Navidad.
Otra vez Navidad.
En realidad la Navidad no existe en gran parte del mundo, pero sí un consumismo exacerbado inducido por los magos del marketing, esos seres humanos pensantes empeñados en buscar e inventar nuevas formas de que consumamos mucho y de lo que sea. Pero supongamos que hay gente que de verdad celebra la Navidad; que la hay, por supuesto. Y uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia es haber ido a la Misa del Gallo la noche del 24 de diciembre, la noche de Nochebuena. Ese es mi más grato y emocionante recuerdo de estas fechas, lo de salir de noche de casa después de cenar y encontrarme con toda la iglesia llena de gente, volver a casa, tomar un chocolate caliente y a dormir...
No creo en eso que los publicistas de Walt Disney denominan la magia de la Navidad, ese tener que estar alegre y expectante no se sabe muy bien por qué. Lo de reunirse toda la familia suele ser más una maldición que un hecho alegre, y si esa reunión se acompaña de abundante comida y bebida, nunca se sabe por dónde puede salir la cosa.
En realidad la Navidad como tal es una festividad postiza, sobrepuesta en fecha y rituales a las romanas Saturnalias o fiestas de la cosecha, de ahí la desmedida en el comer y beber. Supongo que la costumbre de las farturas de comer de esos días vendría porque una vez recogidas cosechas y productos de animales, propio de fechas otoñales, todo aquello que no se pudiese conservar había que comerlo para que no se echase a perder. Es una teoria así porque sí, sin pensar mucho y solo por intuición personal. Y con la caída del Imperio Romano, la única institución "universal" fue la Iglesia, que fue ocupando física e intelectualmente el nexo de pertenencia común a un "sistema", y las celebraciones paganas se fueron convirtiendo en fiestas de santidad.
Es decir...
Si hay una empresa que sepa de marketing, de cómo ajustarse a la demanda y crear ofertas consumibles, es la Iglesia, particularmente la cristiana, y es indiscutible que fue la pionera de la "globalización". No se le pueden discutir ese mérito y sus logros. Como decía Gila, que empezaron con un pesebre y la que han liado...
Pero volvamos al día de hoy.
Yo soy de las que agradece que las ciudades se iluminen con luces navideñas en estas épocas invernales en las que las horas de sol son escasas. Y algo que cada vez me gusta más es ver las iluminaciones que se asoman por las ventanas de las casas de nuestras ciudades. Seamos sinceros, estas lucecitas pequeñitas que adornan ahora las ciudades formando imágenes elegantes y que muchas sirven tanto para Navidad como para una feria de ganado o un congreso de dentistas, y todas, por supuesto, de bajo consumo, cubren su papel y es lo que hay. Pero nada iguala ni igualará a aquellos pedazos de bombillones de colores bien chillones de mi infancia. Aquello era "luz navideña"; esto es... Otra cosa. Entre lo del ahorro de energía y la crisis de los ayuntamientos, esa iluminación que los ciudadanos aportan desde las ventanas de sus casas, algo que me parecía una horterada considerable no hace mucho, ahora como extra luminoso me parece todo un detalle solidario a la luminosidad general de la ciudad. ¡Las hay incluso a juego con la decoración de las luces de la calle! Eso da idea de un punto de virtuosismo por parte de esos concienciados ciudadanos. Y las hay que han exigido un grave riesgo para la integridad física de los inquilinos, porque eso de tener que asomarse hasta la cintura desde un quinto piso para colocar lucecitas en la fachada de tu casa no deja de ser un deporte de riesgo.
Pero si bien la calidad lumínica ha bajado en beneficio de la sostenibilidad, el medio ambiente y la factura eléctrica, lo que ha aumentado es la cualidad calórica de estos días navideños. Ahora en todos los súper, tiendas y kioscos ves casi desde el mes de octubre toda la oferta de dulces navideños, con el "agravante" de que los surtidos pueden ser a granel y el que más y el que menos no resiste la tentación de llenar una bolsita con uno de aquí, otro de allí, e ir probando turrones, mazapanes, polvorones y toda clase de golosina navideña. Yo que no soy nada golosa, ya me he ventilado en este mes dos tabletas de turrón. Para quien sea goloso , toda esa exposición de dulces desde tanto tiempo antes tiene que ser una "tortura"...
