No sabría precisar (tengo la mala memoria de los lectores felices) el momento exacto en que cogí entre los dedos mi primer libro de Noelia Lorenzo Pino. Puedo precisar que era el mes de julio de 2015. Nada más. Quizá fue un sábado; quizá un miércoles. No lo sé. Tampoco recuerdo qué previsiones tenía sobre ella o su literatura cuando abrí las páginas de La sirena roja. Sí que puedo asegurar que la novela me fascinó, porque mis cuadernos de lectura no mienten. Y también puedo decir que, desde entonces, no he parado de acercarme a sus obras y de reseñarlas, con admiración indeclinable: La chica olvidada (2016), Corazones negros (2018), La estrella de quince puntas (2020), Chamusquina (2021), Animales heridos (2021) y Blanco inmaculado (2022). Ahora, con la alegría de un rompimiento de gloria, llega a mis manos Purasangre, y me vuelvo a encontrar con la oficial Lur de las Heras y la agente Maddi Blasco, envueltas en la investigación de otro caso: la desaparición de la joven Sua Arismendi, nieta de una vecina de Lur.
¿Cómo lo afronta Noelia Lorenzo? Pues con el mismo y brillante procedimiento que había consolidado en sus volúmenes anteriores y que constituye la marca de la casa. En primer lugar, esculpiendo cada personaje con rotundidad buonarrótica, sin importar el lado de la balanza en que se encuentre. Para la escritora irundarra no parece haber figuras menores, de tal modo que su esfuerzo consiste en dotar a todas de densidad, perfiles, ciénagas, errores y brillos. Los retrata por dentro y por fuera. Los concibe con mimo y delicadeza, con minucia y respeto, para que quienes los conocemos a través de la tinta seamos capaces de percibirlos como seres auténticos, llenos de determinación y de flaquezas, enérgicos y vulnerables. Todos tienen traumas, problemas e ilusiones. Todos viven zozobras y experimentan euforias. En segundo lugar, convirtiendo la narración en un espacio de saltos temporales, donde las analepsis son manejadas con brillantez majestuosa y dotan al texto de un dinamismo enorme, galvánico, cardíaco. En tercer lugar, jugando con los elementos policiales o de intriga, para que cada cierto número de páginas creamos haber descubierto la clave del asunto… y de inmediato conducirnos por otro sendero diferente, sin que nuestro orgullo intelectual sufra. En cuarto lugar, sometiéndonos a una tensión sofocante durante las últimas setenta páginas, en las cuales el lector sabe cosas que los investigadores desconocen y eso acelera su pulso (Alfred Hitchcock aplaudiría este procedimiento), porque querría meterse en el libro y guiarlos a través de la nieve hasta donde se encuentra la solución del caso.
Podría seguir explicándoles los mil perfiles de mi admiración, pero temo resultar pesado o inoportuno. Dicen que los mejores relojes son los suizos. Pero los relojes novelísticos que es capaz de urdir Noelia Lorenzo Pino no se quedan, ni mucho menos, atrás. Disfruto sus libros desde el primero hasta el último de sus párrafos, porque nunca hay fallas, ni errores, ni zonas grises. Es maravilloso (lo he escrito otras veces y lo reitero) que una profesora de corte y confección sea la que mejor corta las telas negras novelísticas en nuestro país. Me pongo en pie ante Su Majestad.