El otro día saqué casi toda mi ropa del vestidor y la tiré. Y después todavía tiré más hasta quedarme casi sin nada. Nada de eso me hacía ya feliz.
No importaba si me entraba o si me hacía mejor cuerpo. No me gustaba, y punto.
La vida a veces es una puta mierda.
Estos días solo estoy teniendo muchísimo trabajo, y un niño enfermo.
Y sigo.
Lo mismo hice con los zapatos.
Quemé mi vieja cartera donde guardaba mi dinero y tarjetas en el ritual de San Juan. La cartera me gustaba pero necesitaba un salto. Me compré una nueva con una estrella preciosa. Llamé a mi banco y pedí una nueva tarjeta de débito.
Como no tenía vestidos me fui a comprar dos el otro día. Y tiré otro más.
Recibo llamadas y señales cada día de que siga con mi sueño. Que es grande pero alcanzable.
Tengo la edad, los conocimientos, la técnica y la experiencia. Y mis exs me han curtido. Ya tengo la piel dura, y es necesario e importante.
Solo me quedaba un par de zapatos de verano y hoy los tiré a la basura.
Y como no podía ir descalza por la calle me fui a comprar un par. Acabé con dos pares, porque necesitaba unos zapatos bonitos para los vestidos y unos deportivos para el resto del tiempo.
Quería exactamente un zapato plano, con suela gorda y esa planta que tiene la forma del pie.
Y luego recordé que me gustaba el vino semidulce.
En concreto Bach.
Y recordé que llevo tanto tiempo sin acordarme que no tengo copas de vino.
Así que me compré dos copas.
Y puse a enfriar el vino. Porque tengo algo que recordar cada noche.
Que puedo confiar en mí.
Yo, puedo confiar en mí.
Y mi marido puede confiar en mí.
Y mis hijos pueden confiar en mí.
En general yo soy una persona confiable para la gente.
Y me encanta el vino.
No se me puede volver a olvidar que hay un vino que me gusta y se llama Bach.
Tengo pocas cosas y es exactamente lo que quiero tener. Rodearse de lo que uno quiere y los que quiere. Y el vino que no se olvide.