El traslado de parte del TSJA, el último reducto del orgullo local, a Málaga y Sevilla, tiene soliviantada a la opinión pública granadina, que está hasta la corona de Isabel la Católica de aguantar desplantes, retrasos y ninguneos por parte de todas las administraciones.
Parece que los granadinos, tradicionalmente lloricas de bar, hemos, por fin, despertado y estamos dispuestos a pelear con fuerza por lo que queremos. Nunca es tarde para abandonar la queja y atender la seria admonición de Carlos Cano: “Si en vez de ser pajarito, fuéramos tigre bengala, a ver quién sería el guapito de meternos en una jaula”.
Hasta ahí la buena noticia. La mala es que hay quien, por intentar pescar en río revuelto o en un ejercicio de manifiesta irresponsabilidad, está llevando a cabo, en los medios y en las redes, una intensa campaña de agitación y propaganda contra ciudades hermanas como Málaga y Sevilla. Excitando con argumentos demagógicos los bajos instintos de una población hastiada, han conseguido que, de repente, Granada se llene de puigdemonitos, que suspiran por la independencia zirí y repiten como autómatas que los demás nos roban. No deberíamos dejar las justas reivindicaciones de una provincia abandonada -fundamentalmente por sus propios políticos- en manos de los más hooligans ni de los más desahogados. El precio de la lucha por la dignidad de esta tierra no puede ser la reapertura de viejas querellas -que creíamos resueltas- contra ciudades vecinas. Defendamos lo nuestro sin entrar en guerras absurdas, de las que probablemente saldríamos escaldados. Alguien debería recordar a los ultrasur de la república independiente de su casa que el otro día hubo cuatro senadores (tres del PP y uno del PSOE) que votaron a favor de que Barcelona sea sede de la Agencia Europea del Medicamento, lo que no tendría nada de malo de no ser porque los cuatro son granadinos y los cuatro se habían comprometido a defender los intereses de la provincia, que aspiraba, legítima e ingenuamente, a albergar la sede de dicha agencia. Tampoco es sevillano el alcalde Cuenca, que, para no molestar a Susana, prefirió quedarse en casa las cuatro veces que los granadinos se echaron a la calle por sus hospitales. En Villatripas de Abajo lo habrían tirado al pilón, pero ahí sigue, sacando pecho y haciéndose fotos con rockeros, a los que primero engatusa y luego les cierra los bares. Más sorprendente es lo del líder de la Plataforma Juntos por Granada, que asegura en las redes que “ha llegado la hora de revisar el contrato social que une a Granada con Andalucía”, desde su puesto de Letrado del Gabinete Jurídico de la Consejería de Presidencia de la Junta. Y de vocal de la Mesa de Contratación de ese Patronato de la Alhambra que también aspiró a dirigir, sin importarle entonces que fuese el instrumento del que se sirve la administración autonómica para esquilmar los recursos locales. ¡Pu-ta Sevillá, puta Malagá! * Publicado en GD Granada Digital ("Opiniones contundentes")