Revista Opinión

Qué diría rudolf rocker sobre nuestra democracia

Publicado el 21 agosto 2011 por Jorge Gómez A.
La obra del escritor e historiador, Rudolf Rocker (1873-1958), no es muy conocida por la generalidad del público. Como libre pensador, se opuso -siempre con argumentos sólidos- a todo tipo de dogmatismo y absolutismo. Así, fue uno de los primeros ácratas en criticar de manera contundente las ideas de Marx. No por nada, una de sus obras más importantes Nacionalismo y Cultura, ha sido elogiada por intelectuales como Einstein, Thomas Mann, Bertrand Russell y Octavio Paz. En el capitulo décimo de dicha obra, titulado Liberalismo y Democracia, no sólo hace una notable distinción entre ambos conceptos, sino que plantea una tesis central de profunda importancia, basada en una paradoja: que la lucha por la libertad y la democracia, llevada a cabo inicialmente por los jacobinos bajo las consignas revolucionarias –libertad, igualdad y fraternidad- contra el Antiguo Régimen, dio paso a un nuevo dogma religioso de carácter secular, la religión del Estado Nación. En los últimos días, los planteamientos de Rocker se vuelven bastante útiles para entender las disputas subterráneas que existen en torno a ciertos temas candentes como la Educación, sobre todo en base a los discursos y proclamas que se extienden en el debate público. Según Rocker, con el surgimiento del Estado Democrático, sólo se produjo el reemplazo de un absolutismo por otro, manteniendo el principio de la gracia divina de los gobernantes, que primaba en la monarquía. Se reemplaza de manera abstracta, la soberanía del rey por la soberanía del pueblo. Pero hay algo más interesante en esa idea, que tiene relación con que ese reemplazo se basa en una noción religiosa de la política, que atribuye una cierta divinidad o santidad, ya no al monarca absoluto, sino que a un nuevo ente abstracto –la voluntad general- y también al legislador que la representa. Esa idea está muy arraigada aún en estos tiempos. Lo interesante es que se ve reflejada en los debates políticos actuales, donde la mayoría de los actores, tradicionales y no tradicionales se disputan la posesión de tal providencia política. Las élites políticas en conjunto, y la ciudadanía de manera relativamente organizada –aunque no en su totalidad en partidos o grupos- se disputan esa supuesta omniperfección. Nada más riesgoso para el ideal democrático y la libertad que ese engaño, que es un claro artificio. Porque dice Rocker “la voluntad general de Rousseau no es algo así como la voluntad de todos, que se produce adicionando a cada voluntad individual con las otras y llegando, de esa manera, a la concepción abstracta de una voluntad social”…y agrega: “la idea de Rousseau nace de una imaginación religiosa que tiene su raíz en la noción de providencia política, y como tal está provista del don de la omnisapiencia y de la omniperfección, y por eso no puede apartarse nunca del verdadero camino. Toda objeción personal contra la intromisión de semejante providencia equivale a una blasfemia política”. Nada más contrario a la democracia y la libertad que una democracia sustentada en un dogma de fe que considera cualquier opinión contraria a la “voluntad general” como una herejía. Ya sea de las mayorías silenciosas o las mayorías protestando. Algo similar parece haber sufrido Sócrates, no por antidemócrata como algunos lo muestran, sino por exigir más libertad a la democracia y cuestionar el pensamiento monopólico. La supuesta infalibilidad de la voluntad general es muy similar a la idea marxista –distorsionada por sus cultores- de la conciencia de clases, donde supuestamente, por sus condiciones materiales, los proletarios, se librarían en algún momento de la ideología –falsa idea- quedando libres de cualquier mala interpretación de la realidad. Así, la apelación a las mayorías, sin cuestionamiento alguno, parte del supuesto de que la voluntad general no se equivoca nunca. No es extraño entonces que Rousseau rechace cualquier asociación particular dentro del Estado, pues sería contraria a la voluntad general. Esto claramente se opone a los planteamientos liberales que valoran la libre asociatividad en la sociedad civil como contraposición