Otra cosa curiosa es que detecto en muchos comercios una campaña de descuentos nada desdeñables, desde un 10% a un 30% sobre el precio habitual, cosa que no solía ocurrir hasta las rebajas de enero. Yo llevaba años alejada del consumismo navideño, pues me parecía del todo tonto comprar el 15 de diciembre lo que podría comprar el 15 de enero a mejor precio. Se ve que no he sido la única y los magos del marketing lo han captado. El problema va a ser que, cuando lleguen las rebajas, nadie va a tener un euro en el bolsillo, ya nos lo hemos gastado todo en dulces y en estas rebajas encubiertas...
Bueno, resumiendo que se hace largo.
No creo que las Navidades sean ese "tiempo de gran felicidad y amor" que nos quieren vender como sentimiento universal. Y si hay algo que detesto profundamente de las fechas navideñas es el sorteo de lotería de Navidad. No hay sonido más crispante que ese "nanananiiiinoninoooniooo, ninoni ¡euroooooss!", repetido durante horas, horas, hooooorass, que luego se prolonga durante días y díaaaaaas con "ha tocado en aquí y allá" y "fulano tal y pascual" y "tal y tal y tararí tarará"... ¡Aghh!
Soporto cualquier otra tradición con estoico ánimo, pero con lo del sorteo no puedo. Y lo malo es que o te vas del país o no hay forma de librarse de esa tortura.
Pero sí es cierto que son unos momentos en los que casi el mundo entero se prepara para "algo", se va fraguando un estado de ánimo de cambio, de mejorar las cosas o que al menos no empeoren. Un tiempo de pausa en la rutina de cada día, para entregarse a la rutina de cada año por estas fechas, pues con mayor o menor ganas, todos buscamos los adornos navideños y un sitio por casa donde colocarlos (y también buscamos todas las facturas posibles que puedan desgravar a Hacienda en la próxima declaración, otra rutina de estas fechas)...
Sí, es como una rutina anual y, como toda rutina, debe llevarse con resignación y buen humor. Y si es posible, hasta disfrutar de las pequeñas cosas que año tras año tras año se repiten... Para los niños, la promesa de esos regalos que se van negando a lo largo del año, con la coletilla "si te portas bien, para Reyes". Para los jóvenes, la perspectiva de unas vacaciones escolares en las que en casa se suele hacer la vista gorda en cuanto a la hora de volver de la fiesta de fin de año. Para los adultos, pasar el "disgusto" de los mil y un gastos, que aunque se recorte, algunos son indispensables... ¿Quién se resiste a comprar un adornito más para el árbol o un detallito para ese buen amigo que nos ha echado una mano en algún momento difícil del año?
Muchas veces son fechas en las que se recuerda con nostalgia a quien no está, y se celebra la llegada de nuevos miembros a la familia... Esas cosas que a todos nos pasan. Y muchas más, y que resulta que como decía la canción... "Al final, la vida sigue igual".
Personalmente, lo mejor de las Navidades es que pasen, sin prisa ni pausa, con sonrisa en los labios viendo las luces de la ciudad, las ganas de vacaciones de los niños (y los no niños), repasando la lista de amigos a quien llamar y no contar nada en especial, solo por hablar un rato y soltar eso de "y bueno, si no nos vemos estos días, que pases feliz Navidad y recuerdos para todos"... Esas pequeñas cosas que todos hacemos...
Pero que pasen.
Porque todo cansa, hasta el sonreir...
Y al llegar el nuevo año, siempre pienso lo mismo. ¡Una vez más he sobrevivido a la Navidad!, veremos qué nos depara este nuevo año...".
Y eso es lo mejor.
Poder contarlo.