Voy a dedicar este post a explicar qué necesitas evaluar para medir tu efectividad.
Porque en una cadena de producción, medir la productividad es muy sencillo.
Medir la productividad, es decir, la eficiencia, es tan fácil como establecer una relación entre los recursos que inviertes y el resultado que produces.
En este paradigma cuantitativo, el tiempo se considera un recurso más.
Y aunque el tiempo no se puede gestionar, sí puedes actuar alrededor de él, tanto para producir un determinado resultado en menos tiempo como para producir un resultado mayor en el mismo tiempo.
En el trabajo del conocimiento, sin embargo, la efectividad es otra cosa.
Porque la efectividad incluye la eficiencia, es decir, la productividad, pero también incluye la eficacia.
Y es precisamente ahí, en la eficacia, donde se encuentran los elementos que necesitas evaluar para medir tu efectividad.
La calidad lo define todo
La productividad viene definida por la cantidad mientras que la eficacia viene definida por la calidad.
Pero ¡ojo!, porque la frase anterior se interpreta con frecuencia de manera errónea.
Sobre todo, evita confundir esta calidad con hacer un trabajo bien hecho, porque hacer un trabajo bien hecho es eficiencia, no eficacia.
Un trabajo mal hecho —es decir, un trabajo ineficiente— puede ser muy eficaz.
Eficiencia se refiere a «cómo» hacer las cosas y ese «cómo» va más allá de «hacer más con menos» e incluye «hacer mejor con menos».
La eficacia, por el contrario, tiene que ver con calidad y, en concreto, con la calidad de las decisiones —es decir, con la calidad del pensamiento— y con la calidad de la atención.
En este post me voy a centrar únicamente en la calidad de las decisiones.
Esto es así porque, en una realidad en la que sistemáticamente hay más cosas por hacer que tiempo para hacerlas y en la que muchas cosas se pueden de más de una forma, las decisiones son clave.
Menos priorizar y más posteriorizar
Decía Peter Drucker que establecer prioridades es fácil y todo el mundo puede hacerlo, que la dificultad es establecer «posterioridades», es decir, decidir qué no hacer y permanecer fieles a esa decisión.
Esta verdad aplastante sigue siendo ignorada por muchas personas. Queremos hacerlo todo. Y es normal. Imposible, sí, pero normal.
Lo cierto es que, como hay más cosas para hacer que tiempo para hacerlas, muchas de esas cosas se van a quedar sin hacer.
Y muchas de esas cosas que se van a quedar sin hacer van a ser cosas importantes, urgentes y/o prioritarias.
Por eso es crucial —y por eso aporta tanto valor— decidir qué hacer y qué no hacer. Esto también incluye decidir qué hacer tú y qué delegar para que lo hagan otras personas.
Así que aquí tienes un primer par de elementos a evaluar para medir tu efectividad.
¿Qué tal eres decidiendo qué hacer y qué no hacer y, sobre todo, qué porcentaje cumples de esas decisiones? ¿Qué tal eres delegando todo lo que podrías delegar y haciendo seguimiento de ello?
Cada cosa, a su momento
La eficacia máxima tiene su momento óptimo. Esto significa que existe un momento idóneo para hacer cada cosa.
Aunque en la mayoría de las ocasiones las cosas se pueden hacer antes o después de su momento óptimo, en ambos casos se tratará de momentos sub-óptimos, resultado de malas decisiones.
Elegir qué hacer en cada momento es una competencia que, al no ser innata, es necesario desarrollar.
Y aquí tienes otro elemento esencial a evaluar para medir tu efectividad.
¿En qué medida eliges el momento óptimo para cada cosa que haces? O, dicho de otra forma, ¿qué tal eres eligiendo lo que tiene más sentido hacer en cada momento?
Previendo la eficiencia
Comentaba más arriba en el post que hacer un trabajo bien hecho es eficiencia, ya que la eficiencia se refiere a «cómo» hacer las cosas.
Ahora bien, a menudo existe más de un «cómo» y eso nos enfrenta a un proceso de decisión.
Porque, con muy alta probabilidad, alguno de esos «cómos» será mucho más eficiente que los demás. Del mismo modo, alguno será mucho menos eficiente que el resto.
Por tanto, decidir qué «cómo» es el idóneo, de entre todos los posibles, también aporta un enorme valor.
Esto es así porque se trata de una decisión que condiciona la máxima eficiencia posible que vamos a poder alcanzar en la ejecución.
Asimismo, buscar, idear y probar posibles formas alternativas de hacer las cosas también tiene un impacto positivo en la eficiencia.
Tenemos así otro par de elementos más a evaluar para medir tu efectividad.
¿Cuánta atención dedicas a identificar las opciones disponibles y a elegir la manera óptima de hacer las cosas? Y, ¿cuánto tiempo dedicas a buscar formas más eficientes de hacer lo que haces?
Medir tu efectividad
Si quieres medir tu efectividad, es muy sencillo.
Sólo necesitas responder con sinceridad a las preguntas que te propongo en el post.
En mi experiencia, el espacio de mejora de la mayoría de las personas es inmenso.
Tener claridad de ideas sobre qué te convierte en una persona efectiva —de verdad— puede ayudarte a mejorar, gracias a ir desarrollando los comportamientos adecuados.
Y si lo tuyo es el trabajo del conocimiento y quieres ser una persona efectiva, quédate con esta idea fundamental porque es la única opción: tienes que aprender a pensar.
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