
Después de que Ian Ranking jubilará al detective John Rebus, con quien ha compartido su vida durante 20 años había expectación ante su nueva novela. Esta ha sido Puertas abiertas y a mi parecer y sin conocer a su archiconocido detective la ha superado con éxito, aunque quizás eso lo podría decir alguien que haya seguido su trabajo más de cerca.
No es una novela negra convencional, porque no hay cadáveres, y tampoco es el punto de vista del investigador el que prevalece, podría decirse que el autor le ha dado una vuelta de tuerca a su producto y nos presenta el crimen desde el punto de vista de quien lo comete. Sin embargo ni siquiera los delincuentes son convencionales, son unos aficionados llevados por su amor por el arte, quienes de forma utópica creen estar haciendo un bien a la pintura, al liberarla de las cajas fuertes de los coleccionistas privados.
Argumento:
Un magnate de la informática, multimillonario y retirado que se aburre, un profesor de Bellas Artes algo impetuoso e irascible, un empleado de banca, nervioso e inseguro, conforman el grupo que Laura Stenton, directora de una casa de subastas denomina los tres mosqueteros. Al grupo se unirá un estudiante de Bellas Artes experto en copiar obras clásicas y añadirle su toque personal contemporaneo, y sin preverlo ninguno de los implicados un gángster de Edimburgo, antiguo compañero de colegio del multimillonario. Sin embargo lo que no podían prever ninguno de ellos era que el mafioso estaba siendo vigilado por la policía. El inspector Ransome se convierte en una pesadilla para ellos, y las cosas comienzan a complicarse cuando detrás de ese robo se descubre algo de dimensiones mucho más grandes que amenaza incluso con llevarlos a la cárcel o lo que es peor a una muerte segura.
No soy una entendida en pintura, y quizás por ello no haya sido capaz de disfrutar en profundidad de esta novela que destila una gran pasión por el arte, entre subastas de cuadros, galerías, y museos se desarrolla la acción que tiene quizás su punto álgido en el improvisado taller del copista de arte y el almacén donde se guardan los excedentes de los museos de Edimburgo. Una gran variedad de pinceladas, colores, técnicas, y belleza a raudales que adorna las paredes del First Caledonian, banco en el que trabaja Allan , o las paredes de la casa de Micke el multimillonario.
Los bajos fondos de Edimburgo son protagonistas de la mano del jefe de la mafia del lugar, a quien la policía tiene en su punto de mira, y también un grupo llamado los Angeles del Infierno que pretenden cobrar un alijo de droga que la policia le ha incautado. La acción principal del robo de cuadros se ve complementada por las vivencias del gángster, su entorno y sus problemas personales que terminan salpicando a todo el grupo de ladrones.
La novela comienza casi por el final, y digo casi, porque falta por conocer la resolución de la trama, sin embargo nos encontramos en los billares del gángster a casi todos lo personajes malheridos en un ajuste de cuentas, para pasar a relatarnos posteriormente el autor como se llega a esta situación. La novela avanza y casi no te acuerdas del principio hasta que te vuelves a encontrar con él y la resolución de forma magistral de la trama. Y sobre todo con un final abierto que quiere cerrar el cabo suelto que ha quedado a lo largo de la novela. Sin embargo digo que es abierto porque o bien ha dejado el camino abierto para una posible continuación, o bien quiere que sea el propio lector quien imagine que es lo que pasa a continuación. No puedo seguir divagando a riesgo de dar algún dato que de al traste con la lectura del libro.
No será la última novela que lea de este autor, en la estanteria de casa me espera Black & Blue, esta vez si protagonizada por el dtective Rebus, de quien en Puertas abiertas podemos encontrar una velada alusión que para los profanos en la materia como una servidora, se aclara en la nota a pie de página, bien por el autor, o por el traductor
Me ha parecido una novela interesante, aunque suerte que yo soy más bien abstemia, si no seguro que con la lectura de esta obra hubiera ingerido cantidades ingentes de wisky y fumado una cajetilla tras otra de cigarrillos rubios. Cuanto vicio suetlo por las calles de Edimburgo, ciudad que conoce a la perfección el autor, y cuanto wisky a raudales corre por sus páginas, aunque por lo que he leido sobre el autor es una constante en su obra.