«¿Qué debe pensar ese peluquero?»
Todos los días, de nueve de la mañana a nueve de la noche, Afi llegaba al pequeño local donde tenía su modesto negocio montado. No le iba nada mal. Desde hace unos meses se permitía incluso el lujo de decirles a sus potenciales clientes que no había hueco para ellos esa tarde, pero que volviesen mañana, ¡y lo hacían! El boca a boca había viajado por todos los rincones del pequeño barrio donde vivía.
Me llamaba la atención todo de la pequeña habitación donde todos los días regalaba sus servicios. Una pequeña puerta, que se abría empujándola desde la derecha, daba lugar a una sala de paredes de color crema. Entre las cuatro paredes una pequeña mesa y dos sillas eran lo único que llenaban la estancia.
SI lo veías mientras estaba cerrado parecía totalmente falto de cariño, falto de alma. Ningún sentimiento positivo se veía evocado al mirar desde el escaparate. Sin embargo, cuando Afi levantaba la verja de metal, el espacio parecía transformarse. Él, con su sonrisa, y con el sonar de las tijeras y la maquinilla decoraban la estancia más de lo que cualquier mueble podría haberlo hecho. ¿Qué debía de pensar cada mañana cuando llegaba?
Conseguía entablar una conversación con todos sus clientes, le daba igual el tema. Parecía que dominaba el arte de agradar. Siempre con una sonrisa en la boca. A veces parecía que tras su mirada se ocultase algo oscuro, algo turbio, algo que de salir a la luz haría que todos esos clientes que disfrutaban con su presencia huyeran despavoridos sin mirar atrás.
Por ahora no lo sabemos. Solo conocemos la figura del peluquero. Aquel que mira, escucha, sonríe y aprende.
¿Qué debe pensar ese peluquero?
@CarBel1994