Un pueblo sin más opciones que las de ser imperialistas rancios
La histórica hipocresía del Partido Demócrata de los Estados Unidos, esa que les ha permitido venderse como la fuerza «progresista» del país frente al conservador y retrógrada Partido Republicano, se va transformando en cinismo. Mientras, fuera de sus fronteras queda más o menos claro que ambos representan básicamente lo mismo, pero con algunas diferencias en las formas. En lo interno, los ciudadanos parecen creer en realidad que son alternativas distintas. Basta ver y analizar sus campañas presidenciales. Sin embargo, se vislumbra un sector de la población capaz de interpretar más profundamente la política en su nación, un sector que reclama ante el hecho de que sus opciones, a lo largo de los años, sean siempre el mismo negro con diferente cachimbo. ¿Hay alternativa al imperialismo puro y duro que defienden demócratas y republicanos por igual? Probablemente no.
La elección de la hoy vicepresidenta Kamala Harris como sustituta de la candidatura presidencial demócrata de Joe Biden ha llevado a una suerte de campaña acelerada, ahora que el partido, en convención nacional, la nombró como su candidata oficial. Los discursos de la convención han sido los de la «crema y nata» demócrata: los Clinton, los Obama, Nancy Pelosi, todos encargados de mostrar que son la mejor alternativa ante el violento, condenado y «bruto» Donald Trump. Para marcar diferencias, el partido se presentó como un espacio abierto para todos, más allá de credos, razas y nacionalidades, ofreciéndoles la palabra a colectivos demócratas gays, latinos, asiáticos y afros. Un aparente crisol florido de aceptación y amplitud de miras.
No obstante, cuando llegó el turno del Movimiento Nacional No Comprometido, cuyo presidente representa a los palestinos-estadounidenses, le fue cancelada la participación. Está claro que hay principios no negociables, y la defensa de Israel y la venta de armas para la guerra en Gaza son dos de ellos. Poco importa que parte relevante del voto joven universitario defienda abiertamente el derecho palestino a la vida y se oponga al financiamiento de un genocidio. Negocios son negocios. Si los socios deciden que deben eliminar a todo un pueblo para «rescatar rehenes» y que ese es el precio por la oportunidad de vender armamento, pues para adelante. Ya les darán a los jóvenes algunas figuras progres y llamativas para olvidarse del asunto (como la hija modelo del esposo de Harris, Ella Emhoff).
No hay hipocresía, hay cinismo. Kamala Harris, la nueva adalid del «progresismo» demócrata, sostuvo en su discurso de aceptación: «Me aseguraré de que los Estados Unidos tengan la más fuerte, la más letal fuerza de combate en el mundo», mientras miles de personas aplaudían enloquecidas. Usar la fuerza contra otros es el medio más querido de los yankees para lograr su objetivo de ser «la mejor nación del mundo», léase: el poder único en el planeta. Estas palabras pudieran haber sido dichas de manera exactamente igual en cualquier mitin republicano.
Harris también dedicó palabras a la guerra en Gaza, o bueno, más bien a ensalzar a Israel por «soportar tanto sufrimiento» y a garantizar el apoyo irrestricto a su derecho a defenderse, es decir, a seguir matando sin compasión al pueblo palestino, al cual se refirió como con «derecho a la autodeterminación». Lo hizo justo después de glorificar a sus agresores y, con la mejor cara de tabla, expresar que era «devastador» lo que han sufrido: el hambre, los desplazamientos… en fin, todo menos el hecho de que es el dinero de sus contribuyentes el que usan para financiar las bombas que descabezan niños en Gaza.
En los Estados Unidos, la «gran democracia del planeta», sus ciudadanos solo pueden aspirar a escoger entre dos frutas podridas. No hay tercera opción. No hay nada más. Los candidatos les ofrecen seguir interviniendo en conflictos ajenos (o crearlos), les ofrecen un gran y letal ejército, pero ni una palabra de la situación económica interna, del sistema de salud, de los tiroteos constantes en escuelas, de la incapacidad de su juventud para comprar vivienda propia o de las pensiones de los trabajadores. Así, con ese descaro van por ahí dictando sentencia de cómo deben vivir otras naciones.
Mariel Carrillo García