Esta semana pasada se encontró el cuerpo sin vida de la mayor de las dos hermanas cuyo padre se llevó hace a finales de abril. A mil metros bajo el mar, dentro de una bolsa de deporte y con un ancla convenientemente atada para impedir que flotara y, por tanto, ser encontrada. Se llamaba Olimpia y tenía seis años. Ni su hermana de tan solo un año, ni su padre han aparecido todavía.
Pero lo que sí es bien seguro es que han dejado a una madre, Beatriz Zimmermann, muerta en vida por el terrible deseo de hacer daño del padre de sus hijas. Un malnacido asesino que no dudó en asestarle un golpe mortal asesinando a sus hijas y desapareciendo, dejándola muerta en vida. No me valen calificativos como celópata, caprichoso o violento. Todos y cada uno de ellos busca justificar al asesino. Todos y cada uno de ellos buscan ponerse de perfil para no acusar directamente al asesino.
Mientras los hombres no dejen de ponerse de perfil y no se sumen a la lucha contra el terrorismo machista no solo condenándolo sino también señalando a los asesinos y dejen los eufemismos que justifican estos asesinatos, el avance será mucho más lento.
No olvidemos el reciente caso de Canarias en donde, recién aprobada la ley que permite la autodeterminación de género y, en medio del juicio por el asesinato de Vanesa Santana, su asesino Jhonatan Robaina pidió cambiar su nombre por el de Lorena para así mejorar su situación procesal. El asesino, condenado a más de cuarenta años de cárcel por el asesinato y violación de Vanesa, de haber sido aceptada su petición de autodeterminación, podría haber cumplido su condena en una prisión de mujeres, con lo que ello conlleva para la seguridad de las mujeres privadas de libertad.
En el último mes y solo en el Estado Español ha sido asesinadas una mujer cada tres días. No solo son terribles estos asesinatos, también lo es el dolor que dejan a familiares y amistades de la mujer asesinada. Y sigue habiendo gentuza que niega que el origen de tanto dolor es haber nacido mujer y haber sufrido una socialización diferenciada para mayor gloria del patriarcado.
Negar el terrorismo machista que en los últimos dieciocho años ha matado a casi mil cien mujeres, es, sencillamente apostar por un feroz patriarcado para mantener privilegios.
Y después están las violencias institucionales como el caso de Juana Rivas que, por proteger a sus criaturas y no querer entregarlas a su maltratador, ha sido condenada por la justicia. Un sistema judicial profundamente patriarcal que cuestiona permanentemente la voz de las mujeres. O ¿Acaso se nos han olvidado sentencias como las de las mal llamadas manadas y que en realidad eran violaciones a una sola mujer por varios hombres?
La vida de las mujeres, como vemos, está considerada como de segundo orden y sus voces carecen de veracidad para alguna gente. Y eso es algo que hemos de cambiar como sociedad.
Hoy todas las mujeres comprometidas contra las violencias machistas de todo tipo incluida la vicaria, lloramos a Olimpia y acompañamos en el dolor a su madre. Pero también lloramos a todas y cada una de las mujeres y criaturas asesinadas por quienes dijeron amarlas y tenían obligación de proteger a sus hijas e hijos.
Lamento no recordar la autoría de esta frase: “Nos están dejando pocas soluciones a las mujeres y las pocas que quedan, no les van a gustar”. Insisto, lamento no recordar quien la dijo, pero tiene toda la razón, quedan pocas y no les van a gustar.
Nos usan como recipientes para explotarnos reproductivamente y gestar para quienes quieren comprar criaturas. Nos tratan como ganado para explotarnos sexualmente para satisfacer deseos sexuales masculinos. Nos maltratan de miles de maneras en nuestras casas, por las calles, en los transportes públicos, en nuestros trabajos. Nos asesinan porque nos creen de su propiedad y así un largo etc. Y sigue habiendo gentuza que niega todo esto y más. O lo justifica con eufemismos que buscan eliminar la culpabilización del agresor machista.
Hoy siento mucha rabia y mucho dolor mientras escribo esto que me resulta tan doloroso. El viernes decidí no acudir a la concentración de mi ciudad porque sabia que no podría dejar de llorar. Rabia, dolor, impotencia, ansiedad y siempre la misma pregunta, ¿hasta cuándo va a durar esta pesadilla?
Me temo que va a durar mucho más que de lo que yo misma pueda durar. Y eso me entristece, pero al mismo tiempo me da fuerzas para seguir denunciando la asesina complicidad entre el patriarcado y el capitalismo que nos considera, a las mujeres, “cosas que se pueden usar y tirar”.
Olivia ya no está. Al igual que otras tantas Olivias. Vanesa tampoco está. Como tantas otras Vanesas. Y todas ellas tenían una vida propia que alguien cercano les arrebató sin ningún derecho y simplemente por creerlas de su propiedad y, por lo tanto, carentes de vida propia.
En realidad, y después de tantos años, he de admitir que no sé lo que está ocurriendo, pero lo que sí sé con total seguridad es que continuaré haciendo lo que esté en mi mano para prevenir y/o denunciar el terrorismo machista que nos asesina por haber nacido mujeres.
Así me lo juré aquel doce de septiembre del año dos mil uno y hasta que me queden fuerzas.
Ben cordialment,
Teresa