al poder político del Estado. Rocker es claro en decir que: “Los jacobinos, siguiendo esas huellas, amenazaron con la pena de muerte ante los primeros ensayos de los obreros franceses para agruparse en asociaciones profesionales, y declararon que la representación nacional no podía soportar un Estado dentro del Estado, pues, con esas alianzas, sería perturbada la expresión pura de la voluntad general”. Rocker dice: “Así nació de la idea de la voluntad general una nueva tiranía, cuyas cadenas son tanto más consistentes cuanto que se han adornado con los oropeles de una libertad imaginaria, la libertad roussoniana, tan inerte y esquemática como su famosa concepción de la voluntad general” y agrega: “Frente a la soberanía ilimitada de una voluntad general imaginaria, toda independencia del pensamiento se convirtió en crimen”. Esa fórmula la han repetido moros y cristianos por varios siglos dependiendo de su control del Estado. Así, Rocker plantea sin tapujos que “el autor intelectual” de este (auto) engaño democrático, de esta nueva religión política, no es otro que Rousseau y su idea de la voluntad general. Quién no sólo se muestra contrario a la máxima de Protágoras, de que el ser humano es la medida de todas las cosas, sino que pretende moldearlo a medida del Estado. “La democracia en el sentido de Rousseau, no puede marchar sin los hombres, los ata primero en un lecho de Procusto, para que adquieran el formato espiritual que requiere el Estado”. Y entonces, la libertad se concibe como el sometimiento irrestricto del ser humano a las leyes y al Estado según el molde que éste le impone, en base a quienes lo controlan. La ley se vuelve el hacha de Procusto, mediante la cual, el legislador pretende moldear al ser humano, según su moral personal. La ley se eleva a instrumento sagrado, mediante el cual “Se creía poder curar todos los males de la humanidad mediante leyes y fueron echados así los cimientos de una nueva creencia milagrosa en la infalibilidad de la autoridad”. Esa supuesta infalibilidad expresada en la ley, se disputan quienes ejercen o quieren ejercer el poder político. Aún se impone lo que Rocker planteaba: “La creencia nefasta en la omnipotencia de las leyes y en la misión poco menos que sobrehumana del legislador”. Detrás de eso, se esconde un riesgo claramente autoritario porque “se confío el bien y el mal de millones a la intervención superior de una corporación central, cuyos representantes se consideraban como maquinistas de la máquina” y porque en base a aquello el legislador se concibe omnipotente, asumiendo “el papel de un supremo sacerdote político, investido con la santidad de su ministerio”. Por eso Rocker dice: “el que no ve en la libertad otra cosa que el deber de obedecer a las leyes y de someterse a la voluntad general, no puede ver nada aterrador en el pensamiento de la dictadura; ha sacrificado interiormente hace mucho el hombre a un fantasma y carece de comprensión para la libertad del individuo”. Paradojalmente, no sólo el legislador, sino también el ciudadano común ha asumido esa omnipotencia sin cuestionamiento alguno en cuanto al legislador y sus propias limitaciones humanas. Por eso Rocker decía: “Así como el creyente no reconoce en el sacerdote al hombre y lo ve rodeado del nimbo de la divinidad, del mismo modo aparece también el legislador al simple ciudadano con la aureola de la providencia terrestre, que tiene la misión de resolver sobre el destino de todos”. La religión política se impone entonces en las mentes de todos, y como dice Rocker: “Así como la voluntad de Dios ha sido siempre la voluntad de los sacerdotes que la transmitían y la interpretaban para los hombres, así también la voluntad de la nación sólo podía ser la voluntad de los que tenían en sus manos las riendas del poder público y estaban, por eso, en condiciones de interpretarla a su manera”. “Surgió un nuevo sacerdocio: la moderna representación popular, con la misión de transmitir al pueblo la voluntad de la nación, como el cura le había transmitido la voluntad de Dios”. ¿No es acaso así como opera nuestra democracia, al arbitrio de quienes ejercen poder político –o lo buscan- como si fueran semidioses guiando a un grupo de ovejas?

