley necesitaba la existencia de un Dios que nos transmita las ideas de color, dureza, sabor… y un yo que las reciba. Ni Dios ni el yo son ideas concretas como la de la extensión de un mueble, pero tampoco son ideas abstractas, no pueden serlo porque no se llega a ellas generalizando ideas concretas y, además, él pretende haber demostrado que las ideas abstractas o generales no existen. Se ve obligado a recurrir al débil término de noción. Contamos con una noción de Dios y del yo como sustancias espirituales. Pero no tenemos una noción de la materia como sustancia. La debilidad se hace patente. No podemos formarnos la imagen de una sustancia material despojada de todas sus cualidades, no tenemos noción de ella, pero tampoco la tenemos de la sustancia espiritual. Por algo el escocés David Hume desechará toda sustancia. Negará tanto la espiritual como la material y se quedará con una corriente de impresiones e ideas, sin leyes causales que las unan, porque la causalidad misma es una idea tan ficticia como la de un yo sustancial.
Obviamente, si algo distingue a la física contemporánea de la de Newton o la de Aristóteles, es que para la actual lo inimaginable es más real que lo imaginable. Hay colores que no percibimos ni podemos imaginar –infrarrojo y ultravioleta- partículas, ondas, cuerdas y dimensiones que están más allá de toda experiencia sensitiva posible y cuya existencia inferimos solo por sus efectos. La imaginación al poder fue el lema del mayo del 68; nadie se dio cuenta de que el verdadero poder está en manos de lo inimaginable, llamémosle Dios, energía, multiverso o entes pluridimensionales.