Revista América Latina

Punto y seguimos | La triste y decadente oposición…

Publicado el 23 marzo 2024 por Jmartoranoster

se han opuesto al país, no al gobierno

Digamos que a usted no le gusta el candidato del PSUV. Quiere cambiar. Se aburrió, se cansó, nunca le gustó, lo que sea. ¿Cuáles son sus opciones? El «abanico» del cual «elegir» no es precisamente amplio, y ni hablemos de los contenidos. Quizá algún día, cuando se escriba la historia de este tiempo en Venezuela, se analizará el daño que la oposición —como entidad política general— le ha hecho a la democracia nacional en los últimos 25 años, al no ofrecer una propuesta bien pensada, bien armada, ni un proyecto país con propósitos definidos.

Más allá de la consigna de «salir del chavismo», los partidarios de la oposición u oposiciones —imagínese la profundidad de la grieta que hay quienes la definen continuamente en plural— no han podido superar sus conflictos internos. Hasta en sus mejores momentos —léase 2001-2004—, cuando contaron con la mayor movilización y empuje del período señalado, les fue casi imposible reagruparse después de las derrotas que significaron el 13 de abril de 2002 o la pérdida del referéndum revocatorio de 2004. Casi, porque en el 2015, con un chavismo sin su principal líder y en el inicio de las sanciones de EE. UU., lograron mayoría en la Asamblea Nacional, pero también desaprovecharon el espacio. El «salir de» como única directriz y objetivo fue y sigue siendo un suicidio político al que no se le encuentra más lógica que la del afán por la solución fácil, la esperanza de una salvación externa: la ayuda de los patronos en cualquier forma que estos determinen correcta.

Resulta dramático para la historia de este pueblo que uno de los principales actores del juego político-democrático haya demostrado semejante deficiencia intelectual y moral durante tantos años. Es la falta de contenido ideológico organizado, la dependencia de factores de poder extranjeros, la incapacidad de lograr unidad y acuerdos entre sus partes, la inconmensurable avaricia que deja en evidencia que las esperanzas de «desarrollo» son individuales y nunca colectivas, que los proyectos son personales y no nacionales. En fin, lo único que han probado es la escasez y la pobreza de su sustancia.

Solo una entidad paupérrima puede haber perdido todas las «batallas» contra su oponente político durante un cuarto de siglo. No aprovecharon ninguna de las múltiples oportunidades que se presentaron y mucho menos han sabido explotar los incontables errores de su contraparte.

No ha sido una oposición con vocación de liderazgo, ni verdadera ambición por construir nación. La voracidad por el poder formal —porque se puede discutir si alguna vez perdieron su poder económico, por ejemplo—, el odio por lo que nunca han reconocido en su forma verdadera y la ignorancia sobre su propio pueblo han marcado la pauta de su conducta y esto no ha traído sino desgracias, entre las mayores de ellas el negarle al país la posibilidad de una vida política sana, deliberativa y crítica. Las elecciones son momentos cumbre de evidencia de esto, pero lo cierto es que, en la cotidianidad, bien vale recordar que como ciudadanos no debemos exigir solo a quienes ya nos gobiernan, sino a quienes tienen la obligación democrática de garantizar que tengamos siempre opciones de aspirantes que nos reten a elegir con la cabeza y no con el hígado.

Mariel Carrillo García

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