Revista Coaching

Puntos de dolor, o cómo alejar a la gente de su propio poder

Por Kheldar @KheldarArainai

Cuando empecé a moverme por internet, no veía tantas alusiones a los puntos de dolor de la gente. De hecho, lo que más veía era totalmente opuesto.

La mayoría de nosotros nos metimos a los blogs a contar nuestras vidas. Nos la pelaban los temas que hoy son de rabiosa actualidad (ya sabes: marca personal, SEO, y tal).

Eso de los negocios digitales no despuntaba tanto como para tener un verdadero interés en ello, salvo que fueras muy visionario.

Lo más parecido que había a lo de hoy era gente que ponía publicidad en sus webs, aprovechando para capitalizar (hoy se dice monetizar) el tráfico que recibían.

Dieron origen a una tendencia: crear sitios web con un contenido fácil de consumir y con capacidad para enganchar. Lo que hoy llamamos contenidos virales, vaya.

Con el tiempo, algunas industrias virales del mundo real también saltaron al medio digital. Fue más o menos por entonces cuando hasta los medios de comunicación se pusieron a rebufo de la tendencia meme.

Otros frikis del internet se basaron en la creación de listas y redes a las que repartir contenidos de valor relativo, a cambio de una parte de las ganancias generadas.

Ahí está el germen del marketing de afiliados y del email marketing. Estos, obviamente, ya te iban segmentando en base a tus puntos de dolor.

Su éxito es parte de tu poder otorgado. Tú mismo les dabas la información sobre lo que te jode al interactuar con lo que te mandaban. Solamente tenían que seguir mandando cosas que se relacionen con esa necesidad o problema, y tú solito caerías eventualmente.

Y durante 2017, las flores dieron fruto…

De estos del marketing se derivan otros cuantos frikis de la red. Pienso en los que se ganan la vida escribiendo los textos con los que te quieren convencer para comprar algo.

A ellos o a otros, tanto da. Convencerte de que compres, y punto.

Aparte de tocar las narices con los puntos de dolor, algunos de ellos parecen insistir en que se nos note presentes en el discurso de ventas de la web…

O en el discurso de la web en sí; lo cual me parece algo positivo, por cierto.

Por lo visto, no estamos acostumbrados a usar un lenguaje para conectar y petarlo; y para eso están ellos. Para enseñarnos.

Y finalmente, aunque seguro que perdí a varios más por el camino; algunos llegamos a donde estamos porque queríamos hacer una cosa mágica en Internet: crear comunidades y formar parte de ellas.

Esto es, juntar y coordinar grupos de personas unidas en torno a causas e intereses comunes. Como en el mundo real, vaya, pero sin fronteras como el tiempo y la distancia.

Y hemos tardado en encontrar el modo, pero ahí estamos.

Aunque la mayoría de nosotros empezamos en otra parte

En bastantes casos hay que darle gracias a los foros, por servirnos de campo de pruebas para ir afinando la netiqueta y las dos habilidades más importantes al teclado: mecanografía y voluntad de comunicación.

Ahí aprendimos a compartir y referenciar contenidos útiles, a reseñar y poner en práctica lo aprendido, a informar de los resultados de nuestros experimentos y a debatir públicamente las causas y consecuencias.

Claro está, siempre que no estuvieras inmerso en un ambiente sesgado. En algunos la culpa del fracaso (porque sí, el fracaso existe aunque se lo quiera reencuadrar como “aprendizaje”) es siempre del sujeto.

Nunca del mentor, los gestores, el material o el método. Esos son infalibles e incuestionables. De sitios así huyó como de la peste mucha gente (yo incluido).

Los sistemas de mensajería de los juegos online también nos enseñaron mucho sobre eso. Los trolls y los flammers eran reportados y expulsados, aunque los más ingeniosos y entretenidos conseguían su hora de gloria igualmente.

Yo mismo era considerado un troll magistral en bastantes grupos y foros de la industria del ligue.

Famoso por señalar incongruencias y disonancias mediante cuñas como “me hace gracia que presuman de selectivos estos tipos que van detrás de cualquier falda que vean”.

