El bamboleo de los vagones del tren le impedía pensar con claridad. Los nervios y la incertidumbre de éste inesperado viaje le hacían estar más nerviosa de lo habitual. Ana siempre fue una mujer centrada y racional, al menos antes de que Mateo apareciera de nuevo en su vida. No se lo pensó dos veces tras hablar dos largas hora con él por teléfono, jamás había tomado una decisión sin meditar por el miedo a sus consecuencias, pero la pasión le hizo reservar un billete de ida, meter un par de vestidos en la maleta y dejarse llevar.
Restregaba las palmas de sus manos contra su falda, siempre le sudaban cuando se ponía nerviosa, y miraba absorta por la ventana aquel hermoso paisaje de los campos de Castilla mientras pensaba en cuánta razón llevaba Machado en su literatura. Preciosos paisajes de los cuales a medida que aquel Talgo avanzaba, más se iba enamorando, no le importaba en absoluto poner punto y final a su triste vida y comenzar junto a él, un nuevo capítulo. Recordaba mientras miraba las caras de la gente que la acompañaban en su viaje , lo insulsa que era su vida hace cuatros meses cuando ambos se volvieron a encontrar; desde que perdieron el contacto Ana no tenía la más remota esperanza de volverlo a ver, había sufrido mucho tras su marcha y ahora que estaba casi recuperada, aparece. Que cruel es el destino a veces, pensó, pero que maravillosa la vida que nos concede una segunda oportunidad.
Sonreía mientras recordaba su voz, sus palabras y su encuentro, lo había imaginado de tantas maneras que aún no lo podía creer, tantos mensajes, tantas conversaciones, tantas ganas acumuladas, aquel día que no podía sacarse de la cabeza la hacía feliz; entre el vaivén de pasajeros y el movimiento del tren, se estremecía recordando sus besos una y otra vez…
El móvil vibró aquella noche. Un mensaje de WhatsApp de un número que no tenía en la agenda, pero con sólo ver los tres primeros dígitos, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, era él. El corazón a mil por hora hizo que se me secara la boca al tragar saliva. Como un resorte salté de la cama, no quería abrir la aplicación para que no se percatara de que había leído su mensaje, no antes de saber qué iba a contestar. Sin duda era él, ahora, cuatro malditos años sin saber de su vida y menos él de la mía y un “Hola” hizo tambalear toda una vida…
Así comenzó todo, el “hola” se convirtió en pocos días en un “te echo de menos” y un “quiero volverte a verte” y yo confusa no acertaba con mis palabras, no sabía si hacerle caso a mi cabeza o a mi corazón y aquí estoy; sin duda mi corazón ganó, el deseo de volverlo a ver me atormentaba día y noche y no pude negarme a sus insistentes ganas. Aprovechando su estancia en la ciudad, quedamos una mañana en el café donde solíamos vernos cuando salíamos de la universidad. Aquella noche la pasé en vela, nerviosa y excitada, preguntándome si había cambiado, si yo seguiría gustándole. Llegue tarde, no quería parecer ansiosa, y allí estaba él, sentado en nuestra mesa, aún se acordaba de que ese sitio guardaba todos nuestros secretos y conversaciones. Estaba igual que cuando se fue, pensaba, mientras me acercaba a la mesa, igual de guapo, sus enormes ojos verdes me guiaban por toda la cafetería, ese fue el momento en el que mi mundo, aquel que tuve un día que reconstruir a pedazos, se volvió a romper.
Conversábamos amenos, teníamos tanto que decirnos, tantos años, su mano rozaba la mía y me estremecía con cada sonrisa que me dedicaba, las miradas cómplices seguían como años atrás. Deseábamos besarnos y que se parara el mundo; al recordar sus besos no pude evitar humedecerme entera, preciosa sensación seguir sintiendo lo mismo que la primera vez. Las horas pasaban ante ese café, con las risas, los susurros, seguía igual de pícaro que antes, me pidió que delicadamente me bajara mis braguitas, ahí delante de todo el mundo y se las diera, era excitante saber el deseo que nos teníamos. Él sabía que yo ya estaba mojada con tan solo besarme, yo ya sabía que su pantalón iba a explotar de deseo cuando le tocaba la nuca y delicadamente le besaba la oreja.
Le di mi lencería, que me quité cuidadosamente sin que se notara por debajo de la mesa y en un descuido se la ofrecí, él mirándome a los ojos, la cogió y la llevó a la boca, queriendo oler mi sexo. Me provocaba aún más la situación y ardía de deseo al verle cómo disfrutaba de la prenda. Ante un descuido de las miradas ajenas, y entre risas, su mano se deslizó debajo de mi falda, notando mi calor me sonrió y me invitó a su hotel.
