Amber, arrastró el cuerpo de la Smithy detrás de la cama y la cubrió con la ropa y edredones de pluma de oca .
_ Nunca antes se habrá sentido tan calentita._Pensó,mientras arropaba dulcemente el cadáver y lo ocultaba temporalmente de la vista de cualquier intruso.
Después, se colocó un gracioso gorrito de lana rosa de Jimmy Choo y con paso decidido salió al pasillo.
Avanzaba con decisión hacia la zona de ocio del Sanatorio. Tenía que cruzar la sala de lectura y seguir hasta la escalera, para descender a los vestuarios y el parking. Pensó que sería mucho más fácil despistar a un empleado de mantenimiento que al personal que diariamente la trataba y podría sospechar de su actitud.
La zona de peligro, a esa hora de la mañana, estaba desierta, a excepción de alguien sin nombre, que se situaba entre las mullidas alfombras iraníes y las pulidas mesas de caoba para la limpieza diaria del vasto salón.
La luz que proyectaban las bellas arañas de cristal del techo, se extendía por los delicados objetos que adornaban los muebles, las porcelanas y pinturas. Las flores frescas, en los muchos jarrones que perfumaban la estancia, le recordaron las tranquilas tardes, en las que pasaba las horas perdidas, escuchando las notas melifluas del Schimmel, virtuosamente ejecutadas por el joven pianista suizo, que, como no podía ser de otro modo, formaba parte de la plantilla de terapeutas del Hospital.
Ella, ¡adoraba la música!, sentía pasión por las artes, la belleza, la arquitectura.., _ es algo natural en mí_ se dijo, no entiendo que se puedan profanar estos templos, por seres incivilizados e insensibles.
Cruzó por delante de la empleada, sin dedicarle apenas una mirada y dobló la esquina resuelta a obviar los ascensores y tomar la escalera que la llevaría dos pisos por debajo.
Se dirigía al área restringida de empleados y a la salida.