Es ésta, ciertamente, una novela total, otra más de esas grandes novelas americanas, que reúne bajo sus tapas a un puñado de personajes de diversa condición, vinculados entre sí por haber sido testigos de una hazaña excepcional: cómo Philippe Petit caminó sobre un cable tendido entre las ya extintas torres del World Trade Center el 7 de agosto de 1974. Desconfío por sistema de las novelas corales. Con frecuencia me da la impresión de que los vínculos son forzados y de que más le habría valido a su autor mostrarse más drástico en la toma de decisiones. Ésta, sin embargo, funciona como un reloj suizo. Todas y cada una de las partes están perfectamente engranadas y las pistolas y teléfonos que por aquí y por allá se asoman sutilmente, terminan por dispararse y sonar sin anunciarse apenas. Con elegancia y discreción, vaya. Como debe ser. Y además, emociona. Así que háganme caso y lean, lean.
Cuando lo hagan, eso sí, tengan a mano un lápiz para restituir todas las tildes que sobre los adverbios interrogativos ha omitido en construcción indirecta Jordi Fibla en su por otra parte impecable traducción. ¡Ay!