Me miro en el espejo del baño y me veo un bulto en el cuello, junto a la nuez. Pienso que si me pasa algo malo, todos los chicos que se han enamorado de mí se reunirán alrededor de mi cama de hospital para llorarme. Luego pienso algo que en ese momento considero más realista, y veo a todos esos chicos el día de mi boda, la boda en la que me caso con el elegido, el resto sufriendo por dentro por no ser ellos el novio. Me duele porque en esa imagen en mi cabeza, tú tampoco eres el elegido, tú vas a ver cómo otro me pone el anillo en el dedo y me dice que permanecerá a mi lado toda su vida.
Ese otro no es el chico, no te preocupes, con el chico a veces me aburro. Le miro, le acaricio, me sonríe, pero a veces siento que se va a acabar pronto.
Me hago daño en las yemas de los dedos al abrir tu libro, que viene dentro de una caja de cartón. Me imagino todas las conversaciones que tendremos, quiero creer que no lloraré, aunque sé que lo haré. Pienso en la clase de yoga en la que nos hicieron sentir el latido del ombligo, yo recordé cuando te acostabas sobre mi vientre y me decías que me palpitaba el ombligo, que te encantaba oír aquellos latidos.
Sueño que acompaño a mi abuela a dar un paseo y acabamos en un prado verde. Desde allí, observamos cómo un león devora a los niños que juegan más abajo, en la otra punta, cruzando el río. Siento pavor. Luego mi hermana nos dice que no era un león, sino un oso pardo. Nos cuenta la historia con gracia, como suele hacer ella, cómo el oso engulle a una mujer que está llamando por teléfono para que alguien pase a recogerla. Todos reímos, y aún pienso en lo desolador de la situación.
Tengo ganas de abrir el libro e ir al destino que señale con el dedo índice. Quiero darte una buena primera-quincuaquésima impresión. Quiero que me mires como haces siempre, que nada nos haga estar mal. Quiero que pienses que soy guay. Quiero que, cuando te diga: ¿No sientes que a veces no tienes nada interesante que decir?, me comprendas.
Vuelvo andando sola a casa y todos me miran, me recuerda a las historias que escribía cuando tenía veintipocos. Yo ya era consciente del poder que tenía, de las miradas que desataba. Tengo cara triste, por eso me miran todavía más. Soy y a la vez no soy consciente de ello.