Fui famoso también por joderle el negocio a más de uno al señalar su falta de interés real por las personas que le contactaban… Y no me arrepiento.

Delante de mi persona no puedes “responder” a una duda diciendo que te compren algo donde sé que no la respondes. Y menos pasando de todo lo que te cuentan. 😉

Me volví famoso, pues, por ser expulsado de varias comunidades a consecuencia de lo dicho. Además de otros motivos, del estilo “negarme a tener un perfil bajo”.

Siempre se me ha dado mal eso de lamer culos y dar palmaditas en la espalda, aunque comprendo que a veces pueda ser útil para escalar socialmente.

Y por eso tengo mi blog. Aquí puedo limitarme a opinar sin preocuparme de que nadie más comparta o aprecie lo que cuento. Ni de herir sensibilidades o ser políticamente correcto.

Tampoco es que pueda decir cualquier cosa sin consecuencias, sino que tengo un espacio para ejercer mi libertad de expresión de la manera más consecuente que pueda permitirme.

Pero yo soy nacido y criado en otra sociedad digital…

Por supuesto, he visto surgir la de ahora y no puedo decir que me guste. Pero tampoco me desagrada del todo. Me explico.

Estos primeros encuentros con lo digital nos permitieron pulirnos antes de la llegada de las plataformas personales… Y si algunos pudimos tener aforo de base antes de empezar, fue gracias a la reputación conseguida en dichos lugares.

Que hoy existan influencers o ídolos de opinión se debe a eso, precisamente.

Porque empezamos a construir una imagen de personas polémicas pero francas, independientemente del canal escogido para comunicarnos.

La autenticidad sigue siendo el mayor afrodisíaco, y a las personas nos produce curiosidad y morbo. Lo llevamos inscrito en lo más profundo.

Porque preferimos generar debates, en vez de seguidores. Esos vienen solos si haces bien tu trabajo.

¡Y esa es otra! Antes no se hablaba de marca personal porque no había necesidad de reinventar la rueda y llamarla neumático.

Usábamos internet como una suerte de diario semi-público, donde el anonimato nos permitía desnudarnos tras una máscara… Y a la vez, curiosamente, ser más nosotros mismos que nunca. Entonces podías encontrarte de todo.

Internet comenzó siendo la tierra del “no filter”, y no en las fotos precisamente

La gente no cuidaba tanto de ser políticamente correcta porque había unos límites más claros entre la vida personal y la vida pública, incluyendo en ello el desconocimiento de nuestra huella digital.

Claro que, por otro lado, antes favorecíamos el anonimato y no buscábamos que se nos reconocieran incluso los pedos que nos tiramos.

Estoy seguro de que todos tenemos nuestra propia colección de tweets y publicaciones agresivas pero rabiosamente honestas en cuanto a nuestros sentimientos e ideas de entonces… Y escarbando lo suficiente, acaban por salir.

Parece que desaparece. Pero, salvo que haya un cese de actividades, lo que publicamos en redes sociales, foros y webs ajenas en general (¡e incluso propias!) queda en la base de datos.

Seguro que por ahí apareceré yo todavía, en algún registro de esos…

Y cómo no, tocando las pelotas. En especial a las fans mojabragas de los típicos niños bonitos y boybands.

Recuerdo haberle dado mucha estopa a las fans de Justin Bieber y las de Tokio Hotel… Y a los que llamaban música al reggaeton.

En efecto, no solamente me he metido con los timaviejas de la industria de la seducción. También con los que la han cagado en política, en educación, en cultura y en otras cuantas cosas más.

A los alienados por ciertas industrias, los ponía de vuelta y media… Pero eso sí, siempre con una sonrisa. 😉

De eso sí que hay algún testimonio más directo. Hay hasta posts dedicados a ello en mi blog.

Y aunque esta forma de proceder da fama y fortuna –que se lo digan a youtubers como Felipe Neto, que su primer video con un millón de visitas fue precisamente metiéndose con las boybands en 2009, como hacía yo por escrito–; resulta que no era tanto mi rollo.

