A la cabeza de la lista de miedos infantiles figura el terror a los puntos de sutura. El primer contacto con este concepto es inocente e inocuo ya que suele ser de oídas. Viajemos al pasado…
1985
─¡Jorge se ha caído en el recreo! ─ grita el portador de malas noticias.
─¿Y qué le ha pasado?
─¡Se ha rascado la rodilla y le han dado tres puntos!─ el niño se da una palmada en la frente y repite con más énfasis─ ¡Tres puntos!
No entiendo lo de los puntos. ¿Por caerte en el recreo te dan puntos? Pues no sabía nada. ¿Puntos para qué? ¿Qué te dan a cambio? ?Yo cuántos tengo? ¿Hasta cuándo dura el concurso?
Todas estas preguntas se amontonan en mi cerebro de nueve años, pero no digo nada. He hecho cálculos y si por cada caída te dan tres puntos yo he acumulado de momento 39. Intentó averiguar cuántos puntos tienen mis compañeros pero nadie suelta prenda o me miran raro. Al final de la jornada escolar tengo claro que quizás no exista ningún concurso así que recurro a mis padres.
─¿Qué son puntos papá?─ pregunto en la mesa.
─¿Puntos? ¿Cómo puntos?
Pues si él no lo sabe estamos listos.
─Hoy se ha caído Jorge en el recreo (es un chulito) y le dieron tres puntos.
─Eso se llaman puntos de sutura.
─ Vale.
Seis segundos de silencio.
─¿Y eso qué es?
─A ver, si te haces una herida profunda pues hay que coserte con hilo y aguja…
Aguja. Palabra funesta y tabú para un niño (y muchos mayores).
─…como a Frankenstein─añade con naturalidad para rematar la faena.
La explicación del concepto “sutura” a un niño no debe incluir jamás el término Frankenstein o similares.
En ese momento la cuchara se me cae de la mano y se pierde en los abismos del plato sopero. Me quedó paralizado. No había estado tan sorprendido desde que en la última cabalgata me di cuenta de que Baltasar se hace el negro pero no lo es. Va pintado. Nadie más se percató de aquello y yo no dije nada por no desilusionar a mis padres que sí piensan que es de color.
─¿Y eso duele?─pregunto con tiento temiendo la respuesta.
─No, no duele nada─ responde mi padre mientras desvía la vista a otro lado.
¡Menuda bola me acaba de soltar mi progenitor! Siempre que dicen (los padres/médicos) que no va a doler (inyecciones, agua oxigenada, alcohol…) duele y mucho. Tengo que confirmarlo.
─Mama, los puntos de sutura…¿ duelen?
─No Antonciño, no duelen nada.
¡Tremenda bola!¡Cómo me los tengan que dar voy listo! Esto de los puntos es una pesadilla.
¿Sabéis cuando uno solo ve recién nacidos por todas partes? Pues esto fue el equivalente de 1985. Una epidemia de puntos se extendió por el colegio. La gente se caía en el patio o se peleaba; se tropezaba con un cura o se caía de la bici, pero el ratio de cosidos por clase aumentaba de manera exponencial. Aquello era una plaga en toda regla y a pesar de que cuando se levantaban sangrando tras la caída lo hacían llorando a moco tendido, su expresión y su mirada al volver de la enfermería era la del soldado que regresa a casa, victorioso, del frente .
Así descubrí que los cosidos buscan compartir experiencias con otros cosidos. Lo de los puntos era un bautismo de fuego y yo no tenía ninguna marca cosa que me estaba empezando a molestar. Entonces llegó el día…
17 de abril de 1985
Mi madre me encarga comprar un par de botellas de Coca Cola de litro. Me da una moneda de 200 pesetas y me manda a la tienda del señor Manolo que es como el Harrods de Placeres.
Me río de Harrods. En la tienda del señor Manolo había más cosas y más peligrosas.
El matarratas podía estar al lado de los potitos de bebé y no pasaba nada. Un bebé no é unha rata dice en su defensa el hombre. Ni Paulo Coelho lo hubiera explicado peor. Me da las botellas y las mete en una bolsa de plástico. Me despido de Manolo y me dispongo a recorrer los 200 metros que me separan de mi casa, de mi habitación y de mi tebeo.
La tragedia sobrevino a mitad del camino…
La bolsa cedió, las botellas se estrellaron contra el asfalto y estallaron en pedazos uno de los cuales se clavó en el lateral de mi muslo a la altura de la rodilla. La sangre empezó a empapar mi pantalón y me di cuenta que en Coca Cola son imbéciles por hacer las botellas de cristal. Toda la información de “El aparato circulatorio” de la lección 3 del libro de Naturales acudió en tromba a mi cabeza y me di cuenta de que mi muerte estaba cerca. No estaba seguro si conseguiría llegar a casa para despedirme de mis padres y decirles que Baltasar no era negro, se lo hacía.
Cojeo, lloro y cuando mi madre me ve llegar me suelta su clásico, ¿Pero cómo se te ocurre?. Le digo que me estoy desangrando y ella me saca el pantalón y observa de cerca la herida.
Una pregunta revolotea entre el dolor y la certeza de mi oscuro desenlace:
─¿Hay que dar puntos?
─Sí. Eso parece.
Una sensación de alegría amaina por unos segundos la corriente de terror que me invade. Al menos moriré como un hombre. Mi madre me tumba en la camilla de la consulta de mi padre, saca la aguja, el hilo y me doy cuenta de que no quiero entrar en el club de los cosidos bajo ningún concepto.
─Estate quieto.
─¡Nooo! Seguro que me duele…¿me va a doler?
─No Antonciño. No duele nada.
─¡Mentira!
Lo último que recuerdo fue mi cuerpo en tensión y la aguja acercándose a mi cercenada piel de la que salían pequeños bultos blancos de grasa. Un pinchazo y…
Me desperté minutos después en la camilla y por fin me di cuenta de porque mi madre no operaba a sus pacientes. Ni Picasso ni Dalí hubiesen cosido aquella herida con tanta imaginación. ¡Vaya si aquello dejaría cicatriz!
Cuatro puntos preciosos. Los primeros, los que no se olvidan. Sin anestesia, a carne viva. En casa de herrero cuchillo palo.
Espero que vuestros primeros puntos no fuesen así.
¡Salud hermanos!