Es fácil hacer leña del árbol caído, más aún si los vientos de crisis se prestan con facilidad a todo tipo de populismos. «Zapatero claudica», reza un titular del diario regional extremeño Hoy, acompañado por esta imagen connotativa, intencionada, en la que puede observarse a un Zapatero cabizbajo, con gesto sobrio. Todos sabíamos que el ciclo político de Zapatero había llegado a su fin; él mismo lo anunció hace tiempo. Aún así, la prensa conservadora insiste en presentar la noticia del adelanto de elecciones como una derrota o abdicación del presidente; a fin de cuentas, como un síntoma más de la llamada debacle de ingobernabilidad en la que el PP pretende convertir la legislatura de Zapatero. Piensa quizá que presentando al opositor como un demacrado cadáver, el electorado creerá más convincente su proyecto político.
«Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare, no se alegre tu corazón», recomienda un versículo bíblico de Proverbios. Pero poco importa la nobleza cuando lo que está en juego es la entrada en la Moncloa. La veda está abierta y los cazadores de votos engrasan sus escopetas, apuntan sin importarles el tono y la honestidad de sus declaraciones. Se da por supuesto que el ejercicio del poder político durante la legislatura de Zapatero fue un despropósito, sin atenerse a la casuística de las circunstancias ni apreciar los aciertos de su mandato. Hemos perdido el respeto al trabajo ajeno, estereotipando nuestra actitud ante determinadas profesiones, a las que denostamos a priori sin concederles ningún derecho a un juicio justo y equilibrado. A ello ha contribuido el recurso excesivo por parte de la prensa española de una retórica polarizada, con las cartas marcadas, y el uso en aumento de casquería informativa, preocupada más en llamar la atención del lector que ofrecer los hechos con un mínimo de rigor y seriedad. Quedan aún cuatro meses hasta el 20N y nada hace pensar que el período preelectoral sea un camino asfaltado; antes bien, veremos más de lo mismo, no un acto sereno e inteligente de democracia, sino el ejercicio habitual de pugilismo político.
Puede que a corto plazo, a modo de chanza en busca de empatía ideológica, resulte gracioso -según a quien- el recurso a la burla, la falacia ad hominem, el vituperio; pero el electorado no es tonto (o por lo menos no lo es siempre). Los partidos políticos deben reconocer que el soberano demanda honradez y profesionalidad y que no quieren que de hoy a finales de noviembre el noticiero diario se convierta en una mala telenovela.
Ramón Besonías Román