Las elecciones gallegas han arrojado una alta abstención (36,2%), pero otorgan una mayoría absoluta reforzada a Alberto Núñez Feijóo ( 45,72%, 41escaños), avalando así las políticas de austeridad y recortes que impulsa el Gobierno del Partido Popular, claro vencedor en estos comicios. ¿Es que, acaso, los gallegos prefieren las tijeras al crecimiento? Preguntado así, la respuesta es, lógicamente, negativa. Pero si se les interroga sobre si eligen lo malo conocido a lo bueno por conocer, cuando lo bueno nadie acierta a definirlo con claridad, el resultado no podía ser diferente al obtenido ayer en Galicia. Desgraciadamente, esa es la cuestión.
La cuestión es la falta de alternativas válidas frente a las políticas que aplica el Gobierno conservador de Mariano Rajoy, cuyo representante en Galicia ha salido fortalecido. Algo está fallando clamorosamente cuando la oposición no engarza con el descontento de los ciudadanos y es incapaz de ofrecer recetas diferentes, creíbles y que encandilen a los votantes. Hoy por hoy, la izquierda es un páramo árido de ideas y proyectos que apenas ilusiona a sus mismos seguidores, perdidos entre la fragmentación y la abstención, pero que ahora se precipitarán, una vez más, a buscar culpables entre ellos. La misma noche en que se conocieron los resultados gallegos y vascos, salieron voces exigiendo la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya estrategia de oposición queda ahora seriamente comprometida.
Pero el secretario general de los socialistas no piensa dimitir ni cambiar su línea de “oposición útil” de tan nefastos resultados para regocijo de los populares, que respiran aliviados ante el desgaste que han esquivado en Galicia. A pesar de todas las revueltas y manifestaciones, Mariano Rajoy puede presumir de que los ciudadanos no lo castigan como han hecho en Europa con todos los gobiernos que se han visto obligados a impulsar idénticas políticas anticrisis, haciendo caer gobernantes de todos los colores. La España en recesión que vocifera tras las pancartas sigue temerosa de una apuesta a lo desconocido que desemboque definitivamente en la catástrofe. Echa en falta promesas sólidas de que otra política es posible, pero nadie se las ofrece con rotundidad y seriedad.
El PSOE no luce atractivos para el cambio en esta tesitura dramática. Se hunde aún más en la desconfianza que genera entre los ciudadanos de izquierdas, esos que ya incluso asimilan que Zapatero fue la causa de la grave crisis económica que paraliza al país y provoca un desempleo de magnitudes escalofriantes. ¿Tan mal había gobernado el presidente socialista para que los electores prefieran a quienes los castigan con una austeridad canalla, que se ensaña con los que ninguna culpan tienen de esta crisis?
Parece que, puestos a elegir, la gente opta por la derecha auténtica en vez de esa “derecha disfrazada” en que se ha convertido “la izquierda de clase política, no social”, como diría Haro Tecglen*. Y es que la izquierda hoy no tiene un mensaje claro y un modelo real que ofrecer a los ciudadanos. No aspira a cambiar el mundo de la explotación y las injusticias en que el capitalismo ha sumido a tres cuartas partes de la Humanidad, pues se ha limitado a administrar sociedades cada vez más absorbidas por el mercado y que rinden pleitesía al capital. Los votantes no saben siquiera qué es la izquierda, aquella que defendía a los menos privilegiados, que apostaba por el progreso y las innovaciones antes que por la tradición y que preconizaba sociedades tolerantes y abiertas en las que la libertad de ideas, expresiones y opiniones fueran atributos de la convivencia pacífica y plural.
Sólo así se explica qué votan los gallegos. De los vascos y catalanes hablaremos en otra ocasión. Notas:
* Eduardo Haro Tecglen: Ser de Izquierdas, Editorial Temas de Hoy, Madrid, 2001.