El trabajo de un corrector de estilo (II)
No solo hablamos de ortografía…
A menudo, el corrector topa con clientes tan exigentes que quieren pruebas fehacientes de la necesidad de su trabajo. A veces, esto trae consigo un sabor agridulce, pues recuerda a aquellos que llevan el coche al taller y quieren que se les convenza de que el vehículo necesita una revisión; no obstante, por regla general, esta situación suele ser una buena excusa para compartir conocimientos, rellenar algún posible vacío y, sobre todo, dar el cien por cien de uno mismo. En estos casos, es bueno ahondar un poco en la necesidad de contexto y sintaxis que requiere la corrección de estilo. Por ejemplo: “El grupo estaba compuesto por mujeres y hombres viejos” es una frase ortográficamente correcta, pero sintácticamente ambigua, puesto que no se explicita si ambos géneros son viejos, o bien si el grupo estaba formado por hombres viejos y mujeres.
—¿Y para cuándo lo quiere?
—Para antes de ayer.
—Perfecto. Empezamos bien…
Como profesionales, debemos tener presente que los clientes pueden tener ciertas reticencias a gastar parte de su presupuesto en un servicio que pueden no ver necesario. Por ello, la paciencia y una explicación adecuada del por qué suele ser de gran ayuda; sin embargo, no podemos olvidar que han sido ellos quienes han llamado a nuestra puerta: por tanto, por una u otra razón, comprenden, como mínimo, parte de la importancia de la corrección de un texto.
Aun así, a medida que mejoran los recursos técnicos de los que disponemos, surge una pregunta típica (y crédula) en boca de nuevos clientes: ¿para qué necesito a alguien que corrija mis documentos si tengo un procesador de textos con corrector automático? ¿No es suficiente? Pues no, no lo es, por las mismas razones que no entregas un trabajo de doctorado o una ponencia traducidos con el traductor de Google.
Carencias tecnológicas
Actualmente, incluso el software más potente que, por norma, funciona con un modelo iterativo incremental (o sea, un modelo que con ayuda del usuario puede evolucionar y retroalimentarse) tiene un hándicap: la falta de un contexto asociado. Esto, unido a que ni tan siquiera tenemos un esquema completo del procesamiento cognitivo humano en el lenguaje (un tema que puede ser interesante comentar en alguna otra entrada), hace que sea francamente difícil poder confiar en una máquina con los ojos cerrados.
Si el cliente comprende la forma en la que una corrección puede mejorar su trabajo, tenemos mucho ganado. Y, sin embargo, puede tener serias dudas en dos premisas elementales que todo curso de corrección profesional contempla: el tiempo que requiere el encargo y la diferenciación entre los trabajos de corrección ortotipográfica y de estilo.
Precio
En cambio, aquí cada uno pone su tarifa, porque como se te ocurra plantear unas tarifas mínimas, te cae una multa por ir contra el libre comercio en España. Sin embargo, es importante tener presente que los correctores y los traductores corregimos a un ritmo distinto, de forma dispar y con unos estándares variables; cada proyecto cuenta con un triángulo de tres aristas: calidad, tiempo y precio. Nadie regala su trabajo ni su tiempo, por lo que algo hecho a toda prisa, no tiene por qué ser malo (pese a que siempre existe un límites de trabajo diario de buena calidad), pero será caro. Asimismo, algo barato o se flexibilizará en el tiempo para resultar medianamente rentable o tendrá una calidad menor. Vamos, que nadie da duros a cuatro pesetas.
Puede tenerlo bueno, rápido o barato. Elija dos.
¡A corregir!
La mayoría de los correctores, además, saben que son humanos —unos pocos intuyen que son cylons que, todavía, no han sido activados—, por lo que, en su momento, aprendieron que cada tipo de corrección requiere de una lectura por separado y, por ello, corregir más de diez páginas por hora correctamente no solo es muy difícil, incluso para un nativo, sino venta de aire al por mayor.
Entonces, ¿qué busco en un corrector de estilo?
El trabajo del corrector de estilo es de concentración, de conocimientos generales y de un buen uso de las herramientas de las cuales dispone (que nunca pueden ser escasas) y, aunque complementario a una buena corrección de ortografía y tipografía, ahonda en el control del significado, en la claridad y en la inteligibilidad del texto. Además, al contrario de lo que muchos piensan, no se trata de reescribir un documento, sino de otorgarle un valor agregado mediante una mejor expresión de la idea, mejorando la coherencia y la cohesión.
Si bien estos no son tiempos en los que la labor del corrector se considere de un gran valor laboral o social, ya que un error o una errata no cuesta la recreación de nuevas y carísimas planchas de letras armadas —que, aunque a veces resulte un poco penoso, viene siendo siempre la mayor preocupación a nivel empresarial—, la adecuación ortográfica, la correcta morfología textual y la belleza de la idea son recompensa suficiente, ¿o no? Bueno, lo mejor será asegurarse siempre de que nuestros clientes confían en la importancia de un buen texto como carta de presentación…
Y vosotros, ¿qué añadiríais a los atributos de un buen corrector de estilo?