Revista Viajes

¿Qué me ha enseñado el nomadismo?

Por Bbecares

Tantas  cosas aprendidas en estos años de itinerancia por el mundo. Y no hablo de lo que las culturas que he conocido me han aportado. Esa sería una lista interminable de cosas. Cosas demasiado profundas, que me han hecho ver la vida desde muchas perspectivas diferentes, de saber que no hay una sola realidad, a no juzgar lo que me rodea desde un sólo punto de vista. A ver y comprender.

Hablo de lo que me ha aportado el nomadismo en sí. El hecho de no haber vivido en la misma casa durante más de 1 mes y medio seguidos en los últimos 2,5 años (sólo cuando voy a visitar a mi familia en Asturias, me paso tres meses en la misma casa). El hecho de rotar por las ciudades y países, de llevar una mochila a la espalda con todo lo que necesito.

Un miércoles cualquiera, bañándome en un lago de un parque natural de la Isla de Borneo

Un miércoles cualquiera, bañándome en un lago de un parque natural de la Isla de Borneo

- A no consumir cosas materiales. Ahora sé que hay muy pocas cosas materiales que en realidad me hacen falta. Viajando puedo gastar dinero en experiencias. Gasto dinero en salir de fiesta, en autobuses, cenas en lugares nuevos, en dormir en hostales, en invitar a mis anfitriones de couch surfing o en tomarme un buen desayuno, mi comida favorita del día, en un lugar que me guste. Pero nunca compro nada material a no ser que me haga realmente falta. La mochila pesa, y es lo más molesto de ser viajero. ¿Para qué llenarla más?

- Al mismo tiempo a no darle a lo material un valor más que el coste de dinero que tiene.  Ahora mismo podría deshacerme de todo lo que tengo conmigo en Colombia (menos ordenador, cámara y plancha del pelo) sin que nunca llegara a echar de menos ninguna de las cosas. La ropa es ropa. Puede ser bonita, pero desde que comencé a viajar, la ropa no me ha dado momentos de felicidad. Antes sí. Antes estrenar un vestido precioso me hacía estar contenta (seguro que a muchos de vosotros también, por eso consumimos). De hecho, los meses que estoy tranquila visitando a mi familia en mi pueblo, sí que a veces tengo la tentación de comprar. Cuando estoy de viaje, hay tantas cosas que me producen una satisfacción enorme,que cuando meto ropa en la mochila sólo pienso en la practicidad y no en estar bonita. 

- A dormir en cualquier lugar. Antes para dormir necesitaba una cama, las sábanas y mantas bien metidas en la parte de los pies y que no entrara luz por la ventana. Ahora, con tener una superficie medianamente lisa, si tengo sueño, duermo como si estuviera en la cama más cómoda del mundo. Sólo el frío puede molestarme (eso no lo supero. Un poco de frio ya no me deja dormir).

- A que la comida es un regalo. Bueno eso lo aprendí en Marruecos. Que somos afortunados de tener comida. Juntando eso a que viajando, a veces uno cae en casas donde lo que tele ofrecen tienen un origen no del todo conocido, me ha llevado a que, mientras antes no me gustaba salirme de lo que comía siempre, ahora amo toda la comida, y cuantas más cosas mezcladas y desconocidas haya en mi paladar, más lo disfruto.

Disfrutando de una hamaca en Canoa, Ecuador, con vistas al Pacífico, un mes de enero a 30 grados, tras tomarme un café en la playa (el café era malísimo, pero eso no me quito la plenitud de felicidad)

Disfrutando de una hamaca en Canoa, Ecuador, con vistas al Pacífico, un mes de enero a 30 grados, tras tomarme un café en la playa (el café era malísimo, pero eso no me quito la plenitud de felicidad)

- A que un viaje no se organiza previamente. Un viaje organizado te limita la posibilidad de dejarte llevar por las emociones, por lo que vaya surgiendo en tus días ‘on the road’, de disfrutar de las nuevas personas que vas conociendo, algo que nunca podías predecir antes de llegar a tu destino.

- A lo maravilloso que es levantarse por la mañana y hacer lo que el cuerpo te pida. Relacionado al punto anterior. En una vida con trabajo de oficina, te levantas sin poder escoger qué quieres hacer ese día. Viajando he descubierto lo maravilloso que es levantarme y decidir, dejarme llevar por lo que siento. Si me gusta donde estoy, me quedo, si siento que ya ese lugar no me llena, me voy. Igual que llegar a una estación de autobús sin saber aún el destino.Decidir, viendo el panel de los horarios de salida de los coches.

- A que en el mundo nunca estamos solos. Hay demasiada gente para que ello suceda. Y si entras en el mundo del viajero, ya ni te cuento. En la vida ‘real’, la gente a veces está cansada, por trabajo, obligaciones, tiene prisa, tiene algo que hacer… En la vida del viajero, la gente que conozcas normalmente va a estar dispuesta a hacer cosas nuevas, a descubrir, a trasnochar, a perder las horas charlando de todo y de nada y sin hacer nada relevante, más que disfrutar del día.

