Revista Sociedad

Pues sí nos estamos jodiendo, sí

Por Lor Martín

Pese a absolutamente todo lo que hemos leído, visto y oído estos dos últimos días, tras los comentarios que recibí en la última entrada, mi conciencia había quedado bastante tranquila. No estoy sola, no solo yo pienso que esto ha rebasado los límites de la lógica (límites con los que intento guiar mi vida) y pese a todo, hay mucha más gente que, sencilla y llanamente, está cansada de lo que nos dan para desayunar, comer y cenar.

Leí todos los comentarios con interés y en ellos vi que lo que ahora guiaba los pasos y las palabras de la gente es la rabia. Una rabia incontenible por sentirnos estafados, engañados e insultados, siempre por los mismos. Y sí, ahora digo los mismos porque aunque siempre he defendido que para mí los colores eran lo de menos, que lo que realmente me dice cómo es una persona son sus palabras y más importante aún, sus hechos, esta vez sí son ELLOS. Me da igual tras qué pancarta esté, tras qué eslogan. Sin embargo, como ciudadanos relativamente pasivos que somos, hemos aguantado estóicamente mentiras y engaños de los que nos han gobernado hasta ahora (como digo, fueran del color que fueran). Sin embargo, y a los hechos me remito, lo de estos últimos meses ha traspasado los límites más insospechados. Esos límites de los que algún desaforado nos intentó avisar hace algún tiempo y que la mayoría, esperanzados con una mejora, por leve que fuera, no quisimos creer. ¿No querías sopa? Pues espera, ven, siéntate, que te vas a comer 18 tazas.

Para mí ya hemos entrado en un círculo vicioso de alucinaciones. Algo así como levantarte por la mañana, abrir el ordenador y pensar: “A ver con qué burrada me encuentro hoy“. Y efectivamente, nuestros políticos no nos defraudan. Ninguno. Nunca. Hace algún tiempo, cuando ya todos sabíamos que España se iba a freír monas, apareció De Guindos para anunciarnos su particular “ajuste temporal a reembolsar” totalmente beneficioso para nuestro país. Más tarde, Rajoy se pira a gritar a la Selección mientras el trocito de tierra del que es responsable hace más aguas que el Titanic. Hace apenas un par de días, sale la cínica, irrespetuosa y desesperante DesEsperanza Aguirre para decir que “Lo de los mineros no es para tanto“. Y ayer, ya flipando gambas literalmente, nos encontramos con que la hijísima de nuestro amado y tuerto Fabra, nos manda un mensaje alto y claro, para que aprendamos a aceptar lo que nos imponen desde arriba. Ey! Sí señor, eso es talante y no lo de Juan Cuesta. Alucinante.

Pues sí nos estamos jodiendo, sí

Lo que no sé es cómo, con la de tazas de sopa que nos están dando, a la fuerza, a la más asquerosa fuerza (la próxima vez que cerremos la boca para no tomar más sopa vendrán los antidisturbios a abrírnosla con la porra) todavía hay gente que se mantiene impasible ante todo. Qué bonita es la ignorancia, la pasividad. Ojalá yo pudiera mantenerme totalmente al margen de lo que me rodea y vivir feliz entre geranios y ovejas, disfrutando la madre naturaleza (que también nos están quitando) y tomando te mientras veo pasar las nubes. De verdad, ojalá. Viviría más tranquila y seguro que hasta no se me caía tanto el pelo!

No sé muy bien cómo se va a solucionar esto, si es que finalmente se soluciona. Ojalá también tuviera esa pequeña respuesta que todo el mundo espera, que todo el mundo parece necesitar. Sé que la llama está encendida y que la yesca está cada vez más seca. Esto tiene pinta de tener poco arreglo pacífico. Y eso me duele en el alma. Me duele porque en mi casa siempre se ha tenido muy presente lo que hundió esa guerra los ánimos, las esperanzas y la supervivencia de este país. Me parece que los ciudadanos españoles sabemos “hacer bien la faena”, pero no llegamos a rematar nunca. El 15M es un ejemplo, y siento a quien le moleste. Me pilló en Roma aquellos días y, sinceramente, no me he sentido nunca tan orgullosa de ser española como aquellos días. Se veían imágenes espectaculares, emocionantes, irrepetibles. Y tras ¿cuánto?, dos o tres meses de lucha pacífica (por nuestra parte) se desvaneció todo tal y como había venido. Una pena que no sepamos cómo gestionar y focalizar la mala leche, el odio, la rabia, la impotencia y el coraje que nos provocan los impresentables que ahora tenemos pisándonos el cuello. Unos impresentables que se han hecho con el poder porque sencillamente se lo hemos dado. Unos impresentables que ahora nos miran desde sus escaños del Congreso, por encima, y nos gritan “Que se jodan” esperando ver cómo nuestros sueños, nuestro futuro y nuestras esperanzas, se van a tomar vientos.


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