"La tierra muestra a quienes valen y a quienes no sirven para nada", dijo una vez un campesino muy lúcido. Los que hemos habitado casi toda la vida en grandes ciudades, apenas conocemos nada sobre la vida rural. Hay quienes la idealizan, imaginando lo benéfico que debe ser respirar a todas horas el aire benéfico del campo y la mayoría ni siquiera se plantean la dureza y la ansiedad que produce una labor que para salir adelante no solo depende la constancia del trabajador, sino de que los factores meteorológicos - entre otras muchas cosas - acompañen. Bien es cierto, como bien apuntaba Berger hace cuarenta años, que el campesinado es una clase social que tiende a su desaparición absorbida también por la tendencia a la mecanización de todos los trabajos y al abandono de tierras consideradas improductivas, por lo que muchas zonas rurales (solo hay que asomarse a esa España vacía, de la que habla Sergio del Molino), se encuentran en la actualidad prácticamente despobladas.
Los campesinos que retrata el recientemente desaparecido John Berger en sus relatos son gente muy peculiar, que vive para la tierra y no concibe otra forma de existencia, testarudos, conservadores y un poco supersticiosos, pero también guardianes de las esencias de un conocimiento tan antiguo como la propia humanidad que confían en transmitir a su descendencia para que la cadena, el eterno retorno del ciclo de las estaciones, no termine nunca. Como dice uno de los personajes, preocupado por la tendencia de la juventud a emigrar a las ciudades en busca de una vida más cómoda:
"(...) este trabajo es una manera de preservar el saber que mis hijos están perdiendo. Cavo los hoyos, espero a la luna nueva para plantar los arbolitos porque quiero dar ejemplo a mis hijos, si es que están interesados en seguirlo, y, si no lo están, para demostrar a mi padre y al padre de mi padre que el conocimiento que ellos transmitieron todavía no ha sido abandonado. Sin ese saber no soy nada."
Lo mejor de Puerca tierra, libro con el que el autor británico inicia su famosa trilogía, es que se nota que el autor se ha empapado de la vida campesina antes de escribirlo. Se nota por los detalles que describe, por la apelación a las preocupaciones y los miedos de los protagonistas de los relatos. Precisamente el volumen decae cuando Berger - en el último relato, el titulado Las tres vidas de Lucie Cabrol - se aleja del estricto realismo para caer en el realismo mágico. A pesar de este detalle, Puerca tierra es una lectura fundamental para quien quiera conocer de primera mano las duras condiciones de vida de los trabajadores rurales de hace solo unas décadas, que supongo que en muchos aspectos no distarán mucho de las actuales.
Revista Cine
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