Se aprueba histórica resolución de la ONU sobre la IA, diseñada por EE. UU.
La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el 21 de marzo la primera resolución «reguladora» de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito multilateral. El texto que presentó Estados Unidos —y fue copatrocinado por los Estados miembros— fue aprobado sin votación (por consenso) y se convierte en el primer intento de la humanidad por controlar el desarrollo y efectos del uso de la IA. Países como China y Rusia se reseñan como participantes de la discusión previa que llevó al documento consensuado, lo que revela una rara sintonía que puede atribuirse a la urgencia de contar con instrumentos internacionales para hacer frente a este fenómeno global.
Intelectuales, políticos y, especialmente, algunos de los propios creadores de la tecnología han planteado sus preocupaciones acerca del peligro que representa un desarrollo descontrolado de las inteligencias autónomas. Lo que se planteaba como ciencia ficción, con el conflicto entre el hombre y las máquinas, ha llegado a un punto de materialización que parecía imposible para el público general hace unas pocas décadas. Hoy es una realidad que cualquier persona con acceso a internet y un dispositivo adecuado puede utilizar la IA para «crear» imágenes, textos, proyectos y hasta sostener conversaciones «personales» con estas herramientas, lo que nos lleva irremediablemente a la naturalización de su uso, sin estar conscientes de sus verdaderos alcances.
El cine y la literatura han sido generosos en el tratamiento de este tema, casi siempre planteando realidades apocalípticas y distópicas. Series como Black Mirror o películas como X-Men se han encargado de dibujar historias donde las máquinas se independizan del control del ser humano, alcanzan consciencia propia de su superioridad y, por tanto, generan escenarios de conquista y dominación. A imagen y semejanza, podríamos decir…
No es una locura pensar en ello, si es la misma humanidad la que otorga los modelos de comportamiento y valores que replican los robots. De hecho, en el presente encontramos ejemplos que no requieren que vayamos al mundo de la ficción: un estudio de la Unesco publicado este mes, Prejuicios contra las mujeres y las niñas en los modelos de lenguaje grandes, mostró cómo las IA reproducen estereotipos de género y prejuicios contra las mujeres, quienes resultaron asociadas a trabajos de menor prestigio, eran objetos de sexualización, entre otros. Resultados similares se obtuvieron en temas como homofobia y xenofobia. La IA replica lo mejor y lo peor de nosotros.
Obligar a las empresas privadas que controlan la mayoría de los proyectos de la IA y presionar a los Estados a regular este ámbito aparentemente incontrolable, en función del principio básico del respeto a los derechos humanos, que tan fácilmente pueden ser vulnerados con la IA, es una necesidad. Con la Resolución Conjunta de la Asamblea de la ONU («Aprovechar las oportunidades de una IA segura y confiable para un desarrollo sostenible») se ha dado el primer paso. Sin embargo, dejar en manos de los países más desarrollados el diseño de las políticas también puede llevarnos a repetir los esquemas de control y dominación que condenan al resto de naciones a la retaguardia científica y, por tanto, a la brecha de vulnerabilidad de derechos. El sur global no puede ni debe quedar fuera de la discusión de los grandes temas de nuestro tiempo. El riesgo es, digamos, apocalíptico.
Mariel Carrillo García