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Por  Jorge Gómez Arismendi
publicado el 24 agosto a las 15:39

Me parece un tanto tautológico decir que sin libertades colectivas las individuales son una ilusión autoritaria. Porque ¿Pueden haber libertades colectivas si se niegan las libertades individuales? ¿Pueden las personas ejercer sus libertades colectivas si a la vez se les niegan las libertades individuales?

Me parece que debemos distinguir las explicaciones y justificaciones históricas que pueden tener muchas aristas, de las aplicaciones éticas en cuanto a la libertad. Hay teorías más coherentes con una ética libertaria que otras. Rousseau es dudoso en cuanto a su teoría liberal aún cuando en las palabras suene idealmente.

En ese punto, el liberalismo plantea una ética específica que versa sobre el uso legítimo de la fuerza en la vida social, y por tanto, establece los límites a las acciones coactivas de un gobierno, que es la defensa de la persona y su propiedad contra la agresión de otros. Por tanto, la coacción más allá de aquello es una invasión violenta, injusta y criminal. El liberalismo no es una teoría sobre la Democracia en específico, aunque considera que tal régimen es más proclive a la libertad personal que las autocracias monárquicas, las dictaduras monopartidistas, etc.

En cuanto a los ejemplos, podemos decir que en Chile no se respetan los derechos individuales, por ejemplo en el caso de las personas de la Greda, donde el Estado ha pasado a llevar sus derechos individuales, incluidos sus derechos de propiedad al contaminarles sus tierras, o al permitir que grandes corporaciones instalen sus empresas. ¿Por qué? Porque el sistema no es liberal, sino de tipo mercantil, donde el régimen democrático es débil y defectuoso, poco competitivo, y donde el poder político de manera transversal protege intereses corporativos, en desmedro de derechos de propiedad de personas comunes.

En cuanto al Estado de Bienestar, el problema radica en que fue usado para generar adhesiones electorales, extremando sus capacidades para resguardar derechos de manera universal, convirtiéndolo en una especie de expendedor de derechos varios, según las presiones de diversos grupos de intereses, lo que aumento la irresponsabilidad de las clases políticas, y por ende fuertes presiones al aparato fiscal. Eso se tradujo en un sistema altamente costoso pero donde las personas no estaban dispuestas a costearlo. Eso, fue generando el caldo de cultivo para los extremismos fascistas que hoy se oponen a los emigrantes, el multiculturalismo, la democracia y el liberalismo.

En cuanto a los jacobinos, y su supuesta dictadura al modo romano, como gobierno provisional, me parece errada esa presunción, puesto que el dictador romano era comisionado no soberano, por tanto, no podía cambiar instituciones ni hacer leyes. Rudolf Rocker decía que: “todo gobierno provisional muestra la tendencia a convertirse en permanente”.

En todo caso, la cuestión es sencilla. Ningún gobierno se denomine régimen militar o gobierno del pueblo, tiene derecho a suprimir derechos civiles y políticos básicos de sus ciudadanos. Sí lo hace, ejerce el poder de manera ilegítima, no democrática, y por tanto puede ser catalogado de dictadura, o totalitarismo en su acepción moderna.

