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Pues a mí me gusta El Último Samurai

Publicado el 06 enero 2014 por Equipo QuehacesquÉ

Hay una corriente narrativa que se conoce como de frontera, protagonizada por personajes desahuciados por su entorno o en los límites de la deserción, que encuentran un nuevo camino más allá de su propio mundo. A veces la frontera física y la emocioanl coinciden, a veces no están claras. A veces el otro lado viene con sus propias maldiciones. Lo cierto es que el western (sin ser el único género, ni la norteamericana la única cinematografía con línea fronteriza) nos fue dejando esta idea que se hizo más nítida, más agria también, al final del siglo XX. Bailando con lobos la redefinió para los estudios, y de vez en cuando reaparecen películas sobre nómadas que se encuentran al otro lado de la civilización.

Una de esas películas es El último samurai, de Edward Zwick. Y como de cine ya hay gente que sabe mucho, vamos a lo que nos interesa.

Hay una corriente narrativa que se conoce como de frontera, protagonizada por personajes desahuciados por su entorno o en los límites de la deserción, que encuentran un nuevo camino más allá de su propio mundo. A veces la frontera física y la emocioanl coinciden, a veces no están claras. A veces el otro lado viene con sus propias maldiciones. Lo cierto es que el western (sin ser el único género, ni la norteamericana la única cinematografía con línea fronteriza) nos fue dejando esta idea que se hizo más nítida, más agria también, al final del siglo XX. Bailando con lobos la redefinió para los estudios, y de vez en cuando reaparecen películas sobre nómadas que se encuentran al otro lado de la civilización.  Una de esas películas es El último samurai, de Edward Zwick. Y como de cine ya hay gente que sabe mucho, vamos a lo que nos interesa.

“¡No hay pan pa tanto chorizo!”

El argumento se inspira tangencialmente en la Revolución Satsuma, que tuvo lugar durante la Era Meiji. De historia japonesa saben mucho en Historiajaponesa.com:  Jonathan López Vera dice que el protagonista, Nathan Algren, aterriza en Japón como si viniera de Neptuno, y esa es la idea. John Logan y Marshall Herskovitz armaron un guión donde el personaje principal es un testigo de otros hombres, no sé si por temor a ser acusados de colonialistas o para quitar presión a Tom Cruise, que era un reclamo un tanto espinoso.

En cualquier caso este es probablemente uno de los rasgos más inteligentes de la película, que apunta hacia dos personajes en concreto: Katsumoto (Ken Watanabe) y Ujio (Hiroyuki Sanada). Samurais, fieles el uno al otro pero de caracteres muy opuestos, acaban haciéndose con la historia. Tienen en común mucha alegría de vivir y un sentido del humor ingenuo y bastante grueso que contrasta con la melancolía general. Saben que sus días están contados, pero tienen asumido que su destino, morir plantando cara, le dará valor al ideal de vida que defienden.

La representación del samurai como icono para los occidentales pasa inevitablemente por el seppuku. El honor, y por ende la virilidad, están asociados a esta forma de ejecución. El último samurai toca el ritual pero la muerte de sus guerreros, en batalla o después de ésta, no es un objetivo sino un medio. Defienden una idea y están dispuestos a dar la vida para demostrar esa idea.

Porque, otro rasgo original de la cinta, el Katsumoto de esta ficción no lucha contra unos demonios extranjeros. A quien le planta cara es al capitalismo.

La película está sembrada de referncias al western, género hermano del chanbara. Uno de ellos es la llegada del tren, que entra en Japón como en el Oeste, a fuego y sangre. No hay peli de samurais sin katanas ni malvado comerciante, y el ferrocarril pertenece a una contrata, igual que el ejército japonés, que va a estar provisto por una Blackwater de la época. Pero la dicotomía que plantea va más allá del brillo de las espadas: ¿vale la pena todo esto? Los hombres de Katsumoto no viven para la muerte. Su mundo no es perfecto, no siempre son justos y se muestran terribles cuando se les va la mano. Pero creen que lo que viene es mucho mucho peor. La tesis de Logan y Zwick es que los samurais no son caballeros sino hombres, hechos de otra pasta pero hombres al cabo, que se equivocan, rectifican, sufren, ríen y sobre todo creen en una idea. Pasan mucho más tiempo hablando que luchando. Katsumoto prefiere las conversaciones.

Pues a mí me gusta El Último Samurai

Y al fondo, narrando a Katsumoto y a Ujio, Algren. Un americano alcohólico y destrozado moralmente que llega a Japón por dinero. Pero no se enamora del lugar ni de la idea sino de las personas. Que a la larga su sacrificio le dé otra oportunidad es un gesto enormemente coherente. Es un testigo del mundo que muere con ellos y del mundo que viene. Por eso debe vivir, y por eso muchos otros y otras como él seguimos buscando esa pequeña medida de paz en Japón mismo o dentro de los dojos.

Uno de los hallazgos de la cinta es la presentación para el público occidental de Hiroyuki Sanada. A pesar del estilazo con la espada de Ujio, Sanada no practica iaido ni kenjutsu: es miembro del Japan Action Club, la escuela de interpretación marcial que enseña a hacer movimientos espectaculares y realistas a la vez. Entrenan a diario y con tanta dedicación como en cualquier dojo. Hay muchas licencias creativas en El Último Samurai, pero también mucho respeto por la forma de trabajar de estos actores y estos técnicos.

Por eso mismo no termino de entender la suspicacia que despierta en la comunidad kenshi esta película. Es ciertamente simplona, pero rodada con gran delicadeza y brillantemente interpretada. Yo, que también soy muy simple y me conformo con cualquier cosa, acepto que en el cine siempre hay sitio para aparcar, que un oficial de carrera puede aprender a defenderse con la espada en unos meses y que se le verá mejor sin kabuto. Y agradezco mucho que los guionistas de El Último Samurai no se fueran directos a contar la historia de los samurais y contaran la mía. Por eso veo esta película con mi familia todas las navidades y me sigue emocionando como la primera vez.

El guión original de Logan está disponible aquí, y a mí me gusta todavía más.


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