Esta breve crónica antecede a las dos últimas publicadas. Por razones de impacto, se colaron (o se colearon) en la redacción de los escombros.
Hace dos domingos al súper mercado del señor Suárez. “Uy qué aburrido” –se dirán. Sí, ciertamente, no me levanto temprano para ir a la playa pero sí para ir al mercado: nevera con agua y luz no llena barriga.Bueno, pensé que llegar a las 8:00am era temprano. No…no…y no. A esa hora ya no había ni un solo carrito disponible para llevar la compra.
Canto primero: comienzo la cacería mortal. Mujeres y niños utilizan sus mejores caras y argucias para conseguir uno.Quería leer mi periódico, tomar una de mis lecturas para despegar un tanto del mundo, pero qué va, hay que ir al mercado. Ni modo. Me coloco detrás de un cliente a punto de vaciar su carrito y una tierna viejecita, tipo la abuela del perro Pulgoso, lo toma aún cuando realmente me tocaba a mí.Con una cortesía empalagadora se lo cedo. Sigo esperando… Al fondo, en la caja veintitrés se arma un rebulú, un tumulto. Voy hacia allá de chismoso: dos hombres, bien grandotes por cierto, se pelean por el carrito que había quedado libre. Mientras se manotean y lanzan golpes, en serio, qué vergüenza, un blackberry sale volando y se estrella en el piso, la pila hacia un lado y la carcasa hacia otro. La manzana de la discordia queda libre y viene rodando lentamente hacia mí. Todos viendo el espectáculo y yo, como hecho el loco, tomo el carrito y comienzo la faena. Qué leche.
Canto segundo: pasillo X, no hay aceite; pasillo Y, sólo maníes y pistachos importados, divinos pero muy caros; pasillo Z, ninguna de las leches descremadas que habitualmente compro, Karla, Mi vaca o La Campesina. La lucha por no engordar cada vez se hace más difícil: a comer carbohidratos porque proteínas….umm, difícil. Segundo barullo, corren, todos corren hacia unos paquetes que el montacargas acaba de dejar en mitad de un pasillo…Se oye a lo lejos, “llegó la leche”. Dejo que la gente se mate. Si queda algún litro de leche vivo, lo tomo. Para mi sorpresa de cada diez desesperados, uno se llevaba el lujoso producto y los demás no. Qué raro. Me acerco: el empaque lo desconozco, la dirección de la productora también. Oh!, Made in Ecuador. En este proyecto de país que nunca se concreta, se pierden toneladas de alimentos en los puertos y debemos tomar leche importada. Flotan sobre las ciudades miles de mariposas amarillas producto de no sé qué, supongo que de una migración. Algunos se lo atribuyen jocosamente a la putrefacción de los alimentos perdidos. Yo recuerdo a ese personaje que vivía en Macondo, Mauricio Babilonia, al que lo perseguían mariposas de dicho color. Me llevo unos cuantos litros, ni modo. Qué leche.
Canto tercero y último: llego con el carrito repleto a la caja registradora. El pánico va dentro de mí pero lo disimulo. Sale uno, dos, tres productos… y así sucesivamente se acuestan en la correa que los desplaza hasta la chica que los toma con cierto desprecio, los registra y los lanza como si no valieran nada hacia el “empaquetador”. Veo la máquina registradora. El número va en aumento vertiginosamente, imagino que la cifra alude a nuestra inflación o las vidas que en ese instante van pasando a otro plano en las calles caraqueñas.Vuelvo a la realidad. “¿Papi, puedo agarrar un chocolate?” –claro que sí, le digo a mi hijo. Trago grueso esperando el golpe, el trancazo de la cuenta total, cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir me digo a mí mismo: “¡YESSS, si me alcanza!” Qué leche.
PD.
Para que el simpático señor Suárez te exonere el pago de estacionamiento, debes hacer un mercado mínimo de BsF 500 Qué leche!.
PD 2.
Para los amigos hispanohablantes de otras latidudes, la expresión "qué leche" es como decir "qué suerte".