Revista Sociedad

Qué hacer para lograr cambios en Cuba

Publicado el 14 marzo 2017 por Tomarlapalabra

Qué hacer para lograr cambios en Cuba

Por Pedro Campos

Original 14yMedio

Ningún gobierno del socialismo estalinista surgido de revoluciones democráticas (Rusia, China y Vietnam) fue derribado desde la oposición o por invasiones extranjeras. Los cambios vinieron siempre desde sus cúpulas, cuando comprendieron el atraso relativo-comparado que estaban sufriendo, generado por el desgaste económico del estatalismo asalariado.

“Burócratas comunistas” reformistas o convertidos pragmáticamente en capitalistas, junto a socialistas democráticos y socialdemócratas provocaron las primeras transformaciones que llevaron al cambio de sistema y no precisamente a la democracia como la entendemos en Occidente.

El mundo exterior democrático y desarrollado influyó sobre la burocracia y la población mostrando mejores condiciones de vida y desarrollo. Allá, el revanchismo no encontró espacio. La diversa oposición interna-externa hizo su trabajo en la crítica del sistema, en la denuncia de los excesos, la propuesta de soluciones y participó en la concreción de los cambios. Las diásporas contribuyeron a las transformaciones económicas aportando capital, tecnología y experiencia de mercado.

En Cuba, el fidelismo, que asumió aquel modelo por conveniencia, tampoco ha podido ser derribado por la fuerza y ya con el desgaste sufrido por casi 60 años de fracasos de todo tipo, no parece ser la excepción en aquellas “regularidades”. Desde antes de caer la URSS y el “campo socialista” su burocracia se debate en intentos de reformas económicas, acentuadas con la llegada de Raúl Castro al poder, pero nunca consecuentemente implementadas porque, de hacerlo, dejaría al modelo estatal-socialista sin su fundamento socioeconómico: el estatalismo-asalariado. Por eso avanza “sin prisa” en los cambios inevitables. Por su amplia demanda se habla de reformas políticas que no se concretan.

A pesar de las diferencias históricas y geográficas, hoy parece oportuno y conveniente poner bajo aquellos prismas qué puede hacerse desde la oposición y la disidencia, para tratar de llevar a Cuba los cambios necesarios, teniendo en cuenta la reciente muerte del líder histórico, principal freno a los intentos reformistas, el anunciado cambio de presidente en 2018, la gravedad de la crisis económica del estatalismo asalariado cubano, la reversión de la ola populista estatalista en América Latina y el cambio de administración en EE UU.

La ausencia del líder deja a la Revolución cubana sin su guía, aglutinador y movilizador. La burocracia que hereda el desastre, no sus dotes, está unida en la supervivencia, pero difiere en cómo lograrlo, mientras la crisis económica obliga a poner en primer plano las necesarias transformaciones, tema de desencuentro en la cúpula.

Raúl Castro deja la presidencia en el 2018, pero nadie espera que renuncie al cargo de primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC). En cualquier caso, el pragmatismo económico debe imponerse, pero cambios políticos solo podrían suceder cuando el sector más ideológico sea excluido de las palancas de poder. Miguel Díaz-Canel, más que agente del cambio, parece un comodín para ulteriores ajustes.

La Administración Trump todavía evalúa qué hacer con Cuba, relaciones con la Rusia de Putin por medio. Las señales apuntan a mantener el acercamiento en materia de intercambio económico y en temas de interés bilateral, junto a un aumento en las presiones para cambios políticos.

La oposición diversa interna y externa, la tradicional y la desigual disidencia socialista, interesadas en la democratización, están dispersas, pero en aumento cuantitativo a consecuencia del descontento generalizado ante la crisis y la evidente corrupción a todos los niveles.

Una parte creciente de la oposición y la disidencia parece entender que el cambio de régimen vendrá de su propia transformación y que se llegará a un sistema democrático por medio de un proceso complejo, no por un acto. Otros todavía apuestan a “imponer” la democracia, siguen atados a una eventual solución externa, particularmente de EE UU y continúan enrollando sus estrategias con la política interna de ese país, lo cual ha afectado su capacidad de influencia y actuación en Cuba.

Según la experiencia histórica, lo que parece más práctico y útil para alcanzar los objetivos democráticos sería apoyar todas las opciones de cambio, incluso dentro del oficialismo, y cambiar el discurso de la aniquilación-confrontación “anticomunista, anticastrista” que enaltece al régimen, por el de la solución pacífica del conflicto intercubano y la democracia, de manera que un proceso de distensión –que tendría que ser asumido, no impuesto–, permita abrir espacios de diálogo, lograr el reconocimiento de las libertades y derechos fundamentales y promover agendas democráticas.

Solo después, parecen posibles un plebiscito, una nueva Constitución, un Estado de derecho, una nueva ley electoral pluripartidista, elecciones democráticas, etcétera.

Ni la oposición tradicional, ni la disidencia socialista han sido capaces de articularse entre ellas ni internamente. La diversidad de posiciones e intereses, los ánimos protagonistas y la actividad divisionista y represora del régimen han jugado en esa dirección, pero sobre todo la falta de diálogo. Dialogue la diversa oposición y desde su cohesión, podría discutir con el Gobierno. Todo lo que divida la oposición trabaja a favor de la continuidad del sistema.

No se trata de unirse, sino de juntarse, respetar identidades y excluir sectarismos y divisiones por estar fuera o dentro, por haber tenido esta o aquella experiencia, abandonar protagonismos personales y trabajar juntos, a pesar de diferencias, para estructurar una institución común que pueda concentrar el reconocimiento internacional, servir para presionar al régimen hacia la democratización y funcionar como una especie de parlamento democrático donde puedan expresarse todas las tendencias pero trabajando ya a la manera del futuro que se desea, con todos y para el bien de todos.


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