La desintegración de Siria avanza. A poco menos de una semana del derrocamiento de Bashar al-Ásad, y aún en medio del caos que implicó este hecho para ese país y para la región de Medio Oriente, las consecuencias nefastas no han tardado mucho en aparecer. Después de catorce años de guerra civil, el territorio de la Siria actual vive procesos veloces de ocupación, guerra e inestabilidad. Si bien el sector opositor al gobierno de Al-Ásad reaccionó con celebraciones, estas han sido fugaces. Los «salvadores» no son precisamente niños de pecho y, apenas horas después de la toma del poder por parte del grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS), las razias a ciertos grupos étnicos o religiosos, como los kurdos o los cristianos, no se hicieron esperar.
La organización HTS, que tiene hoy el control de Damasco y de la zona centro occidental del país, viene de una división de Al-Qaeda y está liderada por Mohamad al-Golani, un reconocido terrorista, ex-Estado Islámico, quien, luego de pasar varios años en una cárcel estadounidense, parece haberse «occidentalizado» y convencido de que la yihad islámica no tiene que ser —en sus palabras— «un enemigo para los EE. UU. y Europa». Al-Golani aún aparece en las páginas oficiales del gobierno de Estados Unidos como un terrorista de alta peligrosidad, con una recompensa de diez millones de dólares por su cabeza. Sin embargo, poco y nada ha dicho el saliente gobierno de Biden acerca del «detalle» que supone que este personaje y este grupo extremista lideren la llamada Coalición de Transición para Siria; se lava las manos indicando que «se informarán bien» con sus aliados israelitas acerca del asunto.
Los sionistas, por supuesto, brincan en una pata. Ya no solo tienen vía libre en su ya evidente ocupación de los Altos del Golán, sino que además logran hacerse con el control de un paso de suministros iraníes vital para las milicias de Hezbolá (Líbano). Esto les garantiza el debilitamiento de la constante resistencia libanesa, a la que se enfrentan a pesar de sus múltiples ataques con un ejército a todas luces más poderoso. Ni hablar del golpe que supone para los palestinos el no contar con Siria como lugar de paso y llegada de ayudas.
En Siria, múltiples grupos y factores confluyen, tirando cada quien para su propio lado, en la medida de sus fuerzas; aunque está claro que, a nivel geopolítico, los grandes favorecidos con la caída de Al-Ásad y el caos posterior son Turquía, Israel, Estados Unidos y sus fuerzas aliadas; mientras que el gran perdedor es, como siempre, el pueblo sirio de a pie, con toda su complejidad étnica, religiosa y cultural. Lo cierto es que no parece esperarles la paz, la tranquilidad ni el progreso en estos tiempos convulsos. Las minorías étnicas sufrirán y los grupos religiosos no islámicos, también. No son las HTS ni su coalición las «fuerzas rebeldes democráticas» que Occidente pretende presentar en los medios, lavándole la cara a un grupo de mercenarios y asesinos con miles de muertos encima.
Vienen tiempos oscuros, con falta de soberanía e integridad territorial, pérdida de sus recursos financieros y naturales y,en fin, un gobierno al mejor estilo del islamismo extremo, amigo de Occidente.
Mariel Carrillo García