La ciudad púnica de Cartagena
Invierno del año 209 a.C. Conquistada la ciudad, quiso celebrar un sacrificio en honor a su padre y tío caídos en aquellas inhóspitas y lejanas tierras; el oficio se prolongaría durante tres días. También festejará un triunfo con sus hombres donde no faltaron arengas y elogios de todo tipo, así como el reparto del cuantioso botín y la distribución de los prisioneros capturados tras el asalto. Publio Cornelio Escipión, general de la República romana, quien pasará a los anales de la Historia como ‘el Africano’, había hecho suya la importante plaza de Qart Hadast ante la sorpresa de sus enemigos. Era esta la capital púnica en territorio íbero, puerto de contacto más cercano entre la Península y Cartago.
La principal ciudad cartaginesa en tierras íberas había sido tomada a costa de un alto precio en vidas romanas. El bastión, los almacenes, el arsenal y la hacienda púnica, centro de control de los territorios bárquidas conquistados, ahora se encontraba bajo el poder de la implacable Roma. Sobre su caballo, el joven procónsul contemplaba admirado como, en tan sólo dos décadas de desarrollo ininterrumpido, la fundación del general Asdrúbal, yerno y sucesor de Amílcar, se había convertido en el epicentro de la ciudad norteafricana dentro de los límites controlados por los púnicos en Iberia.
Busto de Asdrúbal : “Asdrúbal, general cartaginés de la familia Barcida, fundó esta ciudad Nova Carthago en el año CCXXIII a.J.C. En el MCMLXV, Cartagena honra su memoria.”. Castillo de la Concepción, antigua Colina de Asklepios. Cartagena, Murcia.
El Senado romano tenía pleno conocimiento de cuál era la realidad sobre Qart Hadast, una plaza fuertemente protegida bajo inexpugnables muros donde se custodiaban las riquezas con las que Aníbal Barca costeaba un ejército capaz de poner en jaque a las legiones en sus propias tierras. Desde el ágora, levantado en la zona central del valle, Escipión admiraba con grandeza el monumental proyecto urbano que se había gestado durante todo este tiempo. A través de su extenso recorrido, una potente muralla con torres cuadrangulares, obra para la defensa y el prestigio, conectaba las cabeceras de las cinco colinas que abrigaban el perímetro, protegiendo a la ciudad de cualquier intento de expugnación.
Restos de murallas púnica-romanas en Parque Arqueológico Cerro del Molinete, antigua ubicación del Arx Asdrubalis. Al fondo la Colina de Kronos, actual Monte Sacro. Cartagena, Murcia.
Las laderas escarpadas de aquellos altozanos menos pronunciados, localizados estos en la zona septentrional de la bahía, habían sido aprovechadas para construir barrios civiles con viviendas y talleres familiares. Se disponían bajo la sombra de las propias murallas, a modo de terrazas escalonadas, desde donde se articulaban los principales ejes viarios que confluían en la misma plaza pública. Amplias calles empedradas, flanqueadas por innumerables y pequeñas construcciones, descendían hasta la zona más baja mientras se cruzaban en su recorrido infinidad de vericuetos y callejones.
Murallas púnico-romanas en casamatas. Parque Arqueológico Cerro del Molinete. Cartagena, Murcia.
Esta disposición urbana debió ser una respuesta sensata al incremento poblacional y a la consecuente expansión que habría sufrido Qart Hadast en los últimos años. Una esmerada ordenación que el general romano no dejaba de admirar; de cómo sus enemigos habían explotado los recursos defensivos naturales al máximo y que ahora él recorría plácidamente escoltado por la guardia del pretorium asignada esa mañana.
Al fondo, ante sus ojos, el arx Asdrubalis, los imponentes palacios que Asdrúbal ordenara construir sobre la cima de uno de los cerros más elevados. Desde los monumentales edificios, el antiguo general cartaginés administraría sabiamente a la que quiso llamar “Ciudad Nueva”. Era la ciudadela donde, a la llegada de Escipión, Magón, responsable de la ciudad en esos momentos, mantenía como rehenes a las familias de los principales líderes íberos con los que los Barca buscaron asegurarse su apoyo y adhesión a la causa cartaginesa. Aún humeaba esta parte de las murallas. Publio Cornelio Escipión no pudo evitar rememorar aquellas horas cuando el gobernador, junto a un grupo de mercenarios, se atrincheró en su interior y cómo, tras una sangrienta batalla, estas gentes fueron liberadas.
