Con ocasión de las fiestas de empresa, especialmente navideñas, se acostumbra a jugar al “amigo invisible”, a la entrega anónima de regalos de poco valor y con un componente divertido. Muchos de ellos se podrían calificar de “pongos”.
¿QUÉ ES UN PONGO?
Es un regalo habitualmente absurdo, kitsch y con escasas posibilidades de uso. Suelen ser objetos decorativos vintage, de segunda mano, parafernalia religiosa, objetos con un diseño pop o psicodélico, cacharros de fabricación china de dudoso gusto…
El origen de la palabra “pongo” viene de la frase “¿Y esto, dónde lo pongo?”, que no tarda en derivar en otra frase también delirante: “¿Y esto, a quién lo regalo?”
Un buen pongo, por tanto, es el que pasa de mano en mano, sin que ninguno de los poseedores temporales le dé uso ni tenga intención de quedárselo.
EJEMPLOS DE PONGOS
Recorremos algunos comercios en busca de pongos y encontramos los siguientes. Para empezar, un bonito asiento para bicicleta, un cubo para botellas de quinto de cerveza y un siempre útil jersey “Charly Brown” para que la botella de cerveza no pase frío, todos de la tienda M Store de Cervezas Moritz, en Ronda Sant Antoni 39.41, de Barcelona.
La tienda Moskitas Muertas hace gala de tener los objetos más kitsch de Madrid. Situado en la calle Ayala, 94, seleccionamos un colgante, unas botas y una pulsera de parafernalia religiosa, todos ellos “pongos” elevados a su máxima potencia.
Volvemos a Barcelona para encontrar este gusano anti estrés en Ryman Ryman, con tiendas en la calle Santa Ana, 37 y calle Pi, 10.
Otros “pongos” destacados de la misma tienda son el cojín con forma de pata de jamón ibérico y el gorrito de ducha para los más cerditos…
El almacén secreto es una tienda situada en la calle Jardines 5, de Bilbao. Su especialidad son las figuras y lo relacionado con Star Wars y Disney, pero su abanico es amplio y en ocasiones rabiosamente divertido.
Dudamos si quedarnos con una dulce muñeca que, según la leyenda, mató a una oveja y por ese motivo debe llevar una máscara. Pero finalizado el recorrido, acabamos decidiéndonos por un clásico entre los pongos: la bola de nieve. En esta ocasión, con gatitos.
Resumiendo: si un pongo es un regalo delirante, de poco valor y ningún uso, seguramente por eso triunfan. En un mundo racionalista y consumista, en el que todo debe tener una utilidad claramente conocida, los pongos se sitúan en la frontera. Son el otro lado del espejo, la imagen del surrealismo y de la subversión.
¿QUÉ HAGO CON UN PONGO?
- Por supuesto, regalarlo
- Venderlo en un mercado de segunda mano por menos de lo que te costó (si eso es posible)
- Llevarlo al trastero o al desván de casa para que la pátina de las telarañas le dé un status de “pongo clásico”, que no nos extrañaría encontrar en “Los otros” de Almenábar
- Exponerlo en el salón en una “vitrina de pongos”. Dios los cría y ellos se unen…
- Tirarlo a la basura. Es lo peor que se le puede hacer a un pongo. Es despojarle de sus (debatidas) virtudes y admitir que no vale ni para eso… ni para ser pongo
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