Revista Diario

¿Qué hago con un papel de propaganda?

Por Negrevernis
Abrí la puerta trasera y Niña Pequeña escaló rápidamente el desnivel de los asientos traseros para arrellanarse en su silla de seguridad, mientras yo dejaba mi bolso, la cartera, la suya, la chaqueta y la bolsa con los cuadernos de los alumnos -sempiterna torre por corregir- en el asiento del copiloto. Cerré, abroché el cinturón trasero, cerré su puerta, rodeé el coche -¡qué sucio!, pensé- y me puse en mi sitio. El movimiento de puerta-llave-contacto-cinturón era casi mecánico a esas alturas, aunque aún suspiraba antes de bajar el freno de mano, pues una vez quedó enganchado -todavía lo recuerdo- y mi respiración paró durante un segundo y medio exacto. Caían las primeras gotas de una tormenta que sólo podría manchar -más- el verde del capó y escurrirse en polvo y suciedad por los lados de la luna delantera. 
Fue entonces cuando lo vi, en la esquina inferior derecha del cristal: el papelito de propaganda, el anuncio malhadado de un circo volante en la ciudad, tremolando en mi cristal al ritmo del aire de tormenta del final de la mañana.  No bajé a quitarlo: cinturón-contacto-llave-puerta, dar la vuelta al coche acompañada por el grito de "mamá, ¡tengo hambre!", y la duda en la conciencia de dónde tirar el papel en cuestión, que yo adivinaba suave al tacto y brillante por el marketing -aunque no hay que ser muy listo para dejar información circense junto a la puerta de un colegio. Acabaría, sin duda, en el bolsillo de mi chaqueta o en la cremallera del bolsillo superior de mi bolso, acompañando al envoltorio transparente de un caramelo blando y los tres clips de colores que seguía olvidando guardar en la caja del despacho.
 ¿Qué hago con un papel de propaganda?

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