Un regalo fortuito puso el libro en mis manos. "Es un libro que narra la historia de un amor que se reencuentra después de muchos años", me dijeron. Yo, que creo en los amores para siempre, lo leí de inmediato.
Y sí, en Purgatorio, Tomás Eloy nos habla de la obsesión de Emilia quien a sus sesenta años todavía espera el regreso de su amor perdido, aunque debería decir desaparecido, hace más de treinta. Una paradoja si se tiene en cuenta que tanto ella como Simón -su esposo- eran topógrafos de profesión. Difícilmente hay una persona que sepa tan bien donde se haya, dónde es que tiene puestos los pies en la tierra que aquel que levanta y dibuja cada día planos de vías, regiones y ciudades. Es ahí dónde uno se da cuenta de que en la vida nada es real, todo es una ficción. Nada existe sino ha sido identificado, nominado y luego ubicado de alguna manera entre coordenadas; por lo mismo: para que algo deje de existir basta con que sea "borrado del mapa". Se vive a merced del dibujante.
Todo esto como única excusa para llegar a la verdadera obsesión del escritor que es la misma de muchos argentinos que padecieron la dictadura: el recuerdo constante de la pesadilla, la desaparición de sus seres queridos, la indolencia de algunos de sus congéneres, el desarraigo que conlleva el exilio y la esperanza constante del regreso de aquellos que se perdieron en el Tucumán, en los centros clandestinos de detención o en el Río de la Plata.
"Los amigos del barrio pueden desaparecer" nos decía Charly, nos lo confirmó Sabato en su doloroso informe Nunca más, Olivera en su Noche de los lápices y todos los demás, cada uno a su manera como una forma de exorcizar el pasado; de garantizar que nadie olvide lo ocurrido como una especie de contra para que no vuelva a suceder. Martínez nos plantea una búsqueda incesante a través de la vida que no para, que continúa inexorablemente y en la que lo único que permanece estático, inamovible, es el recuerdo.
Leonora Castaño M.Libélula Libros