El sembrador, de Vincent Van Gogh
Puntos, comas, dos puntos...Tan pequeños y tan importantes. ¡La de quebraderos de cabeza que puede traer un signo de puntuación mal utilizado! Y qué decir de esos textos en que las comas más que colocarse, parece que hayan sido lanzadas a voleo por un sembrador. La puntuación es, casi más que la ortografía (y eso es decir mucho), una de las grandes olvidadas de la enseñanza primaria. Así nos va luego, que muchos textos administrativos resultan casi ilegibles, a fuerza de lucir puntos y comas en todos los sitios, menos en los que hubiesen debido tenerlos. Y no es porque no existan estupendos manuales para aprender puntuación, sino que mucha gente está convencida de que la puntuación es una cuestión de gusto personal. No lo es, se lo aseguro. Uno de los libros más útiles para solucionar esta carencia es el que publicó hace unos años José Antonio Millán, con el simpático título de Perdón, imposible. Claro que, como la notación musical, los signos de puntuación han ido evolucionando a medida que lo hacía la reproducción de los textos escritos. No siempre han sido tal como hoy los conocemos ni han tenido las funciones que ahora cumplen. Todo esto lo explica de manera abreviada y muy accesible Keith Houston, autor del blog Shady Characters (otro blog que se ha convertido en libro; digan lo que digan, parece que las redes sociales no logran acabar con la letra impresa). Para los curioso de estos asuntos, tomo de él unas cuantas pinceladas de historia de la puntuación.De entrada, en el griego arcaico no existían los signos de puntuación. Los textos antiguos se escribían todos seguidos y en un estilo llamado bustrofedon, por su semejanza con el movimiento de los bueyes al arar un campo (comprobarán que la comparación entre el texto escrito y las labores del campo es recurrente): es decir, la primera línea se lee de izquierda a derecha, la segunda de derecha a izquierda y así se van alternando a lo largo de todo el texto. La única ayuda para el lector era el paragraphos, un trazo horizontal en el margen que indicaba que en esa línea había algo digno de ser tenido en cuenta. El lector era quien debía deducir qué. Uno se teme que leer en aquellos tiempos no debía de ser empresa fácil. Claro que era una actividad minoritaria.A partir del siglo III a. C. se empezaron a introducir los puntos. Así, en plural, porque había tres tipos: bajo, mediano y alto, según indicasen una pausa de mayor o menor duración. Como podemos ver en esta inscripción procedente de la columna de Trajano, los puntos se empleaban para delimitar el final de cada palabra o las abreviaturas. De ellos, andando el tiempo, derivaron las actuales comas, puntos, puntos y coma y dos puntos. El paragraphos evolucionó por su parte hasta convertirse, en los manuscritos medievales, en el calderón o antígrafo, que marcaba el inicio de un nuevo párrafo, de una nueva idea. Con la llegada de la imprenta, todo se revolucionó y se sistematizó. Los antígrafos, que eran tan bonitos pintados a mano, dejaron de añadirse. El vacío que dejaba su omisión se convirtió así en el punto y aparte que hoy conocemos. Pues en puntuación cuentan los signos que se escriben, pero también lo que no se escribe, los blancos. Esa reliquia de los manuscritos, el antígrafo, reviviría inesperadamente con la llegada del ordenador: ahora es ese simbolito tan mono que representa la función "mostrar todo" en la mayoría de procesadores de texto. Reinar después de morir, podría llamarse eso.