Leo en Bienvenidos a la fiesta dos definiciones de Borges de los libros que llamamos «clásicos», tomadas ambas de Diálogos (Seix Barral, Barcelona 1992), una selección de sesenta de las noventa conversaciones radiofónicas que tuvieron, entre 1984 y 1985, Borges y Oswaldo Ferrari. Me gusta más la segunda.
«[T. S.] Eliot pensó que sólo puede darse un clásico cuando un lenguaje ha llegado a una cierta perfección; cuando una época ha llegado a una cierta perfección. Pero yo creo que no: creo que un libro clásico es un libro que leemos de cierto modo. Es decir, no es un libro escrito de cierto modo, sino leído de cierto modo; cuando leemos un libro como si nada en ese libro fuera azaroso, como si todo tuviera una intención y pudiera justificarse, entonces, ese libro es un libro clásico». (…) «Es decir, que un clásico es un libro leído con respeto. Por eso yo creo que, el mismo texto, cambia de valor según el lugar en que está: si leemos un texto en un diario, lo leemos en algo que está hecho para el olvido inmediato (…). En cambio, si leemos ese mismo texto en un libro, lo hacemos con un respecto que hace que ese texto cambie. De modo que yo diría que un clásico es un libro leído de cierta manera».
«Creo que releer es un placer tan grato como el de leer, como el de descubrir. Además, cuando uno relee, sabe que lo que relee es bueno, ya que ha sido elegido para la relectura. Y aquí recuerdo a Schopenhauer, que dijo que no había que leer ningún libro que no hubiera cumplido cien años, porque si un libro ha durado cien años, algo habrá en él. En cambio, si uno lee un libro que acaba de aparecer, se expone a sorpresas no siempre agradables. De modo que la virtud de los clásicos sería esa: el hecho de haber sido aprobados, claro que muchas veces por la superstición, otras veces por el patriotismo… en fin, por diversas cosas. Pero, con todo, el hecho de que un libro haya durado, bueno, demuestra que hay algo en él que los hombres han encontrado, y con lo cual quieren reencontrarse».