Yo me puedo mostrar muy ácido y muy crítico, pero me lo suelo reservar para las personas y los temas que me importan. Y quería mezclarme con gente que me importase.

Por eso me vino tan bien pegar el salto a internet cuando y como lo hice, sin puntos de dolor que valgan

Construir tu comunidad por entonces era distinto. Uno no se hacía fan de alguien porque era quien mejor parecía comprender sus problemas. Tampoco porque pareciese más capaz que otros de resolverlos.

A los fans de antes te los ganabas como a los amigos: alimentando la relación.

Tenías que mostrarte y aportar algo que fuera casi indistinguible del contacto en persona.

Pero no le arreglabas la vida a nadie, ni les vendías nada como tal. Te buscabas a ti mismo entre letras e intercambios de ideas… Y a veces, por sorpresa, te enfrentabas a algo y te encontrabas un poquito más. Porque eso tocaba puntos de dolor de los que tal vez ni siquiera eras consciente.

Por supuesto, al haber atravesado ciertas cosas y demostrar determinadas sensibilidades, la gente confiaba en ti. Buscaba tu apoyo. Te animaban a empezar un servicio propio.

Y cómo no: en internet se asume que todo debería ser gratis, así que más de uno se ofendía si le querías cobrar por toda la ayuda que te pedían. Pero daba igual, porque esos eran tu campo de prácticas para convencer. Para aprender a venderte.

Fue al comenzar a crear Comunidades cuando saltó la liebre para gran parte de los negocios digitales actuales

Empezamos entonces a vivir de manera más evidente que las emociones también se transmiten por la red. Que lo que compartimos tiene su efecto social.

Que los datos que movemos o generamos llevan una carga, y que impactan mucho en las personas que te rodean; tanto en lo virtual como en lo físico.

Que lo mismo pueden hundirte como hacerte volar, vaya.

De esa manera aprendimos a descubrirnos en medio de nuestras expresiones, y a encontrarnos en lo que contaban los demás sobre sí mismos.

Esto funciona por dos tipos de identificación

Una forma de identificación es el juego de empatía y simpatía típico: ponerte en la piel de otro y compartir sus sentimientos, pensamientos y actitudes.

Es decir, de ver y comprender sus puntos de dolor, sin necesidad de pulsarlos de ningún modo. Tan sólo humanizándolos e invitándole a expresarse.

La otra es la proyección: casos en que, cuando descubrimos una cosa y nos toca profundo, corremos a compartirla.

Todo para que la gente entienda que “X (quien comparte) es así, o se siente como cuentan aquí”.

Y a la vez, para tocar sus puntos de dolor e invitarles a reaccionar hacia nosotros.

Esa proyección es la fuente de popularidad y viralidad de miles de páginas en Facebook. Se me ocurren ejemplos como Escritos, La Noche de las Letras, el Mega Circo y hasta las de algunas discotecas como Fabrik.

Todas esas páginas (y muchas más) montan bastantes imágenes de ese estilo a diario.

Y lo realmente curioso es que con esas imágenes tocan tus puntos de dolor, para hacer que te identifiques e interactúes. Las que tocan tus puntos de placer son menos.

Es interesante notar que la interacción que generan no suele girar en torno a ellas, pero tienen lo que les interesa más: el movimiento y las cifras.

Y a partir de una macedonia con todos estos frutos vimos que, aunque llaman mucho la atención las personas o los “infoproductores” que te categorizan y se dirigen a ti por tus puntos de dolor, los que triunfan son los liberadores (y entre estos, los más impactantes y/o agradables).

Los que te dejan ser simplemente tú mismo y si rascan es para liberar todas tus facetas ocultas. Cariñosamente se nos conoce como tocapelotas, pendencieros o cosas así.

De hecho, la mayor y más eficaz manera de que alguien quisiera rondarte ¡era darle alas!

Aunque suene contraproducente, ese era el truco: educar a tu gente para que no lleven demasiadas máscaras contigo y ser medianamente amable y accesible.

