Revista Cine
A los americanos se les está acabando el monopolio de los thrillers y las historias de detectives. Es cierto que series como The wire o Breaking Bad son ya un hito de la historia de la televisión, pero no es menos cierto que los rubicundos mocetones del norte de Europa y sus excelentes The bridge o The Killing vienen pegando muy fuerte. Pues bien, en los últimos tiempos se ha unido otro jugador a la partida, y es uno en el que no acostumbramos a pensar cuando hablamos de series policiacas.
La BBC es conocida por ese tipo de series televisivas que a algunos les gusta calificar como deliciosas, es decir, adaptaciones de novelas clásicas, con muchos salones de té, paseos por jardines impecables, pasión contenida, señores con espesas patillas, profusión de ironía y ancianitas tan venerables como ingeniosas. No asociamos la televisión inglesa con el thriller. De hecho, hubo una serie titulada The bill, producida por la ITV, que se transmitió con gran éxito en Gran Bretaña durante 16 años y que apenas se exportó a cuatro países. (Personalmente, creo que no os perdéis gran cosa).
Pero todo eso se acabó: Happy valley. Recordad bien ese nombre antes de que la compren los americanos y hagan su dichosa adaptación, porque ésta siempre será inferior al original.
Será guapo, pero también un malo malísimo de los de verdad
En este valle feliz de Yorkshire encontramos una pequeña ciudad donde la droga causa estragos entre la juventud. Allí trabaja la sargento Catherine Cawood, cuya hija se suicidó hace unos años tras dar a luz a Ryan, fruto de una violación. Tommy Lee Royce, el hombre que la violó y que desconoce que tiene un hijo, acaba de salir de la cárcel, donde ha pasado ocho años por un delito de drogas. Por otra parte, Kevin Weatherill, un hombre algo amargado que trabaja de contable en una empresa donde se siente infravalorado, tiene la posibilidad de enviar a su hija a una de las mejores escuelas del país, pero para ello necesitará un sustancial aumento de sueldo. Su jefe, Nevison Gallagher, no parece demasiado dispuesto a concedérselo.
Happy valley nos acerca a la realidad de la vida en una comunidad pequeña, ni lo bastante urbana como para ofrecer oportunidades a la juventud, ni lo bastante rural para evitar su desarraigo. En el quehacer diario de los agentes del orden ocupan no poco lugar los adolescentes y veinteañeros que se pasan el día desvencijando coches y bebiendo en los parques. Es en uno de estos parques, en la primera escena, donde los guionistas dan con un modo muy efectivo y original de presentarnos a la agente Cawood y contarnos en cinco segundos la historia de su familia.
Hablaba más arriba de Breaking bad, cuya gigantesca sombra llega hasta este valle de Yorkshire, y son varios los puntos en común con la serie que puso Albuquerque en el mapa. (Otros apuntan como influencia mayor a Fargo, pero yo vi la película de los Coen cuando se estrenó, allá por ¡uf!, y no he visto la reciente adaptación televisiva). En primer lugar, naturalmente, tenemos el modo en que el negocio de la droga se arraiga en todos los estratos de la sociedad. Ahí está, por ejemplo, Ashley, el distribuidor de drogas de la zona, dueño de una especie de camping de caravanas bastante cutre que utiliza como tapadera al modo en que Gus utilizaba Los pollos hermanos. Hay que decir aquí que, en comparación con Breaking bad, todo en este valle sucede a una escala mucho menor, lo cual le da mayor verosimilitud. No hay aquí deus ex machina en forma de accidente de avión, ni ametralladoras que disparan con implacable precisión desde el maletero de un coche. La BBC se ha inclinado por un crudo realismo tanto en el argumento como en el retrato de personajes y sociedad. Este realismo ha motivado algunas críticas, en especial por la violencia de algunas imágenes, y es que el público de la BBC no está acostumbrado a según qué cosas.