Por  Francisco Calderara Cea
publicado el 24 agosto a las 04:40

Sin libertades individuales las libertades colectivas son una ilusión autoritaria. Y sin libertades colectivas las individuales son una ilusión autoritaria. Ese es mi punto, lo otro es cuestión de dónde se pone el énfasis, y las dos tradiciones liberales (liberalismo clásico y radicalismo) se diferencian en dónde ponen el énfasis. En todo caso, primero, Rousseau es un escritor que no es sistemático, y que pese a la definición de voluntad general que da propone también la rebelión como derecho -que de hecho es un gran pero a tu demostración del carácter "totalitario" (término vago y contaminado, por cierto)-, y en el fondo, eso tiene que ver con que el modelo democrático de Rousseau es Ginebra, lo cual obviamente no es aplicable al estado democrático posterior, que pensé estaba suficientemente claro. En ese sentido, son múltiples los ejemplos -Chile es uno muy bueno- en que con una cultura institucional y un respeto casi modélico de los derechos individuales -que básicamente, y si seguimos a Tocqueville y al liberalismo más clásico, son primados por el derecho de propiedad- no ha generado democracia en caso alguno, e incluso, después de 1988, han generado una sociedad segmentada y casi estamental pese a una democracia institucional buena o mala, pero teóricamente bastante decente. Es necesario un cierto equilibrio entre rebelión y propiedad, y precisamente, el Estado de Bienestar, como herramienta política contra el socialismo real a su vez resultado de un pacto social, y sí, una "voluntad general", fue un equilibrio perfecto para su tiempo, que debe ser repensado ante su inviabilidad actual, más que hacer ciegamente recortes que afecten las libertades colectivas, y con ello, la misma viabilidad de la democracia -el auge de la extrema derecha en Europa es un indicador bastante bueno de ello,y sólo eso-. Por otro lado, el autor parece obviar que los mismos jacobinos generaron una constitución amplia y con un diseño de libertades individuales copiados por -sí- los derechos humanos, y que sólo establecieron su dictadura-dictadura en el sentido premoderno del concepto- más que como "gobierno de emergencia" , como una condición necesaria ante la ampliación de la ciudadanía a una pequeña clase media más tosca y por ello, más dada al derramamiento de sangre, que fue lo que permitió salvar la República ante la invasión prusiana. Esto es importante en la medida en que las 3 facciones del terrorismo parecen encontrarse de acuerdo con la necesidad de la aplicación de una institucionalidad plenamente democrática -Rousseau no era la única influencia de los jacobinos- sólo que diferían en el cómo y el cuándo. Además,en el caso francés, no estoy seguro de la acusación de antidemocrático del Terror, en tanto los responsables de este, casi en su totalidad, respondieron ante la autoridad terrorista (en efecto, el Termidor no fue sino el acto final, más sanguinario en términos numéricos, del Terror) por sus actos, y el hecho de no haberse creado trabas institucionales a la toma de poder por parte de tecnócratas y soldados profesionales, instituciones que se vieron beneficiadas por la meritocracia y libertad de acción que les otorgó como cuerpos el gobierno terrorista, básicamente no generó una dictadura moderna en pleno sentido. En ese sentido, la verdad es que la discusión si el núcleo duro del jacobinismo buscaba restablecer el orden democrático institucional que ellos mismos habían creado antes de necesitar el concurso de los sans culottes -encarnado en la constitución de 1793- o avanzar hacia una dictadura moderna -que en mi opinión sí fue el más liberal régimen termidoriano, al menos de forma amplia-, es un tanto bizantina, aún más si consideramos lo ambiguos que fueron al respecto Saint Just y Robespierre al final de sus vidas. Sobre los marxistas, dudo que haya una única solución al problema , y la solución rusa, dada por Lenin, se da también ante la imposibilidad de la instauración de un estado democrático por parte de la burguesía, y ahí sí, Lenin genera un diseño institucional dictatorial, que en todo caso, parecía ver, algo ingenuamente como transitorio, en tanto Lenin parecía ver como objetivo a corto plazo después de la guerra la restauración por un lado de la democracia intrapartidaria, como también de la importancia de la asamblea -soviet-. Y ahí, pese a que otros líderes bolcheviques -Trotsky, Bogdanov- habían visto desde temprano la necesidad de continuar la dictadura buscando evitar la primacía de los intereses del aparato partidario, como mal menor ante las características centralistas y autoritarias del mismo partido bolchevique, Lenin bloqueó algo torpemente esos intentos, dando margen de maniobra a la cooptación del estado por parte de la burocracia.

