Hay un adagio toscano que viene a decir: “Cuando llegue la muerte, que me encuentre bien vivo”. Lo cual a primera vista parece una obviedad, pero que como toda sentencia popular, esconde más de lo que muestra.
No habla de que la muerte llegue antes o después. Yo tengo una vecina de muy avanzada edad, que cada vez que le comunican la muerte de algún conocido, su invariable respuesta es: “Que Dios lo tenga en la Gloria y que cien años me espere”, que demuestra un inquebrantable deseo de permanencia. Decía que el adagio toscano no tiene que ver con la duración de la vida, más bien tiene que ver con la intensidad de la misma. Y aquí viene el meollo de la cuestión, en como se mide la intensidad de vivir. Parece bastante mensurable la duración de una vida, todos estaríamos más o menos de acuerdo en que a partir de noventa años, hoy en día se puede considerar una vida longeva. Pero, ¿cómo se mide la intensidad de vivir?
Supongo que unos hablarán de aventuras, viajes, vicisitudes. Otros hablarán de dedicación al arte, a la bohemia. Otros de actividad profesional febril. Los habrá que midan su intensidad vital por su vida contemplativa, religiosa, sea cual sea el concepto de religión de cada cual. En fin, que imagino que habrá tantos modos de medir esa intensidad como vidas existen. Y todas las formas de medir me parecen válidas, no creo que viva más intensamente un infatigable viajero que un sedentario poeta. Así que la intensidad no tiene que ver con la forma de vida, sino con la ilusión de vivir.
De modo que yo tengo mi interpretación de este dicho popular, que como siempre es sólo mía, personal e intransferible, pero compartida, que para eso tengo este blog. Y es la siguiente:
Ya que la muerte va a llegar, pero es algo que no quiero, no se lo voy a poner fácil, y me va a tener que arrebatar la vida en contra de mi voluntad, va a tener que dar lo mejor de sí para conseguirlo, porque yo pienso seguir teniendo ilusiones, esperanzas, afectos y deseos de estar vivo hasta el último aliento.
Y si se descuida y no pone todo su empeño, ese último aliento se convertirá en el primero del resto de mi vida.