Revista Opinión
Hoy se celebra el Día del libro, una conmemoración innecesaria si la educación sirviera para algo, para algo más que preparar mano de obra sumisa a las empresas y con los conocimientos justos para la realización del trabajo que le encomienden, no para el desarrollo de las personas. Pero, incluso un instrumento, como es el libro, que podría ayudar a la emancipación de las personas y despertarles la capacidad de cuestionar la vida, sus vidas, con un criterio racional y con una pasión no sólo emotiva (tan fácil de conseguir por cualquier manipulador), sino fundada en el conocimiento (tan difícil de adquirir sin determinación), incluso el libro, como decía, es un producto industrial sometido a la ley de la oferta y la demanda del mercado. De ahí que se fomente la lectura de libros y se le dediquen días como el de hoy, no para ayudar que las personas tomen conciencia de las ataduras que les impiden ser libres y mejores, sino para socorrer al comercio del libro (autores, editoriales, distribuidores, publicistas, fábricas de papel, etc.). El último eslabón y el último interés es el lector, objeto de la atención de este día que pretende inútilmente el fomento de la lectura. No se niegue a ello, lea en cualquier caso. Y no sólo hoy, sino cada día, pero porque le apetece y le proporciona placer descubrir todos los mundos que le brindan las páginas de un libro. Si la educación sirviera para algo, no haría falta que nos invitaran a leer. Bastaría con gastar el dinero en crear más bibliotecas y subvencionar un libro asequible a todos los bolsillos. Piénselo y actúe en consecuencia.