Por  Jorge Gómez Arismendi
publicado el 23 agosto a las 21:59

En primer lugar, me parece antojadizo tachar de capitalista o capitalista utópico a todo aquel que cuestione la noción de democracia de Rousseau. Rudolf Rocker es un anarquista y no un capitalista, no obstante hace sendas críticas a lo planteado por el ginebrino. Dices: Rousseau tiene una visión bastante concreta y específica de lo que es la "voluntad general". Efectivamente, Rousseau plantea –en base a una supuesta y absoluta unanimidad entre las personas- que la voluntad general es indivisible, por tanto plantea que dividir la soberanía es matarla (ahí radica el hecho de que el individuo debe ser obligado a ser libre). Además, dice que la voluntad general es infalible porque presume que la voluntad general no puede errar, porque no puede perjudicar a ninguno en particular. Y dice que la voluntad general es absoluta: el pacto social da al cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos. A partir de esto, desprende que la ley no puede ser injusta, pues nadie es injusto consigo mismo. Por tanto, Rousseau plantea que estando sometido a las leyes, se es libre, puesto que ellas no son más que el registro de nuestras voluntades. Y dice: La libertad consiste en obedecer las leyes y soportar dócilmente el yugo de la felicidad pública. Esto claramente es dudoso, porque las leyes sí pueden ser injustas en ciertos casos, aún cuando existiera ese consenso absoluto para establecerlas. Ni siquiera en asambleas pequeñas existe un consenso absoluto. Para entender esto, que mejor que leer al propio Rousseau: “Estas clausulas, bien estudiadas, se reducen a una sola, a saber: la enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a la comunidad entera, porque, primeramente, dándose por completo cada uno de los asociados, la condición es igual para todos; y siendo igual, ninguno tiene interés en hacerla onerosa para los otros. Además, efectuándose la enajenación sin reservas, la unión resulta tan perfecta como puede serlo, y ningún asociado tiene nada que reclamar”. Es decir, bajo esos supuestos, no existe espacio alguno para ninguna clase de discrepancia con respecto a lo que otros, convertidos en mayoría, planteen, lo que se reduce la cuestión democrática a una cuestión de fuerza. O sea, a una dictadura de mayorías. Por tanto, contrario a lo que presumes, no toda las opiniones e intereses de todos los ciudadanos reunidos en una asamblea quedarían representados. Siguiendo ese precepto de Rousseau, y como muy bien describía Rudolf Rocker: “Los jacobinos, siguiendo esas huellas, amenazaron con la pena de muerte ante los primeros ensayos de los obreros franceses para agruparse en asociaciones profesionales, y declararon que la representación nacional no podía soportar un Estado dentro del Estado, pues, con esas alianzas, sería perturbada la expresión pura de la voluntad general. Hoy se apropian el bolchevismo en Rusia y el fascismo en Alemania y en Italia de la misma doctrina, y suprimen todas las asociaciones particulares incómodas y hacen, de las que dejan en pie, órganos del Estado”. De hecho, como es imposible crear una voluntad general basada en un consenso e intereses comunes absolutos –excepto si los seres humanos fuéramos autómatas- es claro que el experimento soviético –y todos los proyectos totalitarios- chocó con el desarrollo de una nueva clase de déspotas privilegiados que se alzaron como nuevos poderosos, que a la vez, castigaron con fuerte coacción a quienes les competían en privilegio. Por lo mismo, la crítica marxista a la democracia liberal es correcta en ciertos aspectos, pero errada en la solución. El ejemplo de los jacobinos y sus facciones, con intereses en disputa, también ejemplifica muy bien el fracaso y la clara ilusión que es la Voluntad General como la concebía Rousseau. El núcleo duro jacobino pospone su definición institucional porque simplemente no existe una voluntad general en términos absolutos para establecerla. Y ante esa pretensión, lamentablemente siempre surge la coacción, que es antidemocrática. Las libertades colectivas se sustentan en libertades individuales. Sin libertades individuales las libertades colectivas son una ilusión autoritaria.

