Revista Educación

Qué fácil es ser excepcional

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Qué fácil es ser excepcional

12 julio 2014 por quietbrown

Me preparo un café. Derramo un poco sobre la encimera y, con mueca de fastidio, lo limpio con el paño. Me siento ante la mesa y enciendo el ordenador. Miro algún periódico digital, entro en Twitter para ver de qué se habla y me meto en Facebook para poner algo de interés al telefilme que están echando de fondo en la tele. Veo que tú estás súper contenta, porque te ha llamado mucha gente por tu cumpleaños. Hay otra que se está recomponiendo y, como me siento en eso muy identificada con ella, le doy a “me gusta” para que me sienta más cerca. Luego estás tú, que has terminado el maratón de Londres (¿o la maratón?) y lo cuentas porque te lo he pedido. Lo siento, si escribieras mal o con faltas de ortografía, aquí iba a estar yo sonriendo ante la pantalla. Escribo un poco sobre mi realidad de hoy y recibo abrazos virtuales en forma de “me gusta” y guiños en los comentarios. Aquí, como en la vida, hay gente que me cae bien, gente que me da igual y gente que no me cae bien. No me caen mal, pero tampoco bien. De hecho, entran en el mismo paquete que los que me dan igual. Hay gente que me ha hecho daño, hay quien se preocupa por mí (quizá los de antes también se preocupan, pero no saben enfocarlo) y quien de repente me escribe un mensaje y me alegra el día.

 

Qué fácil parece vivir bien cuando uno entra en Facebook. Leo en la misma sesión un artículo de El País sobre cómo afecta, especialmente a las mujeres (si es que somos idiotas, cogno), Facebook a la autoestima. Porque claro, tú llegas con tu mierda de día en la peineta y ves a una en la playa, a otra que quiere mucho a su gato y al de más allá que se va de shopping. Tontolculo. Y a ti te duelen las rodillas, te huele toda la casa a la caca de tu gato (que le quieres mucho, pero diosbendito qué pinos planta) y no estás en la playa, no, estás en tu casa porque no tienes dinero ni para playa ni para shopping

Y lo que decía, que Facebook afecta a la autoestima. Te jode la tarde, vaya. Ves a la gente divirtiéndose a unos niveles diarios que te hacen desear encontrar una forma de sintetizar esas endorfinas, ese buen rollo, en algo que vaya más allá del Mr. Wonderful. No, hoy no toca, con éste voy otro día.

En Facebook todos comemos a lo bestia, no manchamos de café la encimera, tenemos tipazos, no ponemos muecas de fastidio, posamos para las fotos como professionals, lady. Aquí fuera hay preocupaciones, al que se va de shopping se le cae el pelo, pero bien que pone la foto de los pantalones Levi’s y no el recibo del champú anticaída de la farmacia; a la que va a la playa le acaba de dejar el novio, pero se pone sonriendo con sus amigas y al lado de un maromo (que es marica pero ella hace como que no lo sabe) para ver si a su exmaromo le da celito y la llama, y la que quiere mucho a su gato en realidad pasa del bicho, pero es de un fotogénico que flipas, y tras cada foto subida a Instagram mira el Whatsapp para ver si alguien se acuerda de ella. Calvo, abandonada, sola. Eso es la vida real, pero eso no lo cuentas en Facebook. No hablas de las manchas de café.

 

Hay vida más allá de las redes sociales, a veces de colores vibrantes, sin sombras ni matices, de esa vida que comes con las manos, que se derrama por las comisuras de tu felicidad y hace que tu corazón te felicite bailando en tu pecho. Hay vida, pero hay preocupaciones, lamentos, taras, miedos, inseguridades, erupciones en la piel, lágrimas en los ojos y mocos en el kleenex, todo eso también está en tu cama, pero no lo subes al Face para no desentonar. 

 

Quiero que sepas, quiero que me conozcas, que me reafirmes y demostrarte que sé más que tú, que soy más que tú. Al margen de las redes sociales, la gente engaña, miente, manipula, chantajea, sufre porque su culo está caído, se agobia porque su novia le engaña con otro y publica fotos con varias amigas para que otra ex-amiga las vea felices y se joda. Y luego ponen alguna referencia, incluso, para que quien la lea sufra sabiendo que va por esa persona. Y eso es de ser hijo de puta, triste y patético. Aquí, en Facebook y en tu habitación. En tu cabeza sabes que también, pero llevas tanto tiempo ignorándola que un poquito más no te hará daño. Porque ahora, en el tsunami de la autoestima-estafa, eres el rey. La reina. Cabalgas las olas a base de muchos signos de exclamación, de fotos repetidas hasta que has salido lo más sexy posible, lo más divertido posible, sin marcar michelín.

 

Los escritores, los periodistas, los fotógrafos (cuidado con este trío) cuelgan artículos sobre los que opinan, demostrando que saben contar y ver las cosas mejor que el resto, cubiertos con una capa, la de la verdad, y con una varita de absolutismo que todo lo envuelve al grito de “este es mi muro y cuánta razón tengo”.

 

Claro que sí, cariño.

 

Qué fácil es ser excepcional y, sin embargo, qué poco me cambiaba por ti. Guapaaaaaaa


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