En un momento impreciso de finales del siglo II a.C., el área del santuario púnico dedicado a Atargatis en arx Asdrúbalis, la Dea Syria que posibleblemnte formara parte de la regia púnica, quedó amortizado en parte por la construcción de una nueva área sagrada presidida por un templo itálico, alzado sobre un podio, al cual se accedía por una escalera monumental desde las terrazas inferiores del Cerro. Parque Arqueológico Cerro del Molinete. Cartagena, Murcia.
Sin ninguna prisa y en un cómodo paseo, decidió marchar hacia las faldas de aquella colina donde se levantaba la ciudadela. Esa mañana se había despertado con el extraño deseo de presentarse ante la divinidad femenina que tanto fervor suscitaba entre la población: Tanit, diosa principal de los cartagineses. Pudiera ser que, tan alejado del panteón de sus dioses, sólo quisiera sentir unos minutos de paz y tranquilidad, pues aún tenía en mente varias empresas que cumplir antes de dar por finalizada la campaña.
Inscripción romana en latín, escrita con teselas blancas sobre pavimento de mortero. Formó parte del santuario púnico-romano dedicado a Atargatis, datable en el último tercio del siglo III a.C., que formó parte del conjunto de edificios construidos por los cartagineses en la ciudadela. Se trata de una cartela epigráfica alusiva a la diosa y añadida entre finales del siglo II y principios del siglo I a.C. Parque Arqueológico Cerro del Molinete. Cartagena, Murcia.
“La distinguirás fácilmente tras las potentes murallas, dominando toda la ciudad fenicia desde su posición más elevada.”, le había comentado el pescador en su domus de Tarraco. Daba igual que se tratara de Tanit o Astarté, la cuestión era que, de forma inminente, debía presentarse ante la diosa oriental y no, precisamente, para realizar un acto de ofrenda. Siguiendo la vía principal que lo conducía hasta los palacios, a sus espaldas dejaba atrás la colina más elevada de todo el recinto y en cuya cima, precipitada hacia el mar, se erigía un templo dedicado a Esculapio, el dios Eshmun cartaginés.
Exvoto de tradición púnica con forma de pebetero. Último cuarto del siglo III a.C. Museo Arq. Municipal de Cartagena. Cartagena, Murcia.
Una vez finalizado el encuentro con la deidad oriental, volvió sobre sus pasos con el objeto de supervisar la actividad en los extramuros de Qart Hadast. Por todas las callejuelas y rincones, miembros de sus tropas se entremezclaban con una población dedicada a las tareas cotidianas; era como si la vida en esta ciudad no hubiese cambiado nada desde su llegada. Los momentos de saqueo y represión habían finalizado días atrás y la población supo asumir con presteza y determinación su nueva realidad. Todos acudían a su trabajo, tal y como Escipión les había instado. Esas promesas de libertad, dirigidas con cuidada atención a un pueblo temeroso por su futuro inmediato, resultaron ser el mejor bálsamo que se pudiera aplicar después de la conquista.
No tuvo que recorrer mucha la distancia hasta alcanzar las inmediaciones de la Puerta Oriental. Allí quedaba ahora, controlada por sus hombres, el imponente acceso a la ciudad flanqueado por esos enormes bastiones que tantos problemas les ocasionó en los días previos al asalto final. El joven procónsul, dejándose llevar nuevamente por la euforia del combate, rememoró aquellos momentos en los que, desde estas posiciones, los cartagineses tenían cogidos a sus hombres en un fuego cruzado. Miró hacia el cielo escudriñando las defensas. Eran las almenas desde las cuales el enemigo había mantenido una férrea resistencia lanzando vigas y otros objetos contundentes con los que lograron rechazar, una y otra vez, cada uno de sus intentos de asalto.
Restos de la muralla púnica en Centro de Interpretación de la Muralla Púnica. Cartagena, Murcia.
Otra puerta de las mismas características se encontraba adosada en el sector noroccidental de la línea defensiva. Desde ella se accedía a una laguna de tierra que apartaba el estero del mar. Sobre su brazo de tierra se había construido un puente para que carros y bestias pudieran pasar, facilitando el porte de materiales y mercancías. Antes de cruzar la enorme puerta que daba paso al istmo donde se ubicaba el recinto portuario, el joven Escipión quiso conocer de primera mano el ánimo de sus legiones. Los hombres aún desconocían la noticia del no retorno a los cuarteles de invierno en Tarraco; estaba obligado a ponerlos a prueba otra vez. Sus estados físicos y psicológicos eran, por lo tanto, fundamentales. Para la primera cuestión, al igual que hiciera previa a la marcha hacia Qart Hadast, ya se habían tomado las medidas oportunas. Para la segunda, tal vez la que más temía el general romano, sólo quedaba por ver si la victoria, el botín y las celebraciones disfrutadas los días previos habían generado los efectos esperados.
