Revista Opinión
Los gerifaltes que mueven los hilos del mundo también necesitan comer. Cuesta encontrar en los medios una instantánea en la que se les vea satisfaciendo alguna de las necesidades básicas y universales del ser humano. Casi siempre los medios nos los presentan en plena faena, dando comunicados o apretones de manos a sus homólogos, despachándose a gusto con sus adversarios en los parlamentos o declamando afectadas soflamas al ciudadano. Nunca comiendo, a no ser que se trate de un evento social de carácter ceremonioso.
Merkel y Obama han decidido romper el protocolo diplomático y presentarse al mundo como pareja gastronómica, compartiendo mesa y mantel. No sabemos muy bien si también compartieron plato. No tenemos foto del menú, no podemos saber siquiera si comieron o no juntos. Excepto la foto, todo es retórica del mentidero mediático. Lo más probable es que algún asesor de imagen -ex publicista de éxito, fotosopista venido a más- aconsejase a los dignatarios mostrarse cotidianos y distendidos ante los medios. No es para menos; está en juego la estabilidad económica de Europa, según dicen. Una mesa de restaurante con mantel de blanco nuclear, copas bien alineadas pero vacías, unos platos decorativos, también vacíos, bastan para crear la escena perfecta. Al fondo se añaden dos extras -en paridad sexual-, una pared de colores y cuadros neutros, un ventanal luminoso que evoque optimismo, transparencia y confianza, y listo.
La puesta en escena es la parte más fácil. Lo verdaderamente complicado es elegir la toma adecuada. Una vez realizadas numerosas instantáneas, de variado encuadre, plano y angulación, hay que elegir aquella que se ajuste con mayor acierto al tono emocional que se desea reflejar. Los actores protagonistas deben colocarse correctamente en la mesa, la pose y el vestuario deben dotar de significado al momento. Un pequeño detalle, un elemento distorsionante, puede convertir con facilidad un retrato coherente en una viñeta de doble sentido. Así, Merkel irá vestida con tonos más oscuros que él, eligiendo un vestido elegante, sobrio sin exceso, que transmita seguridad y saber estar; el pelo, bien peinado y despejado, que deje ver bien el rostro. Obama, por su parte, irá de blanco, arremangado y con pose distendida -no es azaroso que se vea el reloj y el anillo matrimonial, o que sus dedos toquen como quien no quiere el cuello de una copa y que una mano se apoye sobre su mentón-, que transmita voluntad dialogante, pero vigilante; atento, pero seguro de sí.
La gesticulación de Merkel denota que es ella quien viene a proponer y Obama a escuchar. Sus miradas se cruzan en señal de interés y acuerdo; Alemania y Estados Unidos se miran, se entienden, trazan lazos; en fin, el guión complaciente habitual en estos casos. Merkel promete a Obama que la próxima vez que vaya a Alemania, podrá por fin dar su discurso bajo la Puerta de Brandeburgo. Estamos preparados para entender que sois nuestros aliados, el pasado no importa, solo fortalecer nuestros mercados, bla, bla, bla. Obama, por su parte y para demostrar su buen rollo, le ha obsequiado a la canciller con una medallita; a ver si así se ablanda un poco y le aprieta las tuercas a los socios europeos. Algunos analistas del prêt-à-porter dicen que la pareja -la iron lady y el political star- no posee química alguna, pero la coincidencia en la estrategia a seguir en lo referente a lo económico dice lo contrario. La competitividad y los ajustes en política social actúan de potentes feromonas.
La fotografía reproduce denotativa y connotativamente los objetivos políticos de ambos gobernantes. Nada queda fuera de la mirada escudriñadora del asesor de imagen. El azar no es una posibilidad. La política es un arte escénico frágil. La imagen debe valer por mil palabras, ni una más, ni una menos.
Ramón Besonías Román