- A vivir en un permanente estado de satisfacción personal. Porque si no estás cómodo en un lugar, simplemente lo cambias y vas a otro sitioque te llene. Porque si no te gusta la gente que te está rodeando, buscas a otros más similares a tí con los que compartir tus días. Porque si hay algo que no te gusta, nada te ata a a hacerlo o seguir haciéndolo. De hecho, si me escucháis quejarme por algo, es seguro que es de esos meses que vivo de continuo en Bogotá.

- A valorar las pequeñas cosas del día a día. Aunque viaje mucho, nunca me canso de maravillarme por pequeñas cosas: cuando me tomo una cerveza viendo cualquier atardecer,  si desayuno un café con un croissant con un poco de calor, cuando subo una colina y veo una ciudad desde arriba, cuando veo una nueva montaña, aunque no sea la mejor del mundo, si salgo a bailar con amigos, si me tumbo en una hamaca a hacer mi trabajo en vez de sentarme en una silla. No he dejado nunca de sentir adrenalina y nervios por subirme a un bus hacia un nuevo lugar.

Leyendo un libro en Rota, Cádiz. Vacaciones en familia.

Leyendo un libro en Rota, Cádiz. Vacaciones en familia.

- A sentirme millonaria. Así es. Siento que vivo como una millonaria, aunque el mayor lujo que puedo darme un día es desayunar un café hecho en una cafetería en vez de tomarme uno de los que se compran por la calle, guardados en termos y sin una gota de leche. Si quieres viajar mucho, tienes que procurar gastar poco dinero para poder hacer más cosas y tomar más autobuses. Pero eso no importa. Viajar, aunque con mochila, aunque durmiendo en autobuses, o en las sillas con reposabrazos de los aeropuertos o estaciones,  o en hostales donde compartes habitación con 5 personas más, aunque sea ruidosas. La vida del viajero es una vida de ricos. Yo trabajo, a diferencia de otros viajeros. Por ello, me levanto muy muy temprano, pero no me importa. Cuando viajo, me levanto con las mañanas con tanta gana del nuevo día, que madrugar es maravilloso. Así, puedo dejar todo hecho y para luego disfrutar, un miércoles cualquiera, de un paseo de tres horas mojándome los pies en una playa, un martes cualquiera de una caminata por un bosque, de poder irme un jueves  con un amigo a sentarme a orillas de un lago con la única preocupación de pescar algún pez para asarlo. Para ir a ver desfiles de alguna fiesta de Carnaval de una ciudad nueva.

Descansando con mi mochila en una playa de Koa Kinabalu, la capital de Sabah en Borneo.

Descansando con mi mochila en una playa de Koa Kinabalu, la capital de Sabah en Borneo.

- A que un lunes es tan maravilloso como un sábado. Viajando, no importan los fines de semana.  Para mí algo, porque trabajo y esos días soy libre de ordenador. Pero se disfruta más del día a día. No hay resentimiento hacia los lunes. Los lunes también son día para hacer cosas de ricos.

- A valorar más mi  hogar y mi familia. Desde que soy viajera, me he vuelta una ‘pegajosa’ con mis amigos y mi familia cada vez que regreso a casa. Cuando estoy en Asturias amo los ‘te quiero’ de mi madre; que mi hermana me despierte por la mañana con besos, aunque yo haya salido la noche anterior de fiesta y solo lleve una hora durmiendo; procuro aprovechar cualquier momento para estar con mis amigos, hacer fiesta de pijamas con mis amigas y estar charlando hasta las mil y dormir juntas, aunque al día siguiente toque madrugar. Igual que me da felicidad una cerveza con una puesta de sol en cualquier país del mundo, también me llena de felicidad tomarme un culete de sidra (para los que no conozcan, nuestra bebida típica en Asturias) un día cualquiera, aunque llueva, en la terraza de la sidrería de siempre con frío y bajo un toldo; salir a la plazoleta donde pasé 18 años de mi vida y tomar un café y sandwich (bocadillo en España, pinchu en Asturias) de pollo con lechuga y mayonesa. Charlar con mis amigos, muertos de frío, (pero no pasa nada, porque somos asturianos) a las 4 de la mañana en la terraza de la cervecería donde siempre vamos. Es, de nuevo, valorar los pequeños momentos del día a  día, pero esta vez en el hogar que un viajero mucho echa de menos.

- A que ‘ es que yo siempre lo he hecho así’, no vale. Se te quitan todas las manías y todas las costumbres.Pues nunca estás viviendo una rutina. Aprendes a abrirte a cosas nuevas sin prejuicios, sin recelo.

Un día que recuerdo siempre con mucho cariño fue cuando me levanté por la mañana en el desierto del Sáhara y lo primero que hice, antes de desayunar o quitarme las legañas, fue montar en camello.

Un día que recuerdo siempre con mucho cariño fue cuando me levanté por la mañana en el desierto del Sáhara y lo primero que hice, antes de desayunar o quitarme las legañas, fue montar en camello.


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