El régimen venezolano, basado en el carisma de Hugo Chávez y en su populismo redistributivo, interno y externo, lleva al país a una ruina inevitable que destruirá a quien tenga el poder los próximos meses.
Venezuela, su industria y servicios están en quiebra, y el petróleo, del que depende el 96 por ciento de sus ingresos en divisas, está perdiendo productividad por la incompetencia de sus administradores chavistas.
El país sólo genera hidrocarburos, con los que, además, sostiene a Cuba, mientras debe importar casi todos los productos de consumo, incluso alimentos, que producía antes del caudillismo chavista.
Dicen los expertos que los déficit fiscal y comercial están creciendo a una velocidad escalofriante y que Nicolás Maduro, que gracias al realismo mágico se encuentra a Chávez en forma de jilguerillo cantarín, tendrá que devaluar por tercera vez en pocos meses el bolívar, lo que podrá los bienes de primera necesidad a precios inaccesibles.
Porque no parece que conseguirá aumentar regularmente el precio del petróleo, que fue lo que le permitió a Chávez gastar los crecientes ingresos en su redistribución populista.
Como llega el desastre, que cargue con él Maduro y no la oposición de Henrique Capriles: el chavismo cree que volverán los buenos tiempos del Caudillo, pero lo que llega es la hecatombe y la ingobernabilidad.
Cuenta el profesor de Historia Económica de la Universidad de Alcalá Gabriel Tortella que el caso Chávez recuerda al del primer Perón (1946-1955), que se benefició del crecimiento del mercado internacional tras la II Guerra Mundial, pero que, pasado aquel efecto, el país se hundió.
La demagogia y el populismo se apoderaron del espíritu colectivo argentino, y tras el golpe militar de 1955, que luego trajo la democracia, el país quedó sometido a la enfermedad moral peronista, como será la chavista para una Venezuela arruinada.
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SALAS