Revista Diario

¿Qué es una perla de leche?

Por Una Mamá (contra) Corriente @Mama_c_corrient

Había oído hablar de las perlas de leche en las lecturas (varias) que hice del libro de Carlos González “Un regalo para toda la vida” pero, desde luego, nada como la experiencia con ellas para aprender lo que son realmente.

Como conté en esta entrada, una noche, sin previo aviso, comencé a notar una obstrucción en una mama que crecía y crecía conforme pasaban las horas. A la mañana siguiente descubrí que en el pezón tenía un punto blanco, casi del tamaño una lenteja (sin remojar), que en aquel momento era un auténtico tapón: fue pincharla y empezó a salir toda la leche que durante todas las horas anteriores no había sido capaz de vaciar ni siquiera mi hijo.

Así comenzó mi historia personal con las perlas de leche, que me acompañaron durante casi cuatro meses de forma intermitente.

Foto tomada de la asociación SINA
Foto tomada de la asociación SINA

Los puntos blancos o perlas de leche son una especie de ampollitas de color blanco que aparecen en el pezón. Su tamaño puede variar a lo largo del día. A mi a veces durante el día no se me veía pero al acabar de mamar el niño estaban tan grandes como un grano de maiz (del de hacer palomitas).

Ni qué decir tiene que duelen, duelen muchísimo, de manera que son inconfundibles. En mi caso, unas fueron más dolorosas que otras. Conforme mi problema fue a más, cada vez eran más dolorosas. Yo notaba no ya un dolor localizado sino una sensación muy clara de tener una espina clavada, que provenía desde lo más profundo del pecho hasta acabar saliendo por el pezón.

De hecho, como me explicó Juan Miguel Rodríguez cuando fui a hacerme el cultivo, lo que ocurre es que las bacterias malas van formando capas en las paredes de los conductos, reduciéndolos cada vez más, hasta que al final esa calcificación termina saliendo por el pezón, que es lo que nosotros vemos. De ahí que mi dolor fuera tan profundo, era un claro síntoma de que lo que estaba pasando dentro. Es más, mis perlas de leche siempre venían precedidas, horas antes, de una obstrucción en la mama.

No está muy claro si pincharlas puede ser beneficioso o no. Si el problema es superficial, como puede ocurrir con una perla de origen traumático (por ejemplo si el niño ha dañado la mama con los dientes en un descuido) sí que podría ayudar pincharla con una aguja estéril pero en casos de infecciones bacterianas como el mío, de poco sirve. En mi primera aparición sí que me sirvió para destaponar el conducto y permitir el drenaje de la mama, pero todas las demás veces que me pinché una perla de leche sólo sirvió para tener más dolor.

Si tras pinchar la perla se evidencia que lo que vemos es solamente la punta del iceberg, lo indicado es hacer un cultivo de la leche  materna y tratarse adecuadamente con probióticos o combinando éstos con antibióticos adecuados. La forma de curarla es devolver el equilibrio microbiano a la mama, reduciendo la inflamación de los conductos y eliminando la obstrucción.

Aunque duele mucho muchísimo, hay que hacer el esfuerzo por vaciar correctamente el pecho afectado. Puede llegar a ser un suplicio sobre todo cuando tienes ambas mamas afectadas pero el vaciamiento es fundamental cuando hay obstrucciones, para evitar que el problema se agrave.

Solucionado el problema de origen, la perla va desinflándose sin que le hagamos nada. Finalmente se convierte en un pellejo que termina cayéndose solo o se reabsorbe sin que nos demos cuenta.

El día que empecé a tomar los probióticos tenía una perla de leche en cada pezón del tamaño de un campo de fútbol. Bueno, evidentemente no tanto, pero su tamaño era tan grande cuando terminaba de mamar el niño que algunas veces abarcaban más de la mitad de la punta del pezón. La disminución de su tamaño y finalmente su desaparición fue muy rápida y paralela a la marcha de los otros síntomas. Como expliqué ayer (mastitis y probióticos), a partir del 4º-5º día me empecé a encontrar mucho mejor y desde entonces no he vuelto a verme una perla de leche (y tocando madera sigo).


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