El gobierno se reunirá en la Moncloa con los presidentes de las grandes empresas para examinar los resultados del Consejo Europeo del 24 y 25 de marzo; leo en el diario de hoy.
Tengo la impresión de vivir en un barco donde la tripulación y el capitán, todavía con resaca desde la última fiesta, no entienden cual es la situación, no pueden pensar, y cuando lo hacen es para seguir el protocolo que marca el manual de instrucciones. Un manual que no prevé una situación imprevisible como la actual.
Aquellos adaptados a la nueva situación no pueden participar, no se les tiene en cuenta, no tienen ni voz ni voto, aunque es un grupo cada vez más numeroso de personas que desean superar un status quo que sólo beneficia a un grupo reducido. Un oligopolio en connivencia con el gobierno, incapaz de salir de la situación, incapaz de ver nuevos horizontes, agarrotado en no perder privilegios. Nos observan como intrusos deseando robarles sus pertenencias.
Las reformas estructurales llevadas adelante se sustentan sobre una economía con los pies de barro. Reformas no meditadas, forzadas por las circunstancias, la presión de los mercados y los socios de la Comunidad. Sostenidas sobre parámetros falsos, con instituciones que incumplen su labor de control, sin credibilidad, sin responsabilidad alguna. En un momento todos creímos que el sistema financiero español era un modelo y ahora observamos su quiebra.
Sin un modelo propio definido en la creación de valor y sin salidas para el capital humano. Sólo queda una opción, saltar del barco cuando sea posible. Emprendiendo, gestionando los recursos comunes con inteligencia. Marginando una economía especuladora donde el capital social no tiene cabida.
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