Canteras romanas de Cartagena, localizadas a siete kilómetros de la ciudad. Cartagena, Murcia.
Levantada en sus zonas más vulnerables con los sillares extraídos de las canteras cercanas, una basta y potente muralla, enlucía en blanca cal, unía dos colinas de menor tamaño en esta parte de la ciudad. Nada que ver su envergadura con aquel otro tramo de muro que, terminado en adobe, ofrecía su cara a la laguna y a la marea y el cual se había utilizado para el asalto final. En la cima de uno de estos cerros, el más próximo al puerto, se erige un templo dedicado al culto de Hefesto, dios de las fraguas y el fuego a quienes los púnicos nombran como Kusor. Sobre la parte más alta de la otra elevación del área oriental, según cuentan los nativos, también se construyó otro templo, pero, en esta ocasión, dedicado a un antepasado de nombre Aletes. Parece que fuera honrado con tal divinización por ser el descubridor de una de las minas más importantes del lugar. Tal vez este fuera el motivo por lo que se decidiera otorgar su nombre al altozano.
Formando parte de la muralla púnica, grandes sillares de arenisca extraídos de las cercanas canteras, hoy Canteras Romanas. Centro de Interpretación de la Muralla Púnica. Cartagena, Murcia.
Este fue, precisamente, uno de los principales factores por el que el general Asdrúbal decidiera fundar su ‘Ciudad Nueva’, capital bárquida en Iberia, en esta pequeña península emplazada al fondo de una profunda bahía rodeada por el mar en gran parte. Un nuevo enclave capaz de controlar, de forma efectiva, las fructíferas explotaciones de plata, ahora bajo poder romano, con las que Aníbal asumía el pago de soldadas a sus mercenarios en su lucha contra Roma, a la vez que hacía cada vez más rica a Cartago.
Melkart, de origen fenicio, protector de la navegación, guía de sus viajes marítimos de las actividades comerciales. Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua). Cartagena, Murcia.
No muy alejada de la colina donde se rinde culto a Aletes, en línea con la propia ágora y también ubicado en la cara norte del recinto, los cartagineses construyeron un nuevo templo. En esta ocasión dedicado a su dios principal Baal, padre de todos los dioses a quien asemejamos con Kronos. Desde el paso de ronda que coronan los muros, parte de la guarnición allí establecida oteaba el horizonte vigilando la posible llegada del ejército enemigo. Otra parte del cuerpo de guardia controlaba el recinto desde las casernas acondicionadas en la doble línea de murallas, cuyos compartimentos laterales, con accesos desde el interior, eran reutilizados como alojamiento para los hombres y como almacén de armamento y material balístico. Escipión descabalgó de su montura, junto a él lo hizo su escolta. Nada más aproximarse al vano de acceso de una de estas casamatas situadas en la muralla, los legionarios que en esos momentos descansaban, corrieron a cuadrarse ante su general. También lo hicieron aquellos que, estando de guardia, descendieron de los pisos superiores. Se les veía fatigados, pero contentos; orgullosos, pero alertas. Eran conscientes que pronto se enfrentarían al ejército púnico y a sus mercenarios íberos, aunque aún desconocían dónde.
Doble muralla púnica con estructuras laterales en su interior, a modo de casernas. Este tramo está ubicado entre el Cerro San José, antes Colina de Aletes, y Cerro Despeñaperros, antes Colina de Hepahistos. Este tramo de muralla formaba parte del paño o lienzo murario donde se encontraba la Puerta Oriental de la ciudad. Centro de Interpretación de la Muralla Púnica. Cartagena, Murcia.
Tras una breve y amena conversación con sus soldados, Publio volvió a montar su caballo y cabalgó para atravesar la gran puerta para dirigirse hacia el puerto. Como todas las mañanas, una gran actividad se respiraba en las instalaciones portuarias próximas a este recinto. Los talleres y almacenes reflejaban una intensa agitación de artesanos, obreros, comerciantes y gentes de mar reparando los paños de sus embarcaciones, trabajando la madera o fabricando capazos, maromas y otros aparejos elaborados con el esparto procedente del Campus Spartarius, material tan importante en su industria naval. En cualquier rincón o pared se apilaban ánforas previas a su embarque y, diariamente, los carros llegados de las explotaciones salineras próximas abastecían de sal las pesquerías de Qart Hadast.