En segundo lugar, y aunque Kevin Weatherill no es el personaje principal, uno no puede dejar de compararlo con Walter White, un respetable padre de familia a quien la necesidad de dinero y el azar llevan a convertirse en criminal. Quizá podría reprocharse a Happy valley que la inagotable estupidez de Kevin va demasiado lejos en una obra de ficción, pero a ello podría responderse que dicha estupidez es superada día tras día en la vida real. En cualquier caso, el papel de Kevin no se limita a ser el desencadenante de la historia.
Al lado de los traficantes, violadores, secuestradores y asesinos con los que se mezcla, podría uno pensar que Kevin no es más que un pringao que ha cometido una tontería. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar: Kevin es un personaje absolutamente despreciable, y es su verosimilitud lo que lo que lo convierte en, además de despreciable, siniestro. ¿No conocemos todos a alguien capaz de racionalizar cualquier falta o delito que cometa? "Me cuelo en el metro, sí, pero es que es muy caro". "Robé esto en el Corte Inglés, pero es que ellos explotan a sus trabajadores". Kevin es incapaz de admitir su culpa, y no deja de insistir en que todo ha sido un cúmulo de circunstancias desafortunadas. La droga es ubicua en nuestra sociedad, pero el verdadero problema son los Kevin que tenemos por vecinos.
El ritmo de esta serie llega a ser de taquicardia, y recuerdo que al final del cuarto episodio estaba temblando de la tensión como no recuerdo haberlo hecho nunca antes. A partir de ese momento, quizá dicha tensión baja un poquito, y la serie pasa a centrarse más en los dramas de las respectivas familias: la de la policía, la del criminal, la del inductor y la de la víctima. Ahondamos entonces en las miserias de la vida familiar de Catherine, y en la durísima relación que tienen todos con Ryan, el niño de ocho años, hijo del criminal al que toda la policía anda buscando. En estos dos últimos episodios, que, como digo, tienen algo de anticlímax tras el ataque de nervios que ha sufrido el espectador, se ahonda en una idea que, por obvia y manida que pueda parecer, no deja de ser una gran verdad: tus actos tienen consecuencias para la vida de los demás.
Trailer de Happy valley
Happy valley tiene en Tommy Lee Royce a uno de los malos más malos que he visto en mucho tiempo, pero el personaje, sobre todo hacia el final, va mucho más allá de la mera maldad. Algunos, tanto espectadores como los mismos personajes, se preguntan si Tommy es un psicópata. Ésa es, sin duda, la impresión que da en los primeros episodios. Más adelante, sin embargo, si bien lejos de llegar a sentir comprensión por él, el espectador sí entrevé en él una dimensión más humana, en el sentido más siniestro de la palabra. En todo caso, el duelo entre Catherine y Tommy se convierte también en un duelo entre actores. Impecables, magníficos, extraordinarios los dos, como de hecho todos los demás (marca BBC), en este duelo es difícil juzgar quién sale vencedor, pues Sarah Lancashire, que interpreta a Catherine, es una consagradísima actriz, mientras que James Norton (Tommy) acaba de empezar, como quien dice. Pero recordad también su nombre, porque el chico va a dar que hablar.
Kevin y las malas compañías
Volviendo a comparar entre la televisión americana y la británica, otra notable diferencia es que estos últimos saben muy bien cuando hay que parar. Recordad si no Fawlty Towers, una de las mejores comedias de la historia de la televisión británica, de la que se hicieron sólo doce miserables episodios. Y qué decir de The office, una de las series más influyentes de los últimos años (aunque demasiado inteligente para determinados países) y de la que también se hicieron tan sólo dos temporadas. Esta contención tan británica es especialmente sangrante en el caso de Happy valley, dado que sólo se han hecho seis episodios, si bien en términos de ritmo, argumento y desenlace, no sobra ni falta un minuto. Pero uno se queda con ganas de más. Afortunadamente, la BBC ha anunciado ya una segunda temporada.
En resumen, permanezcan atentos a sus pantallas y no se pierdan esta gran serie.