Cuanta más libertad para ver las cosas a su aire, mejor. Tú como mucho montabas quedadas y eventos varios, y quien quería se movía para reunirse con la cuadrilla.

En esas, mucha gente aprovechaba para crearse una imagen que tocaba por sí misma los puntos de dolor de la gente. Les invitaban a conocer un estilo de vida exitoso, atractivo y blablabla, para luego hacer venta de sus consejos para replicarlo.

Así es como se ha llegado a un culto a la personalidad en la esfera de lo digital. Con sus correspondientes luces y sombras, claro está.

Ahora puedes tener personas bajo tu ala como mentor. Puedes enseñarles a llevar un estilo de vida basado en determinadas acciones y principios. Y por supuesto, puedes pasarles todas las herramientas, trucos y técnicas que descubras, te compartan o crees tú mismo.

Todo eso para replicar algo que todos vosotros consideráis un ideal de éxito y bienestar.

El lado terrible de todo esto es la cantidad de ruido, información sin contrastar viralizada, contenido de relleno pero buenrollista, y bulos o pajas mentales en general.

En especial, destacan el ataque a las emociones menos agradables y al sentido crítico. Es decir: justo la clase de situaciones que necesitan a un tocapelotas.

Las personas de hoy se creen reyes y reinas de sus dos metros cuadrados de existencia… Y todo rey necesita un bufón para que le diga la verdad y no le deje perder la cabeza.

Nos vamos a morir igualmente, pero al menos dejaremos esa victoria al marchar.

Al final del día, todos seguiremos haciendo las cosas lo mejor posible de acuerdo a nuestro nivel de conciencia. Jugaremos con la libre oferta y demanda, y haremos prosperar lo que mejor sepa tirar de nosotros. Ya sea mediante puntos de dolor, de placer o de poder.

Aunque, si somos un poquito inteligentes, pondremos nuestra energía en cuestiones verdaderamente humanas y educativas.

El criterio es muy claro cuando lo conoces: si atenta contra nuestra dignidad y de nuestra moral, si recorta nuestra autonomía personal, si no conecta con nuestra realidad actual y si no nos ayuda a desarrollarnos de manera integral y armoniosa, no es educación.

Puede que sea formación, entrenamiento, adoctrinamiento, instrucción o cualquier otra forma de aprender algo sin cuestionarte todas sus dimensiones. Pero desde luego, no es educación.

Y esa es mi duplicidad. Soy un tocapelotas, pero mi único deseo es el de educarte.

Como tantos otros términos en nuestro idioma, educar tiene varias interpretaciones debidas a sus orígenes.

Por eso, yo digo que quiero educarte… Y te aclaro que quiero hacerlo en base a sus dos sentidos originales:

  • Sacarte la cabeza de tu propio culo y de los de otros, para que puedas ponerla donde debe estar (educere).
  • Guiarte de la manera más amorosa -y jocosa- posible en tu relación con el mundo (educare).

El primero es una traducción propia de “extraerte del medio donde estás inmerso para que puedas introducirte en otros”.

El segundo está mucho menos adulterado, porque tan sólo le añado el concepto de pasarlo bien con un poco de humor a nuestra costa.

Los puntos de dolor no tienen nada que ver aquí.


Si te apetece, conversemos al respecto.

Cuéntame tu experiencia evitando a los que lancean tus puntos de dolor como si no hubiese un mañana, y en busca de los que quieren aumentar tu poder y tu placer.

Abajo tienes los comentarios.

Un fuerte abrazo, y hasta la próxima entrada.


Sergio Melich (Kheldar)
Autor: Sergio Melich (Kheldar)
Pedagogo al 90% y subiendo. Comunicador y mentor por vocación (y pronto, más cositas). Autor de las webs La Vida es Fluir & Play it Sexy!, Aventurero y Heartist (persona comprometida a vivir, crear y obrar con cabeza, corazón y conciencia). Escribo sobre el Buen Vivir: autoaprendizaje, estilo de vida, habilidades sociales, relaciones y más.

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