Hace un año ya que te vi por última vez. Tres meses después, sin saber de ti y en un momento de valentía y orgullo, no sé si absurdo, ponía fin a nuestra amistad mediante una carta de libertad a la que ni siquiera te dignaste contestar.
En estos meses he tenido muchos, muchísimos momentos de debilidad. Te he llorado posiblemente nueve de los doce. Te he pensado 366 días, para colmo ha sido año bisiesto. Te he insultado en soledad. Te he pedido perdón sin sentido en silencio. Te he deseado en mi puerta infinidad de veces. He imaginado reconciliaciones comparables a muchos finales emotivos de películas, en varios de ellos eras Jack en Titanic y también pasaba de hacerte sitio en la tabla. He recreado diálogos al borde de un precipicio. Pero en definitiva, te he añorado cada minuto.
Me duele tu silencio y tu traición, y tu ausencia. He llegado a sentir dolor físico por el vacío que has dejado en mi corazón y mi alma. Eras mi Amigo. Eras. Es horrible pensar en pasado cuando se trata de ti.
No he podido volver a escribir. La tristeza me lo impide. No quiero darle a mis textos el sabor de la amargura que siento. El sentido de mi escritura es sacar una sonrisa del lector, salvo excepciones. Al quitarme mi sonrisa no soy capaz de pedirle a nadie la suya, como no soy capaz de pedirte que vuelvas a mi lado. Y posiblemente fuera una petición errónea, ya nada volvería a ser lo mismo.
Te deseé felicidad, pero mentiría si omitiera que entre las lágrimas y el dolor ha habido veces en que me he retractado. La rabia hace aflorar lo peor de cada persona.
No sé cuánto más me durará tu vacío, probablemente siempre, pero con este escrito quiero poner fin a mi luto autoinfligido, exorcizar mis demonios, soltar todo que llevo un año callando, básicamente porque no tengo a quien contárselo, y seguir adelante. Volver a sonreír y, sobre todo, volver a escribir, aunque ya nadie me lea, me corrija, me anime, me motive y me dé fuerzas como lo hacías tú, mi más leal seguidor.