Con risas cómplices subíamos las escaleras, notaba ese contraste causado por el frío que se colaba por debajo de mi falda. Me tropecé con aquella puerta giratoria causa de mi nerviosismo, él me cogió de la mano y me sacó de allí, notó mis manos frías y sudorosas y ya sabía porqué. Mientras subía el ascensor, su mano jugueteaba con mis muslos, acariciando mi culo por debajo de mi ropa mientras yo no sabía donde mirar, avergonzada por la presencia de aquella pareja de ancianos. Por fin llegamos a su habitación. Todo recogido meticulosamente, su olor en el ambiente me embriagaba, seguía usando el mismo perfume intenso. Mis nervios me impedían avanzar y directamente me cogió por la cintura y me pegó hacia él. Rozó su nariz con la mía y cerré los ojos, mi corazón aceleraba cuando mordió mis labios y tiró de ellos. Lazó la chaqueta al suelo, yo le arranqué la camisa ardiente de deseo y el ruido de los botones al caer fue interrumpido por mi gemido cuando mordió mi cuello. Me empujó contra la pared, sujetaba mis antebrazos, su respiración se aceleraba mientras desabrochaba mi blusa suavemente. Sus grandes manos acariciaban mi espalda y me hacía vibrar, me giró bruscamente y me puso cara la pared apartando mi pelo mientras mordía mi nuca. La piel se erizaba al paso de su lengua, notaba su erección en mi culo, se agachó rozándome con sus labios bajando por mi espalda mientras con sus manos deslizaba mi falda y la dejaba caer, poco tardó en meter su boca detrás de mí e impregnarse de toda la humedad que llevaba aguantándome hace horas. Sus manos eran fuego que traían mi cuerpo hacia su boca para hacerme estremecer.
Agachado detrás de mí sujetaba mis nalgas con sus manos, un cachete inesperado despertaba mi placer, rasgó mis medias por la costura, mordió mil veces mi piel, al levantarse, escuché como se desabrochaba el cinturón mientras mordía mi hombro. Con paciencia me quitó el broche del sujetador, lo tiró al suelo y me pegó contra la fría pared. Mis pezones terminaron de endurecerse cuando noté su miembro, me susurraba al oído que me había echado de menos y sin llegar a responderle bajó mis medias rotas y volvió a darme una cachetada. Las piernas me comenzaban a temblar de tanto placer, el flujo bajaba por mis muslos, su lengua recorría toda mi entrepierna mientras yo solo podía arquear mi espalda de lo excitada que estaba. Sujetaba su cabeza con mi mano y sin aguantar ni un segundo más, me corrí. Se levantó y con su boca impregnada en mi humedad me besó, le comí sus labios con ansiedad y volvió a colarse dentro de mí sin a penas esperarlo, me penetró despacio, tirando fuerte de mi larga melena dejando mi cuello listo para su boca. Con cada embestida suya moría desecha en placer, bestia y delicado…así era él…
El tren avisaba de su penúltima parada, el viaje le había resultado muy corto mientras iba recordando. Desde que volvió a su vida ella estaba feliz, disfrutaba de cada llamada, de cada mensaje como una niña de quince años, ilusionada, iba a su encuentro para decirle que lo amaba, que no importaba el pasado, había llegado la hora de darle una oportunidad a este nuevo encuentro que el destino les había preparado. Cuando llegó a la estación, la multitud de la gente la aturdía, estaba en un lugar desconocido, maletas, pasajeros, no conocía a nadie, pero recordaba la dirección que Mateo le mencionó, así que todo era buscar un taxi y llegar hasta él. Mientras buscaba con la mirada sonreía de pensar en la sorpresa que le iba a dar.
De camino a su casa, una finca a las afueras, le dijo el taxista, pensaba en la locura que estaba a punto de cometer y se sorprendía de ver que había sido poco juiciosa y eso la excitaba aún más. Sorprendida por la grandiosidad del lugar, llegó a la verja, contemplando los grandes jardines que la rodeaban y la enorme casa, no sabía que le hubiera ido tan bien en el extranjero, apenas hablaron de sus negocios y su trabajo en aquel ardiente encuentro. Nerviosa por su reencuentro, no le dio tiempo a tocar al timbre cuando la puerta se abrió y apareció él con su maletín y su traje, dispuesto a salir al trabajo, pensó, seguidamente le daba la mano a una niña de unos cinco años y una mujer alta, morena y delgada, salía tras ellos dándole un apasionado beso de despedida. En aquel momento se le hundió el alma y ésta a su vez engulló su corazón, tenía mujer, familia, sus ojos llenos de rabia y decepción no daban crédito a la escena familiar que estaban contemplando. Temblorosa apartó la mano de la verja y sin poder dar paso alguno, suspiró decepcionada. Él la vio al girarse antes de entrar en el coche y notó su cara perpleja, la dejó ir mientras observaba como se alejaba por el camino con la maleta a cuestas. Sus cuerpos se cruzaron a su paso por la carretera, el halo de rencor y tristeza que desprendía puso punto y final a ese paréntesis de pasión y amor que ella sola en su cabeza y durante cuatro meses había construido y de nuevo su mundo se volvió a romper.
Un punto y final que ha sido cosa de dos, juntos y de la mano @soytumusa + @Trastorista
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