El «periodismo» y su eje perdido
Hay una delgada línea entre radicalidad y fanatismo. Radical, etimológicamente hablando, remite a raíz, a lo que es fundamental o esencial. En ese sentido, tener opiniones y actitudes radicales significa que estas son fuertes y tendientes al apoyo de cambios profundos que transformen desde la raíz.
Por otra parte, el fanatismo implica una emocionalidad desmedida en la defensa de las creencias y opiniones. El fanático no escucha argumentos, no permite el diálogo y además considera que quienes esgrimen opiniones distintas no deberían existir. En el fanatismo hay una indulgencia frente a posturas y acciones que, de ser sufridas del lado propio, supondrían una fuerte condena.
En sociedades polarizadas, la separación entre un radical y un fanático se destruye completamente. Los polos son extremos; no hay lugar para posiciones conciliadoras, que se tildan de tibias (hay diferencias sutiles pero determinantes entre la conciliación y la tibieza). Por lo tanto, se pierde todo centro y todo eje equilibrante.
El radical, aunque difícil de convencer, está abierto al diálogo; el radical analiza los argumentos que le presentan y contraargumenta, al menos, idealmente. El fanático no sabe cómo oír al otro porque lo consume el odio, el miedo o la ignorancia. Con la polarización, un sano y necesario centro es despreciado; no hay nada peor que aquellos que quieren «quedar bien con Dios y con el diablo», y si bien esto puede ser cierto, también es verdad que no es lo mismo ser ecuánime y equilibrado que ser acomodaticio y veleta.
En el periodismo es necesario el equilibrio. Aun cuando se exprese un claro punto de vista (está hecho por humanos, después de todo), tiene que haber espacio para el respeto, para la escucha y, sobre todo, para la argumentación. Los puntos de vista y las visiones de la realidad deben expresarse de manera razonada, lo cual excluye, por lógica, el uso de las falacias, es decir, aquellos razonamientos incorrectos que parecen argumentos válidos, pero que no lo son. Solo el ejercicio del pensamiento crítico permite detectar las falacias, incluso cuando surgen de uno mismo, y si bien en lo individual esto es deseable, en el periodista o comunicador es indispensable. No es ético esgrimir falacias a diestra y siniestra en medios de comunicación o redes sociales, nada más porque contribuyen a «defender» el punto de vista propio. Eso es típico de un fanático.
Hace pocos días entrevistaron al salsero Oscar D’León en un programa de televisión en Miami. Lo increparon (no cabe otra palabra) para que se pronunciara acerca de la situación política nacional, para que apoyara las afirmaciones de los conductores del show. El cantante se negó. Apeló, en un ejercicio de respeto comunicacional que los presentadores pisotearon, a la responsabilidad de un comunicador ante la sociedad, de no generar discordias innecesarias, de ser el espacio para la discusión argumentada o para promover el necesario equilibrio perdido en Venezuela. Quiso ser centro y los entrevistadores se enervaron. Salieron de sus casillas. Gritaron. Presionaron. Como reacción en cadena, lo llenaron de hates en redes sociales.
Este es un clarísimo ejemplo de lo que no debe hacer un comunicador, y que bien sirve para cualquier clase de Ética de la Comunicación. Un ejemplo de fanatismo.
Mariel Carrillo García