(Ni tú ni yo. No hablo ni de ti ni de mí. O sí. No te tomes esto como algo personal.)
(Este post es la cuarta parte de una serie de 5, por eso puede parecer incompleto. Antes, te invito a leer la primera parte, la segunda parte y la tercera parte)
Podemos aproximarnos a una definición racional de felicidad, pero jamás podremos completarla con palabras, lógica, fórmulas.
Esa mezcla de presencia, serenidad, satisfacción y aceptación no puede explicarse. No podemos hacer un discurso de ella.
La felicidad sólo puede vivirse.
Y felices ya lo hemos sido muchas veces, la mayoría de ellas sin darnos cuenta, sin pensarlo.
Por eso me da la sensación de que lo que ahora pretendemos, no sé si equivocados o no –¿existen los errores en la evolución?–, es ser felices siempre, y además de una forma consciente. He aquí el nuevo reto evolutivo.
Porque la felicidad como combinación de presencia, serenidad, satisfacción y aceptación la hemos experimentado millones de veces, pero de forma inconsciente. Hasta hace muy poco tiempo, evolutivamente hablando, nadie se había planteado nunca la felicidad. Se experimentaba o no, dependiendo de la suerte de los fenómenos y de lo que nosotros hiciéramos con ellos. Incluso la reciente teoría del fluir de Csikszentmihalyi contempla la pérdida de la autoconciencia como característica de la felicidad. Uno es puntualmente feliz cuando fluye, dependiendo básicamente de lo que está haciendo y del grado de atención que está prestando a esa actividad.
Hoy algo está pasando. Hace más de 2.500 años algunos ya se lo preguntaban, pero ahora ya somos muchos los que lo hacemos, conforme nuestra conciencia se desarrolla a un ritmo vertiginoso, nuestras necesidades básicas están más que cubiertas y una vez comprendemos lo efímero y relativo de todo lo que nos sucede “por fuera” –circunstancias– y “por dentro” –emociones, pensamientos. Gracias a la insatisfacción inherente a toda la naturaleza –la insatisfacción es el motor de la evolución–, ahora nos planteamos ser felices siempre, de forma permanente, sí o sí.
Y es ese propio deseo, el de la felicidad eterna, el que nos impide ser felices. Estamos pensando, razonando la felicidad, no experimentándola, y comprendiéndola como un bien futuro –siempre–, y no presente. De hecho, no estaría mal tener más presente –valga la redundancia–, como recuerda Eckhart Tolle, que la eternidad no tiene nada que ver con el futuro; eterno quiere decir atemporal, y el único momento atemporal que podemos vivir es el propio presente.
La felicidad no se puede definir.
Sólo se puede experimentar, aquí y ahora, en el presente.
Cualquier intento de explicación, de razonamiento, de discurso será incompleto, limitado por el propio lenguaje, y pertenecerá al pasado –como este mismo post. Por tanto, ya no será felicidad.
Esto es sólo mi opinión, que cambia constantemente. No me creas. Crea la tuya.
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