El ángel está como suspendido en un estante alto de la biblioteca, con su gesto preparado para volar. Ese ángel de madera de guindo hecho por tus manos un tono más pálidas que su color de oro ruboroso. Qué extraño lo nuestro...
Cada vez que hablábamos parecía que algo profundo nos acercaba, algo con magia y tripas, unos lazos de esos que no se desatan nunca más. Pero no.
No había lazos. Ni bien nos separábamos, se soltaban los hilos intangibles que nos unían. Servían para unos breves momentos, los del encuentro. La más corta distancia los hacía desaparecer. Y otra vez la espera, otra vez volver a ser dos desconocidos, y la espera, la campanilla del teléfono que no suena, pulsar la tecla del contestador al llegar de la calle... y nunca tu voz con un mensaje..., y la espera, la espera, la espera... hasta reunir fuerzas y llamarte. ¿Qué tal, "extraño", cómo estás? No me pases facturas. Tuve unos líos bárbaros, vos sabes cómo anda todo... ¿Las cosas has cambiado tanto? ¿Ya no es lo más importante el amor, la relación humana, el compartir con otro penas, sueños, problemas, alegrías? Escuchar una vieja canción, leer en voz alta aquel poema de la Vilariñó o la Orozco, usar los ojos como telescopios para encontrar la Cruz del Sur en las noches de agosto... Una vez le abrí la pajarera a Magaldi (así se llamaba el jilguero) y el pequeño pájaro voló. No tuvo miedo. No se detuvo. No miró hacia atrás. ¡Y nosotros, tan fuertes, tan pensantes, tan declamadores de frases maravillosas... no nos atrevemos a traspasar la puerta que está siempre abierta, que nadie cierra...! Vos ahí.
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Poldy Bird