Vista del actual puerto de Cartagena desde el Castillo de la Concepción, antigua Colina de Asklepios. Cartagena, Murcia.
Desde las fechas de su fundación, esta intensa actividad portuaria siempre estuvo al servicio de los intereses de Cartago; su puerto natural, como importante valor estratégico, pronto se convirtió en centro redistribuidor del avituallamiento y receptor de las producciones de otras ciudades costeras. Continuas naves atracaban en sus instalaciones o zarpaban rumbo a innumerables destinos. Con las tropas cartaginesas acantonadas en la ciudad, el puerto acabó convirtiéndose en una verdadera base naval, el perfecto refugio para el invernaje del ejército de Aníbal.
En los días que sucedieron a las celebraciones, el joven general se dedicó a mejorar las defensas de la ciudad recién conquistada y a preparar a su ejército. Ordenó elevar las murallas, concentrando sus esfuerzos en aquellas que miraban al mar y que el mismo había utilizado para lograr su sonora victoria. Mientras, la población indígena, como si de un taller de guerra se tratara, no cesó de fabricar todo tipo de armamentos e ingenios.
Anforas Colonizaciones. Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua). Cartagena, Murcia.
Por su parte, mantuvo ocupadas a sus legiones con largas e intensas marchas, cargando en todo momento con las pesadas impedimentas de batalla. Los ejercitó en combates, cuerpo a cuerpo, con esas espadas de madera, además de practicar el lanzamiento de pillum. Y los instruyó, delante de los muros, con formaciones en ataque y defensa a las órdenes de los tribunos. Personalmente, supervisaba cada una de las maniobras, disfrutando del buen espíritu que mostraban sus hombres.
Cayo Lelio, segundo al mando y persona de mayor confianza, regresó a Roma para trasladar al Senado la gran victoria de su general y apaciguar, si hubiese forma alguna, los ánimos y temores de los romanos tras las continuas derrotas infligidas por Aníbal. Con él partía la élite cartaginesa y multitud de prisioneros, junto a ingentes riquezas recaudadas durante el saqueo a la ciudad. En principio, la noticia debía servir para alegrar los corazones de sus conciudadanos, aunque los dos militares eran conscientes que el propio Senado no apostaba por las posibilidades de éxito del procónsul en tierras hispanas, dando esta campaña por perdida.
Busto de Publio Cornelio Escipión, el Africano. Sede de la Federación de Carthagineses y Romanos, calle La Caridad, Cartagena.
Escipión y C. Lelio habían tratado esta cuestión horas antes de zarpar la nave con rumbo a las costas itálicas. Llevar la noticia de la conquista de esta plaza púnica, conllevaba el riesgo que se les volviera en su contra. Si de verdad querían evitar riesgos, debían asegurarse que no volviera a caer en manos enemigas, a sabiendas que, en los días venideros, el bastión permanecería aislado en un territorio aún no controlado. Dada esta posibilidad, ni la restauración de los muros, ni la guarnición que mantendría allí emplazada, serían suficientes para evitar la tragedia y consiguiente reacción hostil de los pater conscripti contrarios a la facción senatorial representada por la familia de los Escipiones. Publio llegó a la conclusión que si bien regresaría al campamento de Tarraco y no emprendería empresa importante hasta alcanzar la primavera – fecha prevista para el regreso de Lelio -, antes debían asegurar la retaguardia y toda la línea costera próxima a esta posición desde donde los Barca pudieran desembarcar un ejército de apoyo, tal y como parecía que los emisarios de Asdrúbal Giscón trasladaban a los pueblos íberos en su demanda de fidelidad.
Bibliografía:
- Iber – Historia de Roma sobre Iberia. (Apiano)
- Historiae (Polibio)
- Ab urbe condita – Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)
- Carthago Nova. Pueto mediterráneo de Hispania (Sebastián Ramallo Asensio)
- Novedades sobre la arx Hasdrubalis de Qart Hadast (Cartagena): nuevas evidencias arqueológicas de la muralla púnica (Jose Miguel Noguera Celdrán, maría José Madrid Balanza y Víctor Velasco Estrada)
- Aníbal y Cartagena. En el 2200 aniversario de la salida de Aníbal de Cartagena hacia Italia (Javier R. García del Toro)
- Los Bárquidas y la conquista de la Península Ibérica (Carlos G. Wagner)
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