Mientras este primero de año contestaba mensajes en el móvil de amigos y amigas que me felicitaban por mi onomástica, se cruzó uno que me desconcertó y del que aún no me he repuesto: José Antonio Pujante Diekmann, ex-coordinador regional de IU-Los Verdes, había fallecido esta mañana de un infarto, en Murcia, a la edad de 54 años. La muerte, que siempre suele ser ese invitado inoportuno que no sabe de fechas ni celebraciones, se ha cebado con un buen hombre, un político honesto y cabal, de los que peleaban por lo que creían desde el trabajo denodado, el respeto hacia el adversario y la crítica constructiva.
Pujante, que dejó la primera línea de la vida política tras no ser reelegido en las autonómicas de 2015, en las que encabezó por tercera vez la lista de su formación, fue un trabajador incansable en los ocho años que permaneció como único diputado por IU en la Asamblea Regional. Y fue alguien que se multiplicaba para asistir a ponencias y comisiones, como si estuviera dotado con el don de la ubicuidad. Resultó implacable con lo que consideraba desmanes de los gobiernos de turno, crítico en grado sumo hacia la megalomanía gubernamental y el despilfarro en el erario. Pero, siguiendo el ejemplo de otros como Gerardo Iglesias o Julio Anguita, supo hacerse a un lado cuando consideró que ya no era útil para encabezar el proyecto y volver a su oficio, a las clases de Filosofía en un instituto de Lorca, en la enseñanza pública, por la que tanto luchó y en la que creía firmemente. Como también creyó sin ambages en la sanidad o -de ello puedo dar fe- en la radio y televisión públicas.
La vez en que más convencido estuve de que la izquierda podría sumar para desbancar al PP del gobierno de esta Región fue un caluroso mediodía, en el barrio murciano de Santa Eulalia, en concreto en la terraza de La Mallorquina, lugar en el que nos citaron a unos cuantos periodistas Pujante y el líder regional de Podemos, Óscar Urralburu, para exponernos su idea de aproximación, a cubierto de un toldo y con unas reparadoras cervezas de por medio. Aquello no cuajó entonces, pero me consta que ambos políticos seguían conectados para intentar buscar puntos de concordancia. Pujante peleó y bregó como pocos por la reforma de la ley electoral que acabara con la injusticia de que un diputado costara a una formación como la suya casi el triple de votos que al PP o al PSOE, algo que le impidió volver a la cámara legislativa hace cuatro años por unos pocos sufragios. Y obtuvo el compromiso de los socialistas, de Podemos y de Ciudadanos para que así fuera en la legislatura que ahora concluye.
En las redes sociales, la repentina muerte de José Antonio Pujante ha originado multitud de gestos de reconocimiento a su labor e integridad desde todo el arco parlamentario. Y de quedarme con uno, me quedaría con el calificativo de ‘’llanero solitario” en la Asamblea Regional que alguien le otorgaba a las pocas horas de conocerse su partida, recordando así las dos legislaturas en las que en aquella cámara se batió el cobre por los más desfavorecidos.