Por  Francisco Calderara Cea
publicado el 23 agosto a las 17:27

Francamente, aunque los capitalistas utópicos tienen razón en cuanto a la existencia de un problema de persistencia de elementos religiosos en la base del estado democrático, lo cierto es que hay varias objeciones a la columna -y no es la primera ni última similar que leo, por cierto-. En primer lugar, parece obviar el que Rousseau tiene una visión bastante concreta y específica de lo que es la "voluntad general" en contraste con la falsa declaración de esta como vaga, y está en las decisiones de la asamblea de todos los ciudadanos-de hecho, los activistas de la democracia directa y la edemocracia sólo están retomando ese convencimiento rousseauiano-. Es más, Rousseau rechaza el supuesto democrático de la representación (al criticar la democracia representativa inglesa) precisamente en la medida en que considera improbable que la decisión de representantes electos -que constituyen en términos estrictos una "aristocracia por elección"- pueda representar en modo alguno la opinión e intereses de todos los ciudadanos reunidos en una asamblea. De hecho, las instituciones democráticas representativas y el principio de soberanía popular en que se basan, son sencillamente una forma de paliar las dificultades que plantearía una toma de decisiones vía asamblea en el contexto de la ampliación de la ciudadanía resultante del ideario democrático liberal-radical y el tamaño relativamente extenso de un Estado nación para ser económicamebte viable. E incluso ahí, es necesario precisar -y la crítica marxiana de la democracia representativa yace ahí- que la democracia institucional no se correlaciona necesariamente con la democracia institucional, en parte porque no basta con asegurar derechos individuales para permitir una sociedad en que los diversos grupos son suficientemente cercanos en medios para que sus conflictos se resuelvan de manera más o menos justa o eficiente utilizando las instituciones. En realidad, las instituciones son necesariamente monopolio de una (o pocas) clase(s) social(es) específica(s) -es más, uno de los problemas del experimento soviético fue la diferenciación, no vaticinada por Lenin, de la burocracia de los aparatchik como una clase con intereses específicos-. En el caso de los jacobinos, primero, el "jacobinismo" o el gobierno del Terror tenía tres facciones principales cuyas soluciones al problema consistente en qué forma institucional adoptar para la república democrática, y por ello, su concepto de democrática, son básicamente distintas. En ese sentido, se distinguen los indulgentistas o moderados (en realidad ex Cordeliers) cuya noción es una estructura representativa de sufragio más o menos limitado y que sería la clásica democracia liberal burguesa del siglo XIX, la ultra izquierda (enragés, hebertistas) que buscaba no sólo el sufragio universal, sino la destrucción inmediata y definitiva de la gran propiedad rural y urbana configurando una sociedad de pequeños propietarios, posición difícilmente distinguible del anarquismo inicial, y el núcleo duro jacobino propiamente tal. Y en el caso del núcleo duro, si bien cabe la crítica de la definición amplia y poco precisa de voluntad general y la invención de nuevos supuestos religiosos, el punto es que precisamente se da ello porque el núcleo duro jacobino postpone la definición de la solución institucional -antes de la invasión prusiana, había decantado por una opción intermedia y más cercana a la de los moderados vía constitución de 1793- mientras aborda grandes cambios estructurales que permiten la victoria revolucionaria contra las primeras coaliciones, y que, por otro lado, permiten la formación de un mando militar y tecnocrático independiente. Estos grupos, iban, en el mediano plazo, a enterrar el experimento jacobino una vez que, con victorias en todos los frentes, el Terror mismo no sólo no era necesario sino que era peligroso para estas nuevas élites técnicas. Fuera del hecho -puesto en duda por la edemocracia y el resurgimiento de la democracia directa, al menos en algunos ámbitos, como alternativa al sustituto representativo- de la necesidad posterior de la institucionalidad representativa no tanto como freno para los excesos del Terror sino como elemento estabilizador de las élites en el poder, el punto es que efectivamente, existen ciertas libertades colectivas -que es lo que llamo democracia estructural-, resumibles en el "derecho de rebelión" (Camus es una voz bastante más capacitada que yo para analizar la rebelión en extenso) que, ante la indefinición de Robespierre y Saint Just sobre la democracia institucional, era el principio supremo del estado terrorista, y fue aplicado sin dificultades una vez la conducción revolucionaria era innecesaria para los grupos resultantes de las transformaciones democratizantes del terror. En ese sentido, estas libertades, que para mí -y eso implicaría alargarse muchas más, son fundamentales, son un complemento necesario de las libertades individuales por las que vela la democracia institucional, y en la medida en q los derechos colectivos pierden poder, bueno, estalla la llama de nuevo en tanto que las libertades individuales sólo tienen significado en la medida en que existe cierta igualdad relativa, asegurada por estas libertades colectivas.