PARTE II: LA REFORMA IMPOSITIVA
Hace poco más de una semana pudimos disfrutar del debate entre economistas de los cuatro principales partidos. Rebuscando entre críticas partidistas y datos algo “cuestionables” me llamó la atención una propuesta por encima de cualquier otra, y fue la bajada de IRPF que propuso el señor De Guindos para los próximos cuatro años. A finales de mayo ya le escuchamos afirmar que era totalmente posible una bajada impositiva y que además era compatible con el objetivo de reducción del déficit; una afirmación cuanto menos chocante cuando pocos días antes, y tras conocer la fuerte desviación sufrida, salía a la luz una carta del señor Rajoy prometiendo a Bruselas más ajustes.
La propuesta del -aún- ministro de economía no es ni mucho menos un invento moderno y novedoso, sino que se sustenta sobre una ida planteada a principios de la década de 1980 por el economista Arthur Laffer. Éste puso su nombre a una de sus principales contribuciones económicas, conocida como la Curva de Laffer. Esta idea consistía en que existen dos etapas o momentos donde la recaudación fiscal del gobierno es nula: cuando el impuesto sobre el salario es del 0%, y cuando dicho impuesto es del 100% ya que los individuos no tienen incentivo alguno a trabajar. De esta forma, intuyó que entre ambos extremos debía de existir un punto en el que la recaudación impositiva alcanza su máximo, pero que si la presión fiscal es demasiado elevada dicha contribución decrece progresivamente hasta llegar a cero.
Su aplicación práctica llegó durante el mandato de Reagan, quien redujo el impuesto sobre la renta un 9% entre 1980 y 1984. La realidad sacudió fuertemente a la teoría de Laffer, puesto que la recaudación impositiva disminuyó considerablemente, dando lugar a aumentos del déficit fiscal.
Desde entonces numerosos han sido los economistas que han tratado de estudiar la validez de dicha teoría, y los debates entre sus partidarios y sus retractores están al orden del día. Lo cierto es que en este aspecto las ideas más “extremas” no son válidas: ni es cierto que bajando los impuestos se aumenta la recaudación, ni es cierto que la curva de Laffer no exista. La pura realidad es que aunque ésta es totalmente válida, no nos encontramos en el lado derecho de la misma, y por tanto, la única forma de aumentar la recaudación será mediante un aumento de los impuestos.
Como vemos en el gráfico, la relación que existe entre el tipo impositivo medio sobre el salario y la recaudación fiscal que ese país obtiene es claramente positiva, confirmando que aún nos encontramos en el lado izquierdo de la Curva de Laffer y que, por tanto, aún hay margen para aumentar la carga impositiva y obtener así una mayor recaudación fiscal. Dicho margen es distinto en cada país, pues no todos comparten el mismo máximo de la curva: depende de la distorsión que generan los impuestos en ese mercado de trabajo, la relativa facilidad de evasión fiscal que sufre, la finalidad a la que se dedican dichos impuestos…
Por tanto, no hay duda de que una reducción del IRPF como propone el señor De Guindos no va a producir más que un aumento del déficit, y que en un momento en el que se nos exige corregir la desviación sufrida (precisamente por una medida como ésta cuya única finalidad era la obtención de votos), proponer medidas de este tipo es simplemente vender humo. Es altamente -por no decir totalmente- improbable que desde Bruselas se permita aplicar esto, por lo que, siguiendo con las buenas costumbres del Partido Popular, parece que esta propuesta será una más de las muchas que acaban siendo papel mojado. La única duda que no consigo resolver es que, en caso de que acaben gobernando este país después del 26J y sin el comodín de “la herencia recibida”, ¿a quién echarán la culpa esta vez de no poder cumplir con lo prometido?